Para quienes seguimos con atención asuntos públicos (ya sea locales, regionales, nacionales o internacionales), tomarle el pulso a la política es tan natural como tomarle el pulso a las temperaturas de la mañana para sobrevivir los embates o apreciar las maravillas del clima, sobre todo en lugares donde las cuatro estaciones son marcadas. Difícilmente podemos desatender los análisis, los reportes y las predicciones, especialmente si vienen cargados de cambios primaverales.
Así me encontraba el domingo pasado monitoreando lo que acontecía en Francia con las elecciones presidenciales al final de un quinquenio socialista de pocos bríos. El presidente saliente, François Hollande, que termina la presidencia con solamente un 21 % de confianza en su administración (razón por la cual el año pasado decidió no presentar su candidatura, como es la tradición del partido gobernante), no supo canalizar el entusiasmo y la esperanza que despertó hace cinco años en la juventud y en las clases media y trabajadora, que veían en la opción republicana de Nicolas Sarkozy la continuación de una oferta neoliberal en contra de sus intereses. ¿No era este el momento histórico para aprovechar la consolidación y el legado del partido de la rosa luego de tres períodos de gobierno de derechas, primero con los dos mandatos de Jacques Chirac y luego con uno de Sarkozy?
En efecto, hace cinco años, en distintas regiones del mundo, las corrientes políticas de izquierda o centroizquierda gozaban de buena salud. Se habría podido pensar que el viento estaba a favor de una serie de gobiernos que sellarían una alianza que definiría la nueva agenda política de la segunda década del siglo XXI como un frente ante las tendencias proclives al neoliberalismo y a su consabida privatización de bienes públicos, a la desregulación del Estado y a la supremacía del individualismo sobre la ciudadanía o lo colectivo, comúnmente abanderadas por partidos conservadores o de derechas. Ante todo, en un contexto posrecesión en el cual las iniquidades socioeconómicas eran y siguen siendo tan evidentes.
En el Cono Sur, desde Venezuela (aunque ya para entonces con serias dificultades económicas y políticas y ahora en pie de guerra civil) hasta Argentina, pasando por Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay y el vecino El Salvador (o, sin ir tan lejos, en Estados Unidos), predominaban partidos con vocación de desarrollo económico y social más incluyente. Y a esta membresía se sumaba Francia en mayo de 2012.
Cinco años después, el contorno político luce distinto y la oportunidad desaprovechada. Hay cambios en los Gobiernos de Argentina y Brasil, con transiciones difíciles en medio de escándalos por corrupción que han dado lugar a agendas neoliberales. Y, como con el clima, también hay extremos. En los últimos años hemos entrado en la era de gobernantes con poca vocación democrática, como Vladímir Putin en Rusia o Recep Tayyip Erdogan en Turquía, sin olvidar al actual ocupante de la Casa Blanca, de quien, como de Kim Jong-un en Corea del Norte y de Nicolás Maduro, no se sabe si además está demente.
Y en este club de notables también tiene la oportunidad de entrar la ultraconservadora Marine Le Pen, del Frente Nacional (FN). La lideresa del FN logró pasar a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales junto con el exministro de Economía del gobierno socialista, Emmanuel Macron. Macron lidera un nuevo partido de centroderecha con una agenda neoliberal (¡En Marcha!) que desbancó a los tradicionales partidos socialista y republicano. Algunos sondeos dan como ganador a Macron el 7 de mayo próximo, pero el mapa de resultados muestra que Le Pen prácticamente venció en los mismos departamentos donde triunfó Sarkozy y conquistó algunos departamentos donde ganó Hollande en 2012. Pero, a pesar del gran avance del FN, Macron lleva las de ganar la presidencia e inaugurar de cierto modo la VI República.
Este último quinquenio parece perdido, pero, como las estaciones últimamente, puede que los ciclos de alternancia política ofrezcan sorpresas. Con miras al próximo lustro, es de esperar que las voces de resistencia y una ciudadanía más consciente y activa sigan organizándose para rescatar la democracia de las constantes amenazas ya sea del individualismo a ultranza o de la demagogia y el autoritarismo.
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