Ir
Un niño ofrece su muñeco a un elemento de la Policía Federal dispuesto en cordón para proteger el paso fronterizo de la llegada de los migrantes

Un intento de atrincheramiento y una demostración de poderío militar en el día 40 de caravana

Tipo de Nota: 
Información

Un intento de atrincheramiento y una demostración de poderío militar en el día 40 de caravana

Historia completa Temas clave

Ayer unas 150 personas de la caravana migrante salieron del albergue en el Centro Deportivo Benito Juárez para ejercer presión a las autoridades estadounidenses y pedir que se agilice el proceso de solicitud de asilo. Fueron detenidos por la Policía Federal de México. Mientras, docenas de agentes de la Protección Fronteriza y el Ejército de Estados Unidos, realizaron un ejercicio militar justo en el cruce de San Isidro y Otay.

Desde la noche del miércoles se escuchaba en el albergue Benito Juárez que un grupo de migrantes quería realizar un plantón en el cruce fronterizo hacia Estados Unidos, para generar presión. “Pero de forma pacífica”, decían.

Algunos miembros de la caravana están varados en Tijuana desde hace dos semanas, y la gente sigue llegando. Las personas ya casi no caben en el centro deportivo. Todo el estadio de béisbol, graderíos incluidos, está ocupado por casas de campaña y carpas improvisadas.  

La desesperación va en aumento.

Mientras tanto, en San Diego, la U.S. Customs and Border Protection confirmaba, mediante un comunicado de prensa, que realizarían un “ejercicio” de preparación en el puerto de entrada en de San Ysidro. “Los viajeros deberán esperar demoras mínimas de procesamiento”, decía el comunicado y aseguraba que no duraría más de 10 minutos.

El jueves a las 10:30 se confirmó la marcha. Casi de forma impulsiva, quizás instigada por la lluvia que afectó el campamento desde la madrugada hasta las 9 de la mañana.

Simone Dalmasso

“A las once los quiero ver a todos afuera”, dijo Carlos Alfredo López, con megáfono en mano, afuera del centro deportivo. “¡Vámonos, vámonos!” Y la gente vitoreaba, como si el grupo estuviera a minutos de pisar territorio californiano.

López afirma haber llegado a Tijuana hace apenas unos días, pero dijo que ya no quería seguir viendo a las mujeres y niños abandonados en el piso. Por eso, tomó las riendas de la convocatoria. “Hoy es un buen día para nosotros”, insistió López. “Hoy es el día del pavo en Estados Unidos; es un día de dar gracias y ser solidarios. Eso nos puede ayudar”.

Las instrucciones eran empacar, reunirse afuera, caminar todos montados sobre un carril camino al puente —banderas, mujeres y niños primero —y “establecerse” como dijo López. “Es mejor dormir allá porque nos van a estar viendo”, dijo. “Ahí nos vamos a quedar hasta que se arregle algo”.

“Vamos a hacer champitas al puente”, dijo alguien atrás, mientras un ventarrón acarreó un olor amargo y hediondo hasta el grupo. La fetidez de las letrinas, llenísimas de orines y heces, ubicadas a un costado de la tercera base del campo, llega a veces hasta el jardín central y los graderíos continuos.

A las 11:15 el grupo de unas 150 personas está afuera, esa pequeña columna finalmente avanza. Mientras, el alambre de púas, en manos de soldados estadounidenses, empezaba a tintinear.

Simone Dalmasso

Tan pronto el grupo llegó a la Avenida Alberto Aldrete, a un costado de la Vía Internacional, el tráfico empezó a acumularse. Si bien las y los migrantes iban sobre la acera, los carros disminuían la velocidad por precaución, o porque conductores, con teléfono en mano, grababan a los caminantes.

La gente de la marcha estaba ya muy cansada.

Como Wildmer Martínez, de 32 años, vestido de traje, camisa blanca, corbatín negro y pantalón de vestir, quien a penas un día antes había conseguido trabajo como vigilante en una farmacia. “Ya somos muchos allá”, dice, cargando sus cosas, “además, la gente sigue viniendo; ni modo que la gente se va a quedar afuera”. Contrario al rostro afligido y exasperado de otros miembros de la caravana, Wildmer parece más bien sereno, esperanzado incluso. Quizás por la reciente oportunidad que obtuvo en la feria de empleo ubicado a pocos metros del albergue. Durante la feria, el vigilante con diez años de experiencia, encontró ofertas para trabajar como vendedor en una zapatería y una pulpería, pero decidió regresar a su antigua profesión, que ejercía en Roatán y en San Pedro Sula. La noche anterior se podía ver a Wildmer, tallándose el traje que le había dado su nuevo empleador; su elegancia era imperdible, cegadora. “Vamos a ver qué pasa”, dijo, siempre sonriendo. “Si pasamos, pues bueno, si no, mi primer turno empieza hoy a las cuatro”.

Pero, a las 11:46, cuando la marcha empezaba su descenso sobre el puente El Chaparral, se toparon con un muro de Policías Federales. El grupo se detuvo. Un helicóptero gris revoloteaba en el cielo.

Abajo del puente se ubicaban antimotines y, detrás de ellos, una fila más de policías con material para generar cortinas de humo. “Estamos acá para resguardar el orden y la paz pública”, señaló el agente Luis Gabriel Aragón. Y eso fue todo lo que dijeron. Atrás de él, a menos de un kilómetro, los autos de camino al cruce fronterizo empezaban a acumularse.

Llegado el medio día, un segundo helicóptero negro, sobrevolaba el área.

—¿Es de ustedes? —preguntan a uno de los federales.

—¿El negro? Nah. Es de los güeros.

Simone Dalmasso

Pronto, la primera fila de federales se hizo a un lado, sin embargo, obligaron a la marcha a girar hacia la calle de su izquierda. El grupo quería avanzar, ir al frente, sin saber que al final de esa calle no había vuelta; era un callejón sin salida.

Pasada la una de la tarde, con la marcha de repente rodeada de policías, algunas personas empezaron a sentarse, acostarse, a jugar fútbol, mientras los líderes negociaban el paso. Representantes de Grupos Beta —una organización que ofrece protección a migrantes —instaban a la gente de la marcha a que buscara trabajo en la feria de empleo aledaña y a pedir una visa humanitaria.

Jesús Nestor de 26 años, estaba molesto, “no nos pueden dejar allá en el albergue, todo el tiempo”, decía. Nestor dejó a esposa e hija de tres años en Santa Bárbara, Honduras, y admite sentirse cansado y triste por no ver a su nena. “Cuando hablo con ella me pide que vuelva y ni modo, me dan ganas de llorar”, dice, “pero son más fuertes las ganas de darle un mejor futuro, por eso agarré la caravana, por eso vine a Tijuana rápido, hace quince días, y por eso quiero pasar”.

Algo similar pasa con Xiomara Chirinos, 29, de La Ceiba, Honduras. Está preocupada porque piensa que dormir al aire libre por más tiempo puede afectar seriamente la salud de su hija de tres años. “Y pienso también en las otras madres y sus hijos; muchos se han enfermado”.

Carlos Ochoa, uno del grupo de colombianos que se unieron a la caravana en Ciudad de México, afirma que ha tenido problemas para dormir. “Y anoche la lluvia nos afectó muchísimo”, dice. Ochoa, hasta el año pasado trabajaba en una empresa. Durante nueve años fue ingeniero de lácteos, hasta que esta empresa, en Medellín, vendió la franquicia y despidió a una buena parte de sus empleados. Sobrevivió un tiempo con su indemnización y con lo último que le quedaba de ella, unos mil dólares, compró un boleto a Ciudad de México, también con ganas de ir a Estados Unidos. Una vez allá, a tiempo que pasaba la caravana, él y otros colombianos se unieron a los caminantes.

Las niñas y los niños empezaron a jugar frente a los policías. Se reían con ellos. Pedían chócales.

Por ahí, entre la multitud apareció también Paloma Zúñiga, mejor conocida como Paloma for TRUMP, con una gorra roja de Make Tijuana Great Again y transmitiendo en vivo. Paloma se autodefine como una activista y se jacta de haber obtenido la ciudadanía estadounidense de forma legal, sin embargo, vive en México. Esta no es nuestra vida diaria en Tijuana”, dice, mostrando a la gente con su cámara, “no es justo que estén causando tantos problemas a nuestra ciudad y quieren causar más en Estados Unidos”.

Al final del día el video tenía más de mil reproducciones y más de cuatro mil comentarios, algunos diciendo que las Naciones Unidas y George Soros estaban detrás de la caravana y otros sugiriéndole al ejército de Estados Unidos instalar minas terrestres pues “no queremos a esas cosas acá”.

 

Simone Dalmasso

Un haka y luego a comer pavo

Los carros sobre el cruce migratorio, a unos diez minutos a pie, formaban una masa metálica que ronroneaba y se extendía varios kilómetros dentro de México, sin avanzar. Varias personas, que no alcanzaban a ver el relajo adelante, salían de sus carros, se subían al capó. Bufaban.

You better call your sister; we’re going to be late — dijo algún asomándose por la ventana de su camioneta.

Ya en la frontera, la vista era apocalíptica. Unos doscientos oficiales fortachones de U.S. Customs and Border Protections (CBP) con armas de alto calibre. Rifles, pistolas de electroshock, esposas, cascos militares, varios cargadores, llenos todos. Pistolas de paintball.  Todos serios. Todos inmóviles. Todos con lentes oscuros y chalecos antibalas.

El ejercicio inició antes de las dos de la tarde, con bombas de humo que subía por los bloques de concreto y a través del alambre de concertina. Mientras, el helicóptero negro de antes circulaba el área. Después que se disipó el humo, los agentes, simplemente se quedaron ahí, parados, en silencio, pasando su peso de una pierna a otra.

A las 2:05, la segunda fila de CBPs, quienes llevaban escudos y cascos antimotines se retiró.

—Nunca en mi vida había visto algo así — dijo un reportero local.

Y el helicóptero seguía revoloteando.

Simone Dalmasso

La rutina de los CBPs se parece, por ratos, al haka de los maorís. Ambos son, después de todo, ritos de guerra. Los maorís incluyen gritos, cánticos, gruñidos y aplausos rítmicos con tal de intimidar al oponente. El de los CPBs se basa, más bien, en la frialdad. Pero también busca amedrentar.

“Es una forma decir, ‘estas personas no son como nosotros y no pertenecen aquí”, señala Chris Méndez Ramírez, originario de San Diego y estudiante de un doctorado en Ethic Studies de la Universidad de California. Chris, además, ha realizado estudios en migración y la militarización de Estados Unidos. “Se trata de fabricar miedo”, continúa, “y una manera de demostrar hacia los estadounidenses y tijuanense que nosotros tenemos todo bajo control, que nuestra tierra no será invadida por estos ‘otros’”, concluye.

El mismo presidente Donald Trump escribió en su cuenta Twitter, el miércoles 21, que había muchos criminales en la caravana y que “We will stop them — Los detendremos”. Horas más tarde autorizó a las tropas usar fuerza letal en la frontera sur. 

Chris continúa diciendo que es importante, siempre en estas pláticas, mencionar las causas de estas movilizaciones, “como el largo legado del imperialismo estadounidense y la complicidad de México”, sentencia.

A las 2:20 una voz proveniente de los edificios atrás dijo: “The excercise of CBP has been completed”. Y se liberaron los primeros carriles. De un costado emergió un levanta cargas a empujar algunos bloques de concreto para dar ingreso a más carros, mientras soldados con alicates cortaban el alambre de púas para habilitar carriles adicionales. El ejercicio terminó afectando el ingreso hacia San Diego por más de media hora en el día más festivo para los Estados Unidos. Incluso el ingreso peatonal fue detenido mientras duraba el acto.

Simone Dalmasso

Sin bien el ejercicio fue confirmado la noche del 21 de noviembre, la CPB no ha negado o confirmado que el simulacro haya estado relacionado con la movilización o la presencia de la caravana en Tijuana.

De vuelta a las calles aledañas, el grupo cayó rendido. Algunos, empezando a sentir el frío de fin de año, se cubrían con mantas y ponchos. Las niñas y los niños seguían jugando con los policías, chocando los carruajes, brincando. Mientras avanzaba la tarde los Policías Federales de México también se fueron retirando.

Al anochecer, varios migrantes, rendidos, regresaron al albergue, asoleados y sin aliento. Al tiempo que los primeros hondureños, de la segunda caravana, que salió de San Pedro el 30 de octubre, llegaban, casi trotando, a sumarse al ya hacinado albergue.

Autor
Edición
Autor
Edición