Cuando era más joven, era más sencillo casarme con absolutos y asimilarlos y defenderlos con absoluta certeza de estar en lo correcto. Así, crecí creyéndome siempre en lo correcto y resultando arrogante para quienes tenían la mala fortuna de contradecirme y defender sus opiniones. Mi vida era muy sencilla caminando con unos cuantos tomos de máximas bajo el brazo y escuchando el eco de nuestras voces: la mía y la de mis colegas que leían libros y autores similares. Todo lo que decíamos y oíamos nos indicaba siempre que nuestras ideas eran las correctas cuando opinábamos en eco respecto al mundo afuera del campus. Era un mundo en el que desafortunadamente debíamos vivir, y desde siempre parecíamos saber que el destino de este sería inevitablemente de fracasos y desaciertos políticos y económicos.
De esta manera transcurrió casi una década de mi vida. Y cada vez que salía a la realidad o abría un periódico identificaba cuán loco e irracional era el mundo que estaba allá fuera de nuestra pirámide de marfil. Salir de la pirámide me costó un buen tiempo de búsqueda y de golpes con la cruenta e irracional realidad, donde los humanos tomaban decisiones ilógicas, inhumanas y antivida de manera constante y repetida. En esa nueva búsqueda gravité hacia el camino que muchos libertarios solemos seguir cuando vamos en pos de nuevas ideas entre los más extremos e incendiarios discursos del liberalismo político, económico y social. El ruido del mundo externo se hacía cada vez más fuerte y me parecía cada vez más disonante con lo que los antiguos filósofos me decían en sus escritos.
Poco tiempo después viajé al sur y descubrí en Chile un nuevo torbellino de autores revolucionarios latinoamericanos que me demostraron no solo que estaba ciego respecto a las fronteras detrás del mundo que creía conocer, sino también que vivía encerrado en una pequeña isla de ideas y conceptos que me habían impedido conocer los verdaderos y complejos olores y colores de la historia latinoamericana. Dentro de los egresados de la estatal Universidad de Chile, la pasión por ese nuevo mundo desconocido me llevó a dejar atrás el camino del liberalismo en el que tan bien me desenvolvía y regresé a Guatemala para buscar nuevos aires. De regreso en Guatemala seguí alimentándome de un nuevo mundo de ideas y de pensamientos que permitió mi desarrollo y crecimiento en nuevas filosofías que completaban mi entonces inmensamente pequeña visión del planeta conocido. Durante varios años aprendí y confirmé muchas de las ideas de las teorías clásicas liberales, que, junto con las teorías de la opción pública y nuevas visiones de filósofos mayormente estadounidenses, me permitieron desenvolverme en un entorno donde me convertía en una promesa joven, pero bien formada en los principios del liberalismo clásico.
Mi corta y larga vida de autodescubrimiento tomó un giro de 180 grados cuando viajé a Europa y me encontré estudiando un mundo del que era totalmente ignorante y dentro del cual aún sigo sintiéndome como un pequeño grano de arena en el mar. El nuevo mundo al que me enfrentaba era el del globalismo. En el globalismo al que me enfrenté no tuve de otra que defenderme con dientes y garras durante los primeros meses, peleando contra todos y cada uno de los escritos que llegaban a mis manos de autores franceses y alemanes, autores que se volvían cada vez más complejos y difíciles de explicar con la visión reduccionista a la que estaba acostumbrado en la academia latinoamericana de análisis político. Me parecían, en la mayoría de las ocasiones, ininteligibles e irracionales sus argumentos, todos basados en afirmaciones imposibles de defender. Fue hasta mucho tiempo después, quizá mucho más del que les tomó a muchos de mis colegas, cuando entendí que la razón por la cual discutía con cada uno de los escritos que se presentaban era en sí misma la esencia desde la cual se problematizaban los ensayos y los conceptos de los distintos discursos que leía. Todo era contestable desde la visión de los estudios globales, y cualquier asunto social, político y económico podría ser problematizado y discutido sin llegar nunca a respuestas y absolutos, sino a más problemas y puertas de investigación.
Así, fue en las aulas de Leipzig y de Copenhague donde aprendí que leer un artículo muy específico que buscase validar o refutar una hipótesis era capaz de llevarnos a una búsqueda ad infinitum de variables de problematización de cualquier asunto que pueda ser estudiado desde una perspectiva global. Ya no me era posible aceptar que mis oraciones, y mucho menos mis párrafos, fuesen absolutos, certeros o verdaderos. Descubrí que mi opinión no era nada más que una breve observación de un contexto, una cultura, un género. En sí, un azaroso capricho social, político y económico. Descubrí, por ejemplo, que mi idea de Guatemala era una dentro de las ideas que de ella teníamos 15 millones de guatemaltecos y 7 000 millones de seres humanos. Que no existía una sola definición y explicación de las causas y los efectos que los términos y conceptos tenían para nuestra descripción de la realidad. Fue por medio del globalismo como descubrí que los discursos políticos no eran escritos para un solo público, sino que eran el resultado de un plan cuidadoso para satisfacer los deseos de un votante particular, que solamente existía en el imaginario del redactor de los discursos. De esos discursos todos tomábamos ideas y las hacíamos nuestras mientras desechábamos aquellas que no nos complacían. De forma automática nos apropiábamos de las ideas que nos decían y nos convertíamos en pacientes espectadores o en actores estelares en las protestas de la plaza.
Ha pasado un año desde que las protestas en la plaza llevaron a muchos y muchas a protestar en busca de un cambio para bien en sus realidades y problemas. Pocos frutos son notorios y muchas lecturas podemos elaborar de los acontecimientos que se gestaron detrás y delante de ese telón popular. ¿Quién es el agente que movió la compleja telaraña de actores y acciones que hoy nos tienen disfrutando de un juicio histórico ante la humanidad? Quizá nunca podamos identificarlo, pues, como el mítico héroe de las mil caras, ninguna acción popular es mandada por uno, sino por todos y por nadie a la vez. Cómo y qué tanto las cosas han mejorado desde entonces dependerá de qué y a quién identificamos en nuestro análisis global de los eventos para realizar conclusiones. Yo, como pequeño grano de sal, sigo opinando un poco más informado que hace un año y tengo muchas más preguntas. Viendo nuestra Guatemala desde una visión global, no hay hoy menos corrupción que la que había hace un año: tenemos solamente nuevas formas, nuevos actores y nuevas acciones, más o menos legales y justos, que, dependiendo del caso, del analista y de los involucrados, resultan en que nuestro gobierno incluya ahora a importantes actores e instituciones cada vez más globales y distintos de gobernabilidad.
Ha pasado tan solo un año desde las protestas en la plaza y, de la misma manera como el escritor Mario Payeras describió el bosque guatemalteco en su obra El mundo como flor y como invento, el mundo amanecerá húmedo mañana luego de que, como los faisanes, nos levantemos temprano a trabajar y sobrevivir después de que pasaron las últimas lluvias torrenciales. Más lluvias están por venir, y estará en nosotros salir del confort para estar siempre alertas y revisar, cada minuto de nuestras vidas, los conceptos que ante nosotros se presenten. Quizá así, solo quizá, finalmente despertaremos del sigilo en el que seguimos viviendo como sociedad y nos uniremos a la sociedad humana para vivir en armonía con el mundo.
Más de este autor