Cuando empezó a funcionar en 2007, pese a no haber sido nunca fan de las administraciones arzuístas, me vi obligado a reconocer que el Transmetro parecía haber llevado por fin la modernidad a nuestro sistema de transporte público.
Entre sus bondades se contaban las estaciones elevadas, que impedían que el bus se detuviera en cualquier parte a subir o bajar gente; guardias municipales velando por la seguridad de las paradas y de los buses; carriles exclusivos que hacían los trayectos mucho más rápidos; rutas interconectadas que hacían posible cambiar de bus y recorrer largos trayectos por el precio de un viaje; certeza en los horarios, y uno de los mayores atractivos: el precio. Donde los viejos buses rojos o tomates cobraban más o menos la tarifa que se les iba dando la gana según la hora del día (llegaban a cobrar hasta cinco quetzales por las noches), el Transmetro cobraba un democrático quetzal, al alcance de cualquier bolsillo, fuera la hora que fuera. Por fin los guatemaltecos parecíamos haber sido considerados merecedores de un transporte público digno. Y, claro, el sistema tenía fallas, pero nada que no se pudiera resolver con el tiempo.
Sin embargo, por alguna oscura razón, en vez de mejorar los aspectos negativos del sistema, la Municipalidad se ha dado a la tarea de destruir lo que funciona. El caos de las horas pico ha crecido a límites absurdos, con colas de gente que se salen de las paradas y unidades tan atiborradas que simplemente no paran en algunas estaciones. La línea 1 fue desconectada de la 9, lo que hace que los buses den una vuelta innecesaria hasta la Municipalidad. La mitad de la enorme estación Tipografía, donde ambas líneas estaban conectadas, sigue vacía hasta la fecha, en un desperdicio absurdo. Lo que se logró es que los usuarios que tenían que ir de la zona 1 a la 9 tuvieran que salir de una estación y caminar hasta otra, con lo cual se arriesgaban a un asalto o a empaparse en época de lluvia.
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Y por último, ahora el alcalde Quiñonez acaba con uno de los aspectos más ventajosos del sistema: su precio. Hace unos dos meses, una campaña publicitaria nos informó a los vecinos que ahora íbamos a ser mucho más ciudadanos porque Tu Muni nos iba a dar ¡una tarjeta para subirnos al Transmetro! (¿?) La moneda de un quetzal iba a dejar de ser aceptada y el único medio de pago iba a ser la «tarjeta ciudadana», que nos vendería la comuna al módico precio de 20 quetzales. Eso sí, incluye cinco viajecitos, ¡qué ganga! Parecería que cualquiera puede tener 20 quetzales, pero ¿qué pasa con la gente que viene del interior del país para hacer un trámite? ¿Qué pasa con un extranjero que viene una semana por un negocio y no va a hacer más de tres o cuatro viajes en el Transmetro? ¿Qué pasa si a uno se le olvidó la tarjeta en casa? Y, por supuesto, en un país tan seguro y amigable como Guatemala, ¿qué pasa si te asaltan y se llevan tu billetera con todas tus tarjetas, incluyendo tu flamante tarjeta ciudadana? A contribuir con otros 20 quetzalitos a los fondos de Tu Muni. No hay que ser un genio para saber que alguien en el entorno cercano de las autoridades ediles se va a forrar con este negocio.
En redes sociales ya circulan quejas de vecinos que han comprado su tarjeta y la han recargado con cinco o diez quetzales, pese a lo cual esta, luego de un par de viajes, ¡zas!, ya no tiene saldo. Y no hay a quien reclamarle: solamente se puede recargar. En todo caso, si Tu Muni quería jugar a que somos un país del primer mundo, podía haber implementado un sistema mixto en el cual quien quisiera podía adquirir su tarjeta y quien no la deseara podía seguir pagando con su moneda de a quetzal. Pero no. Aquí se espera que todo el mundo pague sus 20 quetzalitos. Y en contexto de pandemia, en el que mucha gente ha perdido empleos y negocios y hay un empobrecimiento general, sobrecargar de esta manera a los ciudadanos comunes y corrientes es simplemente criminal.
No puedo dejar de pensar con amargura cómo en Chile trataron de subir el precio del boleto del metro, cómo la gente incendió medio Santiago y cómo así empezó un proceso que ahora los va a llevar a una nueva Constitución. En Guatemala, en cambio, agachamos la cabeza y con una sonrisa triste preguntamos dónde compramos nuestra tarjetita. El bus que lleva al desarrollo, evidentemente, no pasa por acá.
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