La canción, que habla de una derrota de características épicas, se salda con las siguientes palabras: «I lost it all to whiskey, y’all. / Got drunk on misery».
El blues, como esa expresión de nostalgia en la cual la guitarra y las letras forman un correlato de amores, desamores o tormentas ya vividas o por vivir, se me antoja el fondo adecuado para la lectura de los medios que me acompañan en la noche, los cuales me dicen que la pandemia sigue apretando el cerco. Y que, en cua...
La canción, que habla de una derrota de características épicas, se salda con las siguientes palabras: «I lost it all to whiskey, y’all. / Got drunk on misery».
El blues, como esa expresión de nostalgia en la cual la guitarra y las letras forman un correlato de amores, desamores o tormentas ya vividas o por vivir, se me antoja el fondo adecuado para la lectura de los medios que me acompañan en la noche, los cuales me dicen que la pandemia sigue apretando el cerco. Y que, en cuanto a la formas y a las actitudes, en algunos países hemos hecho lo que nuestros bisabuelos con la gripe española: organizar desfiles de despedida para el virus justo antes de recibir de lleno el golpe de la segunda ola.
Después de varias semanas, Australia abandonó un confinamiento severo hace 24 horas con una frenética reapertura de cafés, bares y restaurantes. Este es el mismo sector del cual se ven escenas de desolación entre la gente que vuelve a ver cómo cierran sus lugares de trabajo. Mientras, la segunda ola ocupa a una Europa que muestra números de contagio y ocupación de hospitales semejantes a los de marzo de este mismo año y ha vuelto a poner la idea del confinamiento en la agenda de los políticos europeos. De hecho, Macron anuncia un confinamiento en Francia mientras termino estas líneas.
Todo esto, mientras en los Estados Unidos el virus se convierte en el motor que impulsa el voto anticipado y les da forma a los fantasmas de un conteo lento y difícil, que se convertiría en el combustible que necesitarían aquellos que amenazan con desconocer los resultados. Escasos días para entender la magnitud de una crisis.
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«La pandemia es un actor que muestra los patéticos límites del liderazgo político», escribo y borro casi al mismo tiempo mientras exploró la bibliografía de cómo se vería un nuevo normal en las relaciones laborales en el cual la política pública debería orientarse a asegurar que los ingresos de los trabajadores sostengan el mercado interno, del cual, entre otras cosas, se espera que venga la reactivación del sector del turismo. Y lo comparo con las iniciativas presentadas en Centroamérica para potenciar el contrato de aprendiz en un marco flexible de despidos.
Las historias personales se acumulan. En una muestra de cómo funciona un sistema de trazabilidad de contactos, el conductor de un camión en Melbourne recibió una multa ejemplar porque, por su condición de trabajador esencial, tenía permiso para salir de dicha ciudad, pero no para detenerse en el camino. Sin embargo, paró a medio camino, de modo que se convirtió en el foco de contagios de los pueblos de Kilmore y Shepparton, en el interior del estado de Victoria. Lejos de eso están las escenas de toda América Latina y de España, de gente joven bebiendo en discotecas, de lo cual se sabe poco.
Termino estas líneas escuchando una versión de Punchdrunk (2020) que incluye a George Harrison (su parte fue grabada en 1998). Esta versión fue realizada durante mayo de este año, en medio del confinamiento. Creo que habrá quienes preparen ya sus versiones de villancicos.
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