¿Todo cambia para que nada cambie?

La carretera después de Las Chinamas me regala imágenes llenas de una luz suave, que marca el atardecer entre campos de cultivo con el cono de un volcán como fondo: mujeres en sus vestidos de domingo saliendo de un templo evangélico, niños en bicicletas y gente que empieza a reunirse en una pulpería alrededor de la televisión para ver las noticias.

Gardenia (1994), de Kyuss, está ahora en mis audífonos. Sonrío pensando que, pese a todo, insisto en los orígenes del stoner y defino una zona de confort. Trazo un par de garabatos en mis apuntes para inmortalizar el momento mientras la carretera y el día se van agotando.

La noche en San Salvador me recibe con los cómputos que certifican la muerte del bipartidismo y el nacimiento de la incertidumbre, a la que se abrazan con alegría los feligreses que profesan su fe en un credo antisistema, que por ahora solo tiene un sumo sacerdote, pero no ministros ni carta de navegación. El cambio de época me hace pensar en la victoria de Vicente Fox con multitudes que gritaban en el Zócalo «¡sí se pudo!», pero que también repetían una advertencia: «¡No nos falles!».

Me espera Managua. Fine Mess (2019), de Interpol, me hace compañía camino al aeropuerto. La madrugada se ilumina con las luces de una larga fila de autos que buscan la entrada a San Salvador.

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Esa misma madrugada, seguramente alguien seguía festejando el fin del bipartidismo en algún lugar de la colonia Escalón. Mientras tanto, en Managua, los vendedores informales de la carretera norte empezaban a ocupar sus lugares. El torturador que se había despedido de sus hijos con un beso se fue a su trabajo en El Chipote. Alguien más cerró la puerta de su casa en Comayagüela para irse con lo puesto y con la esperanza de no volver. Al mismo tiempo, una mujer joven salía del aeropuerto La Aurora, hacia la avenida Hincapié, proveniente de uno de los vuelos con deportados que los Estados Unidos le regalan a Guatemala con una frecuencia cada vez mayor.

El Istmo no se detiene. Y parece estar calentándose. Los retos están allí. Y mientras los analistas prevén que el apocalipsis viene en camino, la gente común hace sus vidas entre el hambre, la falta de oportunidades y la esperanza. Resiliencia, como explicarían los académicos.

Al cerrar estas líneas escucho Carolina Drama (2008), de los Raconteurs, y Ready to Let Go (2019), de Cage the Elephant. Mientras tanto, el auto en el que voy busca Tiscapa entre los chayopalos y una dirección entre las apacibles calles del barrio Bolonia.