Tilly contra Pirulina

He pensado más de una vez que escribir una columna no es más que un acto de catarsis, una especie de diálogo entre mentalidades afines, que ya no necesitan más argumentos. Y tengo la impresión de que algo similar les ocurre a quienes se esfuerzan por hilvanar ideas, argumentos y posiciones escritas desde eso que he dado por llamar la derecha necesaria, que, contemplada desde la extrema derecha, no es más que un grupúsculo desobediente, tan radical como una célula guerrillera.

O, dicho de otra manera, para la burguesía inculta chapina y para la pobrerías privadas de educación y anestesiadas por la religión es muy difícil asimilar un discurso estructurado cuando el mensaje ya ha sido simplificado y petrificado por figuras como Pirulina o Tilly, ambas tan parecidas y tan diferentes.

Entre las semejanzas, la más importante es que ambas, consciente o inconscientemente, invisibilizan problemas de fondo. Ninguna de ellas trasciende la coyuntura, y en esa dimensión parecen enfocar su carga emotiva, que en realidad se dirige a sus pares, ante quienes desfogan su frustración y canalizan su rechazo de la otra cara de la sociedad. Pero esa descarga emotiva no deja de ser efectiva porque construye y posiciona un tema para acaparar la atención de la gente. En ese sentido, ambas utilizan inteligencias emocionales que las mantienen vigentes y alcanzan la aspiración comunicacional del siglo XXI: entretener.

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Luego, las diferencias inevitables, que comienzan por las condiciones materiales. Una, acostumbrada a trabajar en la incertidumbre del día a día, posiblemente ha probado las frustraciones de la pobreza, que no le han robado la fluidez verbal y su energía contestataria. La otra, no menos efectiva, luce acostumbrada a los privilegios de su clase y desde allí hace lo que puede, que por lo regular es descargar sus emociones contra un enemigo de antaño que ella mira por todas partes.

Creo que, en el fondo, hasta les tengo algo de envidia. Se comunican, provocan reacciones emotivas, entretienen y son, de múltiples formas, una muestra de la unidad y lucha de los contrarios. Logran que les pongamos atención a lo intrascendente, a la tragedia de usar una mascarilla inmunda o al dolor de pagar una multa de tránsito. Eso sí, ambas sirven al poder económico, a la estabilidad que necesita el sistema para paralizarnos y procurar que todo siga igual. Ambas se atreven a hacer política, y creo que, para el estándar chapín, lo hacen exitosamente, de manera que bien podrían estar en la Junta Directiva del Congreso o en la cúspide del Cacif, porque no las notaríamos.

Estoy seguro de que ambas tienen facetas de empatía, afecto, asertividad, y otras manifestaciones de sus inteligencias, pero sus caracterizaciones públicas parecen retratar a la Guatemala mal educada, racista, patriarcal, desigual, religiosa y violenta. Y como ellas, por supuesto, hay cualquier cantidad de hombres que las emulan y que siguen el patrón de escupir sobre enemigos y de rifarse el físico en cada segundo al aire. Con eso mantienen entretenidos a sus fanes mientras las cortes están siendo tomadas, las empresas extractivistas destruyen el ambiente o se asesina a líderes sociales.