Mi itinerario de regreso a Guatemala me deja varias horas en tránsito en un aeropuerto cuyo mayor atractivo son tiendas libres de impuestos, llenas de productos que de todas formas no compraría.
Respiro profundo. Tengo un funeral aún en la retina, así como los recuerdos en sus alrededores: rencuentros que luego de una década se saldan con un par de botellas de vino con Psycho Killer como música de fondo, la conversación en un tranvía con una pareja de migrantes venezolanos y su hija o anécdotas para la posteridad como tratar de entrar a un publicitado museo temático sobre el rock local y encontrar que fue rentado para un convivio navideño y que la banda que lo anima toca con furia lo mejor de La Sonora Dinamita.
Me dispongo a llevar con dignidad mis propios errores a la hora de comprar el boleto y elegir un itinerario, por lo que aprovecho el tiempo para leer reseñas. Me encuentro con que Charity, de Courtney Barnett, está en el top 10 de 2018 de Rolling Stone y con que Loudwire recomienda So Far Under, de Alice in Chains, en su selección del año pasado.
Empiezo a contestar mensajes de condolencias o de feliz Navidad, así como a descubrir los otros miles de formas productivas de sobrellevar esta estancia forzada entre las salas de un mall magnificado.
[frasepzp1]
Soy de los que ven volar como una tortura necesaria, a la cual hay que someterse para ir de vacaciones, visitar a la familia, atender bodas y funerales o simplemente ir al trabajo en otro lugar. Algo tienen los aeropuertos, en su falta de encanto, que hace que me sirvan para pasear soledades y fastidios de larga data entre oficiales de migración y de aduanas y hordas de viajeros desesperados por recargar la batería de sus teléfonos celulares.
En mi playlist hace su aparición Masacre en el puticlub (1993), de los Redonditos de Ricota, mientras me involucro en una conversación con otro viajero que tiene algunas horas de espera por delante (no tantas como yo, por cierto) sobre las declaraciones del director de un equipo de ciclismo diciendo que los controles antidopaje están matando ese deporte, ya que alejan a los patrocinadores.
Sus palabras me dejan esa misma sensación de las voces que dicen que los fallos judiciales contra la corrupción alejan la inversión extranjera. O que la corrupción jamás ocurrió en los regímenes de la izquierda de Sudamérica y que las causas judiciales bajo investigación son solamente una persecución selectiva contra líderes progresistas. No cabe duda de que mi capacidad para el small talk caducó en algún momento sin que yo me diera cuenta.
Subo al avión al ritmo de Giraffes? Giraffes! y When the Catholic Girls Go Camping, the Nicotine Vampires Rule Supreme, y lamento no haber puesto suficiente atención a su disco de 2018, Memory Lame, aunque antes de despegar me queda tiempo para empezar a explorar Knife Eyes: 04 Jailbreak. Seguramente habrá tiempo, aunque espero que no en otras diez horas en un aeropuerto.
Más de este autor