Por un lado, continúa la cada vez más certera mano del covid-19, que no se detiene. Pasó ya a formar parte de la cotidianidad al instalarse en la vida de los guatemaltecos como si sus efectos fueran acaso menos temibles de lo que en realidad son. Las calles, los almacenes, los centros comerciales, los parques dan muestra de ello. Por otro lado, como hacía años no sucedía, de pronto volvió la represión gubernamental ante una protesta ciudadana. Ello, con lo que implica en cuanto a intimidación y zozobra. ¿Tenemos lo que merecemos?
En el medio, las secuelas de los huracanes, que aún no han terminado de verse, y la emergencia de las vidas y de los bienes de quienes quedaron en el medio si no olvidados, al menos sí desplazados en la atención pública. Además, la violencia en contra de las mujeres traducida en femicidios es un hecho que pasa prácticamente desapercibido: vidas y muertes asimismo invisibilizadas.
A lo lejos (y para muchos muy cerca de su corazón), la muerte de Diego Maradona. Polémico como pocos personajes públicos, la suya fue también una vida intensa. ¿Quién es quién para juzgarlo?
Para autocomplacerme, quise regalarme un libro. Pero, luego de buscar por aquí y por allá, incluso con la Feria Internacional del Libro virtual en pleno, el que decidí que quiero no está en el país. Tampoco está en la Red ni existe como libro electrónico. No es una rareza. Solo fue escrito por una mujer en el siglo XIX.
En el medio y a su vez en el final, la incertidumbre. ¿Qué pasará cuando todo esto acabe? Ojalá aprendiéramos las lecciones del pasado, las del presente. A nivel individual y colectivo. Permítanme ser optimista. Es difícil, lo sé.
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Rondándome desde hace días, las palabras que escribió Juan Jacobo Rousseau en Discurso sobre las ciencias y las artes, allá por el siglo XVIII. Él se refería a otras cosas, distintas a las que hoy me mueven, pero las suyas me parecen ideas tan actuales y aplicables que de pronto sirven para reflexionar un poco. Las transcribo:
«¡Qué dulce sería vivir en nuestra sociedad si la continencia externa fuera siempre imagen de las disposiciones del alma, si la decencia fuera la virtud, si nuestras máximas fueran reglas, si la verdadera filosofía no se pudiera separar de la dignidad del filósofo! Pero tantas cualidades rara vez van juntas y la virtud no se manifiesta con tanta pompa. La riqueza en la vestimenta puede anunciar a un hombre opulento y su elegancia a un hombre con gusto. El hombre sano y robusto es reconocible por otros síntomas: bajo el vestido rústico de un labrador, y no bajo los arreos de un cortesano, encontramos la fuerza y el vigor...
»Nadie se atreve ya a parecer lo que es. Y, en esta coacción perpetua, los hombres que conforman el rebaño llamado sociedad, situados en las mismas circunstancias, harían todos lo mismo si no se lo impiden motivos de fuerza mayor. Por lo tanto, nunca sabremos muy bien con quién nos enfrentamos. Para conocer a un amigo será necesario esperar las grandes ocasiones, es decir, esperar el momento en que ya sea tarde, puesto que para esas mismas ocasiones habría sido esencial conocerlo.
»¿Qué comitiva de vicios no acompañará a esta incertidumbre? No más amistades sinceras, no más estima real, no más confianza fundada. Las sospechas, las sombras, los temores, la frialdad, la reserva, el odio, la traición se ocultarán siempre tras el velo uniforme y pérfido de la buena educación».
Ojalá solo me equivoque y al final y al principio nos topemos con que, si no todos, al menos la mayoría reflexionemos sobre el presente para lograr, a través de nuestras acciones individuales y colectivas, que en el futuro (al menos el mediato) ni esta época ni las pasadas se repitan.
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