Estos eran los versículos que, escritos con tinta indeleble, se leían a ambos lados del extremo más ancho de una paleta de madera, de esas que miden más o menos un metro de altura, y que utlizan las vendedoras de comida en el mirador de San Lucas para mover el atol de elote en esas gigantescas ollas de metal.
Esta paleta de madera se mantenía colgada junto a un látigo de cuero —cual objetos decorativos— detrás de la puerta del dormitorio de Don Julio*, un fanático religioso que era miembro activo de una reconocida iglesia de la capital.
Cuando Diego* “se portaba mal”, Don Julio (su papá) lo encerraba con llave en el cuarto, mientras lo agarraba a paletazo limpio, tal y como él pensaba que a su dios le agradaba que corrigiera a su hijo varón. La mayoría de veces, Don Julio prefería usar el látigo en vez de la paleta, y cuando quería llevárselas de padre magnánimo y piadoso, “sólo” encerraba a Diego durante varias horas bajo llave, no sin antes haberle quitado todos sus juguetes y cualquier otra cosa que pudiera servirle como distractor.
Los encierros eran mandatorios después cada golpiza. Ya saben, para que Diego “meditara” sobre las consecuencias de haberse pasado del tiempo estipulado adentro de la ducha, de no haber terminado la tarea a tiempo, o de haberse atrevido a escuchar música que no fuera de dios (o sea, música satánica como la de John Secada o The New Kids on the Block).
Diego terminaba especialmente lastimado después de las golpizas con el látigo, ya que las heridas provocadas por éste le reventaban la piel hasta sangrar. El trauma psicológico, el dolor físico, las lágrimas, los gritos y las cicatrices le importaban poco a Don Julio. Lo único importante para él, era hacer las cosas como su dios mandaba.
Afortunadamente (casi me atrevería a decir que “milagrosamente”) estos abusos no quebrantaron el resiliente espíritu de Diego, quien creció para ser un hombre socialmente bien adaptado, trabajador, un padre amoroso, y en general, un tipo funcional y exitoso en todos los sentidos posibles. Pero esto no fue gracias a los constantes abusos de su padre, sino a su forma de ser y de pensar sumamente especial e independiente, y a sus enormes ganas de irse de esa casa y romper con los esquemas que le habían sido impuestos. Y en cuanto pudo, así lo hizo.
Don Julio, a medida que fué haciéndose más viejo y menos fanático, se arrepintió de todo el daño provocado a partir de su esquizofrénico fanatismo religioso. Probablemente comprendió —aunque demasiado tarde— que a los hijos se les educa mediante el ejemplo, con amor y paciencia; no con violencia física, psicológica y verbal. Desafortunadamente, el arrepentimiento vino cuando Diego ya había pasado los veinti-tantos, y el daño ya estaba hecho. Nunca supe si Don Julio alguna vez se disculpó con Diego, pero si sé que la relación padre-hijo quedó irremediablemente dañada.
El anterior es solo un ejemplo de tantos abusos infantiles cometidos en el nombre de dios. Los abusos más obvios e impactantes suelen ser los que se perpetran mediante la violencia física, ya sea en forma de golpes o de abuso sexual. En los casos más extremos, el abuso infantil en nombre de la religión puede llevar a la muerte de los menores, tal y como se ha dado un sinnúmero de veces entre los miembros de algunas sectas cristianas que promueven un total rechazo hacia la medicina moderna, alegando que “va en contra de la voluntad de dios”. Los fieles de estas religiones están tan convencidos de sus creencias, que literalmente dejan que sus hijos mueran por padecimientos perfectamente curables mediante procedimientos de rutina, como transfusiones sanguíneas, o extirpaciones del apéndice.
Salvo en los casos que terminan en muerte, las heridas del abuso físico suelen sanar y desaparecer, pero las secuelas del abuso psicológico pueden causar un daño tan profundo en la psique de un niño, que pueden llegar a tener efectos importantes en el desarrollo de la personalidad y la inteligencia.
El abuso físico siempre va acompañado del abuso psicológico, pero el abuso psicológico no siempre va acompañado del abuso físico. El abuso psicológico se da cuando el adulto, haciendo uso del poder inherente a su autoridad, se impone de manera irracional sobre la voluntad del menor, aprovechándose de su falta de madurez y de criterio propio. Es por esto que la manipulación y la castración intelectual mediante la imposición de dogmas religiosos, también son una forma de abuso (psicológico) infantil.
Aunque no todos los padres religiosos cometen abuso físico en contra de sus hijos, sí considero que todos —sin excepción— cometen abuso psicológico, independientemente de que sean conscientes o no de ello. Lo más curioso es que estos padres no imponen doctrinas dogmáticas a sus hijos con el fin de hacerles daño, sino todo lo contrario (según ellos), dado que ellos mismos fueron víctimas de la misma castración intelectual cuando niños, y por tanto no son conscientes de que repiten el mismo patrón con sus propios hijos.
La castración intelectual mediante el adoctrinamiento religioso es, a mi parecer, una forma de abuso tanto o más terrible que los mismos golpes, no solo por la manipulación mental de la que los niños son objeto, sino porque es socialmente aceptable, y hasta incentivada como algo que supuestamente es “bueno” para ellos y la sociedad.
Los niños son naturalmente curiosos, y precisan de la experiencia, del ejercicio de la lógica para aprender a razonar, y del consejo tutorial para aprender a conducirse en esta vida y conocer el mundo que les rodea. Es en ese orden, y no a la inversa, como la mente de un niño puede ser positivamente estimulada. El consejo tutorial no debe imponerse sobre el razonamiento lógico y la experiencia, o de lo contrario ocurre una incongruencia en la mente del niño, que finalmente le para obligando a tener que escoger entre la razón o el dogma. Por manipulación de los adultos, usualmente estos niños terminan aceptando el dogma.
La experiencia enseña a los niños que para toda causa existe una consecuencia, y el razonamiento lógico les permite establecer la relacion entre ambas. ¿Cómo se supone que un niño va a aprender sobre todo lo que le rodea, si en vez de enseñarle a pensar, se le enseña a obedecer?
*Nombres ficticios. Historia verídica.
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