Ravallion y Quemé: dos tipos de conversación

Pregunta tonta y sencilla en apariencia, pero que arroja una respuesta muy provocadora y potencialmente transformadora de la forma como hemos abordado hasta hoy el tema: pues no, señores; resulta que los pobres no habitan solamente en hogares pobres.

Esto que Ravallion logra documentar para 30 países en África subsahariana no hace más que corroborar dos cosas. Primero, que la unidad de análisis que hemos estado utilizando para focalizar los recursos destinados a reducir la pobreza no puede ser solamente el hogar. Porque, al hacerlo así, estamos perdiendo de vista (por no decir haciendo la vista gorda respecto a) lo que sucede puertas adentro de la casa.

Y segundo, que la focalización, tal como la conocemos, tiene sus enormes limitaciones, ya que está dejando afuera a una parte importante de población que debería ser elegible en programas de reducción de pobreza. Algo por demás interesante en momentos como el actual, cuando varios países latinoamericanos comienzan a discutir la viabilidad política y fiscal de la renta básica universal como mecanismo de protección social y de construcción de ciudadanía.

Este tipo de preguntas son absolutamente fundamentales y relevantes para países que tienen una buena parte de su población viviendo en pobreza. En Guatemala, por ejemplo, donde la mitad de la población es pobre, deberíamos estar inundados de ideas como las de Ravallion.

Sin embargo, el debate sobre el tema (y ya no digamos la formulación de política pública) no termina de cuajar ni de concretarse en cosas básicas y tangibles. Así nos lo recuerda la última columna de Rigoberto Quemé, Desigualdad y pobreza: monólogo de la clase dominante. Lapidaria y sin tapujos, nos dice que hay una absoluta desconexión entre los pocos especialistas del tema y los millones de chapines que están viviendo a diario esa infeliz realidad.

No sé si esto sea deliberado, pero por ratos dan ganas de pensar que en Guatemala hay una estrategia perversa de mantenernos enfrascados en una conversación de altura. Sí, de altura porque sucede a más de treinta mil pies de la realidad. Que las élites, los profesionales, los estudiados sigan discurriendo sesudamente entre sí y levantando dos tipos de preguntas: las abiertas y generales como qué es primero, la pobreza o la desigualdad, crecimiento o redistribución, el huevo o la gallina, Adán o Eva; o aquellas otras metodológicamente ultrasofisticadas y técnicas como la medición de la inflación, el nivel óptimo del tipo de cambio o la tasa de desempleo de equilibrio. Al final, unas y otras arrojan los mismos resultados inconsecuentes.

Así, en Guatemala podemos elegir entre conversaciones más parecidas a las que sugiere Ravallion o seguir neciamente con aquellas como las que denuncia Quemé. Es nuestra decisión como país. Pero, como me dijo hace muchos años un amigo menonita: si seguimos haciendo las mismas cosas, seguiremos obteniendo los mismos resultados. Para obtener un resultado diferente hay que hacer algo diferente.