No me refiero a las aspiraciones individuales de progreso y bienestar. Tampoco a los deseos legítimos de bienestar personal y familiar, que se traducen en condiciones dignas de trabajo, salud, educación, vivienda, recreación, etc. Indudablemente estas aspiraciones son importantes, sobre todo si se considera que son deseos frustrados y negados para la mayoría de las personas en este país: las cifras de pobreza y extrema pobreza suman un 60 % de la población.
Precisamente, el abismo entre las expectativas de bienestar material y su pobre cumplimiento apuntan a una dirección: la mejora de las condiciones de vida no es un asunto estrictamente individual. Los sueños individuales no alcanzan para que se realicen. No es una cuestión de voluntad o de optimismo, como ideológicamente se opina de manera tan ligera.
Los canales legítimos de ascenso social se encuentran fuertemente constreñidos. Las expectativas de consumo no se corresponden con las formas legales de satisfacción. En este abismo (anomia) se encuentra la explicación para muchas actividades como el narcotráfico, la delincuencia o la corrupción. El cierre de oportunidades de trabajo y de educación también explica, en buena medida, la migración en condiciones tan difíciles y azarosas.
Además de estas condiciones materiales tan difíciles, no se encuentran proyectos colectivos que expresen deseos en los que podamos coincidir de alguna manera. Por supuesto que existen ideales que animan esfuerzos por aquí y por allá, pero no se traducen en proyectos potentes que animen cambios sociales de gran alcance.
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¿Ejemplos? Hace cuatro años, con la lucha contra la corrupción y la caída de Baldetti y de Pérez Molina, se despertaron ciertas expectativas de que el Gobierno y la situación del país podrían cambiar. Existía cierto optimismo en el ambiente. Puede que hayan sido expectativas muy limitadas, ingenuas, apresuradas y, sobre todo, sin una organización social que les diera soporte, pero se creyó que las cosas podrían mejorar. Esas expectativas no existen el día de hoy [1].
No solo las condiciones políticas parecen haber regresado a antes de 2015. También las esperanzas y expectativas parecen haber retrocedido a otra época. Como se ha de insistir, no es que no existan sueños y emprendimientos colectivos, pero su peso social es relativamente pequeño frente a la inercia, las necesidades, las carreras del día, las frustraciones, la apatía. Y ciertos deseos, como los que se encuentran en el consumo voraz, expresan la reproducción de lo mismo, no una salida distinta.
Con todo, este mismo panorama puede ser motor para el cambio. Las insatisfacciones son una potente fuente de deseos. Los sueños frustrados de felicidad, el contraste entre lo que se quiere y lo que se vive efectivamente, funcionan como experiencia de contraste que apuntan a la superación de las carencias actuales.
Lo que necesitamos es perder el miedo. Pensar y desear emprendimientos colectivos. Soñar colectivamente.
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[1] Existen, de hecho, otros ejemplos mejores de sueños colectivos en la historia del país. Pero este ayuda a ilustrar el punto por su cercanía en el tiempo y permite apreciar el contraste entre un momento cargado de optimismo y otro de talante más bien gris.
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