No puede haberlos porque la vida no es una película de Hollywood con final feliz (donde siempre, no olvidarlo, gana el muchachito bueno y deja en el camino —cosa en la que no se insiste mucho— a los malos, que curiosamente son negros, indios, musulmanes o comunistas). El único paraíso es el perdido.
¿Por qué decir eso? Porque el socialismo nació como una propuesta crítica al sistema capitalista. Ante las terribles injusticias del modo de producción surgido en Europa hace ya varios siglos, globalizado a partir de la llegada europea a América y la posterior dominación de ese continente y del África, un par de intelectuales críticos, Carlos Marx y Federico Engels, desarrollaron un esquema conceptual y una propuesta de acción para superar esas inequidades. Así surgió el socialismo científico en la segunda mitad del siglo XIX. Esa revolución teórica sirvió como guía para las primeras revoluciones político-sociales de la historia: Rusia, China, Cuba.
Cuba, isla de ensueño en el Caribe, lugar vacacional para muchos estadounidenses durante el siglo XX —playa, casino y lupanar de lujo—, fue el lugar donde ocurrió la primera revolución socialista en América. A partir de 1959, expulsada la dictadura que manejaba el país, se comenzó a construir una nueva sociedad. El ideario socialista se impuso y los logros estuvieron a la vista. La isla revolucionaria exhibe hoy los mejores índices socioeconómicos del Sur: salud, educación, seguridad ciudadana. El capitalismo global, liderado por Estados Unidos, ve en esos logros un peligro: el pobrerío del mundo podría seguir ese ejemplo. Por eso desde Washington, y por espacio de 60 años, se buscó desestabilizar el socialismo cubano por todos los medios posibles. Sin embargo, la revolución se mantiene.
Últimamente, la Casa Blanca ha ideado nuevas formas de lucha política, supuestamente no violentas, tendientes a revertir procesos que no son de su agrado. El ideólogo que le dio forma a este tipo de intervenciones es Gene Sharp, escritor estadounidense visceralmente anticomunista que fuera nominado en 2015 al Premio Nobel de la Paz. Paradojas del destino: inspirándose en los métodos de lucha no violenta del mahatma Gandhi, este intelectual orgánico al statu quo estadounidense sentó las bases para que la CIA y otras agencias estatales norteamericanas (USAID, NED, algunas fundaciones de fachada) desarrollen sus intervenciones en distintas partes del mundo siempre en función de la geoestrategia de dominación de Washington (¡en modo alguno alejada de la violencia!). Estas, según Sharp, se hacen así:
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Generación de protestas, manifestaciones y piquetes para persuadir a la población (léase manipularla) de la ilegitimidad del poder constituido y buscar la formación de un movimiento antigubernamental. Así, un cambio de gobierno se enmascararía como resultado de una protesta popular espontánea.
Eso se complementa, como parte de estos golpes de Estado suaves, con el trabajo disuasivo realizado por la corporación mediática comercial, siempre alineada con el capital y con posiciones conservadoras. Trabajar sobre la corrupción denunciando y magnificando hasta el hartazgo hechos corruptos por parte de los funcionarios díscolos consigue resultados: dado que es un tema sensible, incluso sensiblero, las poblaciones responden siempre visceralmente. Eso se probó en Guatemala en 2015 y se implementó luego en Brasil y Argentina.
Esas estrategias, que dieron lugar a las llamadas revoluciones de colores en las ex repúblicas soviéticas, se intentan repetir ahora en Cuba. Levantar la voz contra la corrupción, como pareciera ser ahora la nueva cruzada universal, o la manipulada reacción al desabastecimiento provocado por el infame bloqueo que mantiene Estados Unidos desde hace seis décadas —similar a lo que hace en Venezuela— buscan provocar inestabilidad política. El plan consiste en azuzar malestares populares —que, por supuesto, los hay, como pasa en todos los países— con la idea de forzar un cambio de gobierno. La prensa comercial exalta esas movilizaciones intentando mostrar un gobierno de La Habana jaqueado y agónico. La realidad es muy otra. Pese a los tremendos problemas derivados del bloqueo, pueblo y gobierno cubanos siguen su camino socialista, como lo acaban de mostrar recientemente.
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