Hace 500 años, en el valle, dentro del cual está el llano del Pinar, se libró la primera batalla contra la invasión castellana, siendo el pueblo K´iche´ ejemplo de defensa del territorio, la vida, la cultura y la dignidad que fueron avasallados violentamente por el colonialismo, en el marco de una legalidad creada solo para beneficio de los invasores.
Situado a los pies del volcán Ixcanul, llamado Santa María, es el valle que menciona el Popol Vuj, donde los héroes Jun Ajpú e Ix Balamqué jugaban pelota. Luego de la invasión en las comunidades se ha creado el imaginario basado en la memoria histórica que considera que el Palajunoj es el cuerpo tendido de Tecun Umán y que su cabeza se sitúa a los pies del volcán, sus pies en la entrada del llano del Pinar y sus brazos en el cerro Candelaria y en la base de Tierra Colorada Alta.
El valle fue la reserva territorial donde se refugiaron los k´iche´s ante la imposición de la ciudad de Quetzaltenango, en territorio que es propiedad legal del «Común de Indios», etiquetados como rurales la población y el territorio. Condenados a ser los proveedores de alimentos para la ciudad, de mano de obra barata o trabajar como peones en lo publico y en lo privado. La pobreza y la desigualdad son expresión del sistema injusto y racista impuesto desde 1524.
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La dignidad no ha desaparecido. La población se ha superado en lo educativo, por ejemplo, y hoy muchos habitantes han estudiado y comprendido la situación de opresión e injusticia que han vivido. Han entendido que son victimas de los que habitamos la ciudad, donde los indígenas perdimos mucho de la identidad de pueblo para convertirnos en clases sociales medianas y bajas. Somos citadinos pero no ciudadanos. Esa es la diferencia con las luchas y reivindicaciones de la población del Palajunoj, que libran una desigual batalla para demostrar que son también ciudadanos con derechos y no solo obligaciones.
En la ciudad, tanto indígenas como ladino/mestizos de clase media y baja no peleamos nuestros derechos, ni conocemos por cuales pelear. En el Palajunoj, están claros en luchar contra un instrumento que debería ser para el desarrollo integral del municipio, como es el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) y que, para Quetzaltenango, dista mucho de ser un verdadero Plan de desarrollo integral. Es simplemente un Reglamento de Construcción que afectará más a las áreas aún no devoradas por la ciudad y estas son las llamadas áreas rurales.
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La ciudad quedará exenta de la mayoría de disposiciones de un reglamento de construcción con máscara de plan de ordenamiento. Porque sus calles están delineadas, las construcciones poco cambiarán. Además, por ser de observancia general debió haberse consultado con la población. El Código municipal señala tres formas de consulta a sus vecinos y el Convenio 169, de orden constitucional, obliga a consultar a los pueblos y comunidades indígenas. Nada de eso se hizo. Se legalizó, pero no se legitimó como debió ser por afectar, para bien o para mal, la propiedad privada y también la comunal.
En la ciudad, ni enterados ni interesados a pesar de que en su momento el POT nos va a afectar.
Lo del botadero de basura se debe resolver de forma definitiva. Lo iniciado como un relleno sanitario técnicamente construido fue enterrado con la basura que autoridades de los últimos 18 años han llevado a ese territorio donde viven ciudadanos quetzaltecos, no «rurales», como despectivamente se les nombra.
El botadero de basura es una tragedia ambiental (ver foto) y debe ser clausurado, porque excedió los 15 años de existencia que marca la ley, además de otras violaciones legales. Y porque está impidiendo una vida sana y digna para todo el municipio. Pero como en la ciudad solo producimos la basura y no vemos la tragedia en las montañas sagradas, ni el futuro de nuestros hijos y nietos que sufrirán las consecuencias ambientales, en vez de preocuparnos atacamos a las comunidades que defienden la vida, el agua y la naturaleza.
Así, de colonizados estamos.
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