No recuerdo cuándo fui al Centro Cultural Miguel Angel Asturias por primera vez. Debe de haber sido para algo del colegio, a veces nos llevaban a un teatro que estaba en la Avenida Elena, pero luego un cuate rompió un tubo de luz negra y nos proscribieron de allí ad aeternum. No se cuándo fui la primera vez.
Debe de haber sido algo del colegio. Desde entonces fui un montón de veces. En particular al Teatro de Cámara. Andábamos ensayando una obra de teatro que escribió nuestro profesor de inglés de tercero primaria. Una obra sobre las falsas amistades en la que a la chava más morena de la clase le tocó ser la sirvienta, al favorito le tocó el papel principal y a cada uno de los compañeros les tocaron papeles que parecían escritos con una dosis de esa actitud passive-aggressive que tienen algunas personas hacia los niños. Al final de cuentas, presentamos la obra en el teatro de cámara en una función en que nuestros papás quedaron muy contentos y el ego del maestro salió muy bien parado.
Pero divago. Total, que desde entonces he ido muchas veces. Fui a obras del colegio y fui a ver cómo Arzú le hacía el desplante a Christian Tomuschat con lo de la presentación del informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Una vez fui a un concierto de Fito Paez en el que Giovanni Pinzón y Álvaro Rodriguez (¿lo habré soñado?) tocaron un cover de Serrat, Vagabundear, y no recuerdo haberme sentido más solo en mi vida.
Iba a los conciertos del Teatro al Aire Libre, cuando andaba de fotógrafo amateur, buscando mi lugar en el mundo y tratando de conquistar a una chava que siempre se me escapó. O más bien, de la que nunca me pude dar cuenta que ya estaba en la bolsa. O mejor aún, una chava que estaba en la bolsa, siempre y cuando no quisiera asirla. En fin, me distraigo.
Vamos, que lo que quiero decir es que el Centro Cultural Miguel Angel Asturias es un lugar central en mi vida como capitalino clasemediero. Y ya expliqué, nunca me gustó.
No porque no sea bonito, menos aún porque tenga malos recuerdos. De hecho, esa vez que me sentí solo, fui feliz de saber que se podía estar feliz en soledad. No, no es eso. Es que el Centro Cultural Miguel Angel Asturias (le voy a decir "el teatro" ya que estamos en confianza), es como una bofetada. Como una burla.
Es como ese recordatorio de lo que podríamos haber sido. Está allí y nos dice: “ve, qué chilera sería la ciudad si todo fuera como esto.”
Se yergue en medio de un montón de mierda. En medio del caos, en medio de la suciedad y la derrota.
Y no es que la capital no tenga otros lugares bonitos, dignos de ir a pasear un fin de semana, de ir a ver al gigante o a escuchar un concierto. Los hay. La diferencia es que el teatro es público y es un recordatorio de que lo público perdió.
Perdió la escuela pública, perdió la administración pública, perdió la salud pública, perdió la seguridad pública, perdió el espacio público, perdió usted que no tiene acceso a lo privado.
Porque lo público solo sirve para hacerlo mierda. Y luego decir que no sirve y hacerlo chinche y luego privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Y de eso el alcalde algo sabe.
Porque que los muchachos del enduro hayan agarrado el teatro como si fuera su finca, es novedad. Lo que no es nuevo es que vean lo público como su finca y lo privado, como el casco de la finca.
Si al final de eso se trata, de usar al Estado para lo que nos conviene y nos interesa. Ya sea jugar a que la ciudad está abandonada y podemos meter las motos en el teatro o jugar a que somos policías élite y pasearnos por los operativos policiales con nuestros amigos vestidos de robocop.
Y por eso no me gusta el teatro. Porque si no pasás por el centro cívico, podés olvidarte, podés obviar esa promesa de lo que pudo ser un futuro mejor. Si te conformás con los espacios públicos que en realidad son privados, si te conformás con que lo tuyo lo hagan chinche y no te den cuentas podés pasarla más o menos tranquilo. Pero de allí aparece el teatro, cuando pasas por la Sexta o cuando abrís tu facebook, y te acordás de lo mal que están las cosas y de lo menos horribles que podrían haber estado.
Como dijo un amigo, si en lugar de estar metidos con la cabeza en el culo, los que estamos protestando por esto nos encargáramos de que hubiera una agenda cultural todos los fines de semana en el teatro, pues no hubieran podido llegar los motovándalos a hacer mierda el teatro.
Y de alguna forma también me disgusta, ahora que pasó la motocatástrofe, que es un reflejo de lo mal que estamos como sociedad. Si la gente a la que nos importan estas cosas sólo nos importan cuando ya pasó, si nos rasgamos las vestiduras cuando ya CIRMA cerró pero no nos acordamos que existe hasta que ya cerraron, si no nos escandalizamos porque vino y se fue el cumple de Asturias sino hasta que lo podemos usar para tirar mierda, entonces siempre vamos a llegar tarde al mañana.
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