Hoy, formal o informalmente, las medidas de distanciamiento social están relajándose. A fuerza de necesidad ingente y de desesperación por la precariedad económica, la gran mayoría de la gente está de vuelta en las calles. Asimismo, algunos sectores empresariales ejercen su influencia y activan sus cuotas de poder para presionar al Gobierno y lograr que este levante todas las restricciones que han afectado a sus negocios, actitudes que se pueden juzgar de egoístas o irresponsables ante la aceleración del número de casos confirmados de covid-19.
Sin pretender defender el egoísmo y la irresponsabilidad, que algo de eso hay, debe entenderse que la intención de volver a la normalidad es comprensible. No me refiero a las grandes corporaciones, que bien podrían soportar meses cerradas, pagando los sueldos de sus empleados trabajando desde sus casas, sino a la enorme y gran mayoría de la gente, que trabaja en la economía informal y para la cual un día sin salir a trabajar o comerciar realmente significa un día sin comer. Para ellos, la necesidad de volver a la normalidad previa a la pandemia es una cuestión de supervivencia.
Lamentablemente, me temo que la normalidad que toda esta gente (y, en general, la economía guatemalteca) anhela de vuelta corresponde a la realidad previa a la crisis. La realidad que están enfrentando la gente y todos los agentes económicos ya es muy distinta a como la economía venía desempeñándose hasta febrero. La actividad económica ha sido grave y seriamente dañada a nivel mundial, y Guatemala no es inmune a lo que ya es una recesión económica comparable a la Gran Depresión de 1929.
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La economía de los Estados Unidos de América está siendo gravemente golpeada. Los que han perdido su trabajo a causa de la crisis de la pandemia del covid-19 ya superan los 33 millones, con lo cual el desempleo en ese país ya alcanza el 25 % de la fuerza laboral. Nuestros hermanos migrantes están dentro de los más golpeados, lo que implicará una caída en las remesas familiares, lo que a su vez significará un golpe fuertísimo para la economía guatemalteca, toda vez que esas remesas eran ya el sostén del sector externo de la economía, superando en importancia a las exportaciones de bienes y servicios. Las condiciones y tendencias de la economía global son de deterioro, así que quienes usualmente compraban productos guatemaltecos ahora no lo harán.
En el ámbito interno, ya la recaudación de impuestos registró una primera caída, la cual puede empeorar y limitar la capacidad de acción y respuesta del Gobierno. La demanda agregada también está golpeada y deprimida, lo que significa que, aunque la gente pueda salir a vender y las empresas de cualquier tamaño puedan abrir, los consumidores no saldrán a comprar. La gran mayoría de la gente está en una situación muy precaria y pasa verdaderas penas económicas, de modo que carece de recursos para, por lo menos, recuperar los niveles de consumo previos a la crisis. Esta situación es gravísima para algunos sectores, por ejemplo el turismo, los cuales posiblemente ya estén condenados a no recuperarse: simple y llanamente los turistas extranjeros no vendrán, y los nacionales tampoco están para salir a pasear. Y el turismo es solo un ejemplo de muchos sectores económicos posiblemente heridos de muerte.
Por lo tanto, puede que la realidad nos imponga que volvamos a una normalidad muy distinta a la que conocíamos. Y ojalá me equivoque, pero puede que sea trágica y muy desagradable, con pérdida de muchas vidas y una economía destruida.
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