Nuestro país está pasando una de las peores crisis políticas a causa de los conflictos que existen entre quienes se pelean por tener a mano (y adorar) a los tres ídolos actuales: el poder, el tener y el placer. A costa de todo y de todos. Y está transcurriendo en medio de una de las peores pandemias que ha conocido la humanidad por la capacidad de contagio que tiene el SARS-CoV-2.
Esta crisis se ve reflejada en las elecciones de las cortes, que están careciendo de los mínimos principios éticos en su realización. Y a los responsables, con tal de hacerse con el poder, no les ha importado correr riesgos que incluyen hasta la cárcel, como está sucediendo con algunos candidatos a magistrados.
Pero el pueblo, el sufrido pueblo de a pie —y que aun así paga sus impuestos—, más que atento a estos despropósitos, está luchando por sobrevivir a la pandemia como puede, con lo que tiene a mano o con aquello que cree que es bueno. La mejor explicación me la dio un paciente cuando me dijo: «Estamos saliendo por nuestras propias pistolas porque ayuda del Estado no hay». Y en su rostro se reflejaba ese rictus que solo puede provocar una existencia angustiada.
Los contrastes a ojos vistas son groseros. Por un lado, campean el hambre y la falta de dinero para la consecución de los medicamentos que atenúan los síntomas provocados por el coronavirus. Por el otro, hay noticias de que «se dispone de un total presupuestario de 78.6 millones de quetzales» para celebrar el bicentenario de la independencia patria. Así, la gente se pregunta a qué independencia y a qué patria se refieren cuando muchas comunidades afectadas por las tormentas Eta y Iota en el norte de Guatemala permanecen en el olvido y el abandono.
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Hasta el jueves de la semana pasada habían ingresado a Guatemala 5,000 dosis de vacunas donadas por Israel y 200,000 dosis donadas por India. En contraste, el Gobierno solo ha logrado simulacros de vacunaciones y un pésimo manejo de los escándalos provocados por el robo de un frasco que contenía diez dosis de la vacuna donada por Israel y la denuncia del Ministerio de Salud por la compra de supuestas pruebas falsas para covid-19. Situaciones que, sin perjuicio del principio de presunción de inocencia al que tiene derecho todo ciudadano, ameritan una decisiva intervención del Ministerio Público.
Como guatemalteco en el ejercicio de mis derechos y obligaciones, y como médico en ejercicio de la profesión (y, como tal, expuesto a padecer de covid-19), hago un llamado a las personas responsables de la debacle que estamos viviendo para que no sigan llamando a la oscuridad. La población está desesperada, irritada y colérica. Un chispazo puede detonar una conflagración que, lejos de solucionar nuestros problemas, nos hundiría más en ese suampo donde ya estamos empantanados desde los últimos mandatos gubernamentales.
Hasta hoy, señores (me refiero a los responsables de la debacle en el país), ustedes caben en el cabal concepto del mal según lo explica Morris West: «El mal es sereno en su enormidad. El mal es indiferente a la argumentación y la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible» [1].
Me pregunto: ¿tendrán acaso el valor de plantarle cara al mal y de pasarse al lado de los buenos? Recuerden que el mal nunca paga bien. Más temprano que tarde terminarán en la cárcel.
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[1] West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Buenos Aires: Javier Vergara Editor, S. A. Pág. 125.