No me gusta Marduk, pero…

Lo que sucedió en Guatemala el miércoles pasado puede ser lo más parecido al sueño húmedo de un concejal bogotano que 24 horas antes anunció que persigue exactamente el mismo fin: evitar que la banda de marras se presente en Colombia. Y la Asamblea Legislativa del El Salvador comienza a coquetear con la misma idea.

Situaciones como esta crean las cortinas de humo que la clase política adora. Ayudan, además, a los medios a venderse y provocan debates inútiles, como casi toda discusión en Twitter.

Vamos a pasar por alto la magnífica exhibición de cómo se definen las más altas prioridades de política pública para el debate de un Parlamento o de un consejo municipal. Existe un riesgo no calculado en la actividad de los campeones de la moral que impulsan las prohibiciones, que puede terminar generando un efecto exactamente contrario al deseado.

Me imagino que el manager de la banda debe frotarse las manos pensando en toda la publicidad gratuita que la banda recibe (y no merece), prácticamente viniendo de ninguna parte, y que solo la beneficia en términos de un mercado marginal, pero urgido de desarrollar una mitología sobre persecución y exclusión por parte del establishment. Marduk gana lo que no tenía: ahora usted sabe quiénes son y habrá quien compre sus discos y vaya a sus conciertos.

Toda la escena se convierte (casi) en el argumento para un capítulo de Absolute Power, la serie satírica de BBC sobre una firma de relaciones públicas (Prentiss McCabe) capaz de montar una campaña sobre una enfermedad que no existe, impulsar a la selección inglesa a un auténtico paquete o considerar una operación para reivindicar el fascismo: una banda de una escena marginal impulsada por sus detractores a un tema de política pública. También puedo pensar en un capítulo de The Simpsons con un argumento similar. Y cuando una sátira inglesa y Marge Simpson son los referentes de una conducta política… (aquí venía escrita una maldición, borrada oportunamente por el editor de Plaza Pública).

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Yo crecí escuchando metal. Pero, personalmente, no me gustan bandas como Marduk. Además de sus preferencias por la supremacía racial, encuentro cuestionable que alguien se autoetiquete como blasfemo y al mismo tiempo tome para sí el nombre de una deidad babilónica de aquellas que recibían los atributos de las otras deidades que iban quedando en desuso hasta convertirse en el dios supremo de la época de Hammurabi. En sí, esto constituye un límite perverso sobre cualquier potencial proceso creativo —si es que existe—.

Sin embargo, me gusta mucho menos aún la censura. Una vez que intuye un triunfo, nunca se queda quieta y vuelve por más. En todo caso, espero que, en su retorno, la larga y afilada espada de estos justicieros responda al llamado de la diputada que clamaba en la sesión legislativa por la prohibición del reguetón —por incitación a la violencia— y de los narcocorridos —por su apología del delito—, tal vez la única persona con un razonamiento que buscaba aplicar la más básica noción del derecho penal en el proceso de formación de la ley: proteger bienes jurídicos.

Mientras eso sucede, me quedo con mi dosis de metal favorita: Iron Man (Black Sabbath) y la biografía de Tony Iommi.