Mata Hari me acaricia la cara

»Ella no levantó las manos ni se lanzó hacia adelante o hacia atrás. En cambio, ella pareció colapsar. Lenta, inerte, se puso de rodillas, con la cabeza en alto siempre y sin el menor cambio de expresión en su rostro. Por una fracción de segundo pareció que se tambaleaba allí, de rodillas, mirando directamente a los que se habían llevado su vida. Luego cayó hacia atrás, arqueando la cintura, con las piernas dobladas debajo de ella. Yacía inmóvil, con el rostro vuelto hacia el cielo».

Así detalló el reportero británico Henry Wales la ejecución de Margaretha Zelle, más conocida como Mata Hari.

Fue la hija mayor y la única mujer de una familia de cuatro hermanos. De su infancia no se sabe mayor cosa, excepto que su padre los abandonó cuando ella entraba a la adolescencia y que su madre murió al poco tiempo después. Tenía 18 años cuando se casó con un oficial holandés 20 años mayor que ella. Después de la boda se trasladaron a vivir a Indonesia. Allí nacieron sus dos hijos, Norman-John y Louise Jeanne. El varón murió antes de cumplir los dos años, algunos dicen que envenenado.

El matrimonio colapsó y la pareja acabó divorciándose cuando ya estaban de regreso en Europa. El marido le quitó la custodia de la niña alegando conductas impropias de la madre. A su hija no la volvió a ver nunca más.

Margaretha se quedó sola y en la calle. Para ganarse la vida empezó a hipotecar su alma, primero como modelo nudista y después como cortesana. No era que tuviera muchas opciones de donde agarrarse siendo mujer y divorciada en aquella Europa de principios del siglo XX. Tenía 30 años, un rostro exótico, el cabello negro y largo y las ganas de salir adelante. Decidió trasladarse a París y allí se reinventó como bailarina excéntrica, diestra en danzas que aprendió en Bali. Se presentó a sí misma como Princesa de Java y se puso el nombre artístico Mata Hari. La historia narra que, además, tuvo un sinnúmero de amantes. Por su lecho pasaron embajadores, militares y grandes empresarios.

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En el contexto de la Primera Guerra Mundial fue acusada de espionaje. En poco más de 40 minutos un tribunal determinó que era culpable, y días más tarde fue ejecutada por un pelotón de fusilamiento.

Esta semana, mientras ojeaba un atlas indonesio para chicos de primaria, descubrí que, en bahasa, al sol se le llama Mata Hari. Mata quiere decir ojo y hari día. Ojo del Día fue el nombre que escogió Margaretha Zelle cuando decidió reinventar su vida en un ambiente social que la condenaba y marginaba, con cero posibilidades de salir adelante. Margaretha estaba sentenciada a morir de hambre, pero Mata Hari la salvó, torció su destino y le dio un espacio en la historia humana.

Ahora vivo en Yakarta, en el piso 31 de un edificio de 53 niveles. Todas las mañanas, a eso de las 6:00, me levanto y voy a la cocina a prepararme el café. Al pasar frente a la ventana veo una bola de fuego brillante que me mira desafiante y siento que un rayo me acaricia la cara. Es Mata Hari, que, ataviada con joyas doradas, viene a recordarme que a la vida hay que sacarle provecho y que cada día es un día para reinventarse.