Entro en la librería en busca de una copia de Becoming Madame Mao (2000), el libro de Anchee Min. Un buen amigo en Managua me ha recomendado esa lectura sobre Jiang Qing, la esposa de Mao, para tener un mejor entendimiento de la política en dicha ciudad.
La mención de Madame Mao llamó el vago recuerdo de una imagen en blanco y negro publicada en las páginas de un periódico: el juicio de la Banda de los Cuatro, tres hombres y una mujer vestidos con la rigurosidad de los códigos revolucionarios, las caras largas y serias frente a un tribunal y las imágenes de un afiche, llevado por manifestantes, con las mismas cuatro personas atravesadas por una bayoneta.
La lectura promete ser apasionante, como en algún momento lo fue también Adiós, muchachos (1999), el retrato de Sergio Ramírez que cubre la revolución sandinista y termina con la descripción de la infame Piñata.
Pido un café, acarició el lomo del libro y, mientras espero, les doy un vistazo a las noticias: la misión del robot Opportunity finaliza en Marte, alguna estrella se encuentra en tratamiento para la depresión y en Boca del Monte un cuerpo queda tendido en un callejón, entre casas hechas de bloc, cubierto por una manta de los bomberos voluntarios. Además, el Chapo es encontrado culpable en Nueva York y un nuevo cargamento de cocaína es interceptado en las aguas del Pacífico.
Ozzy podría tener razón: desde los periódicos hay heridas mentales que no sanan y la vida se ve un poco como una amarga vergüenza. Y la lectura de Anchee Min va un poco en ese sentido a través de la biografía de alguien que acumuló poder con base en su relación con un líder aquejado por la idolatría.
[frasepzp1]
Afuera, el tráfico comienza a llegar a su anticlímax. La hora pico se adivina por el paso lento que adoptan los vehículos. Las conversaciones en las mesas contiguas me llegan por oleadas, con palabras, risas y alguna mirada extraviada. El aroma del café me recuerda que he estado antes aquí. Disfruto de la lectura con plena conciencia suicida de cada minuto que pasa: la conciencia del lector que tiene pocas oportunidades de serlo frente a un retrato crudo y exquisito del poder.
Allá afuera hay gente que corre para inscribir sus candidaturas y que decide que su gancho publicitario es llegar empujando el carrito de un supermercado al tribunal. En el Ecuador, aquejado por elecciones municipales, la pregunta de los candidatos es cómo copiar la estructura de las campañas de marketing de los equipos de futbol que se han acercado al mercado de los millennials. Hay quienes empiezan a empaquetar las lecciones de los comicios salvadoreños y a vender una receta.
Mientras tanto, el poder se reconfigura. Se adapta a las nuevas caras (o no tan nuevas), celebra pactos y espera. Algunos fracasarán en su intento de asaltarlo, como Madame Mao, pero otros seguramente están más cerca. Y sus círculos cercanos, la feligresía, esperan ansiosos lo que les toque en forma de contratos públicos o de plazas.
Más de este autor