Por segunda vez conozco un estudio que sitúa a Guatemala, junto a otros cuatro países, con la población de más baja estatura, teniendo como promedio 1.50 metros, lo que contrasta enormemente con otros países, especialmente los colonizadores europeos. Mi madre medía 1.50 metros y mi padre 1.55, producto de una vida precaria durante las generaciones anteriores donde el objetivo central de la alimentación era no morir, aunque no llenara los requerimientos nutricionales que hoy se señalan como necesarios para una vida saludable.
En 50 años de trabajo de campo en comunidades y ciudades, me han impresionado las condiciones físicas de nuestros hermanos que viven totalmente al margen de los beneficios del Estado (que tampoco son muchos). Piel morena áspera, problemas dentales, desnutrición, baja estatura especialmente en mujeres, descalzos con pies agrietados, enfermos constantemente, muchos alcoholizados, sin belleza según los cánones occidentales, pobres, sin acceso a la ciencia y tecnología para mejorar sus condiciones económico-productivas, explotados laboralmente en tareas arduas y peligrosas.
En tanto, en las ciudades hay estratos privilegiados que han superado esas duras condiciones coloniales, aunque aún víctimas de la colonialidad.
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La raíz de los problemas estructurales que afectan a los pueblos nace de la invasión a tierras mesoamericanas por los castellanos-españoles que implantaron un sistema que se ha perpetuado en perjuicio de los pueblos originarios y que tuvo como esencia el odio y desprecio al diferente, la ambición por los metales preciosos para consolidar imperios europeos a través de las guerras permanentes y la doctrina del descubrimiento, de carácter legal, impulsada por la Iglesia Católica. De ahí, el sometimiento y la precaria sobrevivencia de la población que antes tenía tierras, cultivos, alimentos y culturas de consumo basados en un equilibrio con la naturaleza y con la salud de las personas.
El primer dispositivo de destrucción masiva llegó en 1518 a Santo Domingo con un personaje que se ignora si era marino o funcionario real,pero que estaba «Infectado del virus de la viruela y expande el contagio por la isla. Han dejado testimonio de ello dos frailes jerónimos -Luis de Figueroa y Alonso de Santo Domingo-, responsables entonces de la administración de la isla, que el 10 de enero de 1519 escriben al rey Fernando que, por causa de la viruela, ha muerto desde diciembre anterior un tercio de los denominados indios y todavía hoy continúan muriendo».
Las enfermedades europeas se extendieron rápidamente a México, Guatemala y se cree que llegaron hasta América del Sur. La desnutrición y la inseguridad alimentaria fueron, de ahí en adelante, terreno fértil para que las enfermedades arrasaran con pueblos enteros: viruela, tifus y otras epidemias que se fueron repitiendo constantemente sobre los colonizados.
La dieta sana, la medicina tradicional, la naturaleza plena de vida, la paz y la tranquilidad desaparecieron por la usurpación de las tierras, la implementación de cultivos y ganadería importada de Europa y la obligación de trabajar la agricultura y ganadería para beneficio de los encomenderos, curas, funcionarios y aventureros españoles que se aposentaron en los centros poblados que, hoy pomposamente, se nombran falsamente como ciudades fundadas.
La esclavitud y el sometimiento por medio de la violencia y el miedo afectó biológica y sicológicamente a los pueblos. Han sido aproximadamente 20 generaciones que han transitado desde el límite del exterminio, la escasez de alimentos, hambrunas y enfermedades, hasta la recuperación demográfica siglos después de la invasión.
500 años después, en Guatemala sobreviven ocho millones de indígenas, de los cuales 73 % son pobres (o sean unos seis millones), la mayoría en inseguridad alimentaria, privados de una vida digna y humanizada, producto del colonialismo.
José Pablo Prado-Córdova. EL SUSTRATO DE LA PERPETUACION DEL HAMBRE EN GUATEMALA. Agricultura, sociedad y desarrollo. Vol.8 no.1 Texcoco ene./abr. 2011
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