Desde que regresé de estudiar en el extranjero en 2,003, he dedicado una parte importante de mi carrera profesional a analizar las condiciones institucionales y políticas que rodean a los procesos electorales en Guatemala, empezando por el difícil proceso electoral de aquel año: entonces gobernaba Alfonso Portillo, uno de los primeros actores políticos que ensayaron el modelo de cooptación de las instituciones públicas que ahora ha consolidado Alejandro Giammattei. En aquel lejano 2,003, existía la fundada sospecha que podría haber una crisis institucional, debido a la movilización de recursos institucionales y sociales que se materializaron en muchos días aciagos, tales como el jueves negro y el viernes de luto, por lo que unos meses después de ingresar a Guatemala, acompañe el proceso electoral desde la verificación que entonces realizaba como consultor asignado a la Procuraduría de Derechos Humanos.
Veinte años después de esos convulsivos años, la constante sigue invariable, cada vez que se aproxima la época electoral, la percepción siempre es de peligro inminente, debido a una serie de factores que se han ido agravando con el paso del tiempo: en primer lugar, desde 2,011 se popularizó la acertada frase «votamos, pero no elegimos», debido a las características del sistema de partidos políticos: volátiles, poco estructurados, con poca o nula vida partidaria y conducidos férreamente de forma centralizada desde el Comité Ejecutivo Nacional, sin arraigo ciudadano real y orientados al mejor postor, más parecidas a mafias criminales que a instituciones políticas representativas, tal como supone la teoría.
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Un segundo motivo de preocupación se deriva de la orientación primordial de estas estructuras: lejos de cumplir el sueño del bien común que estipula la Constitución, a tales mafias con apariencia de partidos solamente les interesa alcanzar el poder, y debido a que se articulan en torno a redes territoriales basadas en la amistad o el compadrazgo, guardan celosamente la afinidad real que les mueve, por lo que fácilmente se desafilian del partido gobernante, articulándose en torno a otras estructuras que parecen novedosas, pero que en realidad solamente reciclan la estructura de poder que supuestamente ha sido desplazada del poder. La capacidad de mimetización de dichas estructuras garantiza que haya muchos operadores políticos a la sombra, por lo que pese a que formalmente hay relevo, en la práctica existe cierta continuidad en la orientación de dichas estructuras: su objetivo central es saquear de forma sistemática los recursos públicos.
Un tercer motivo de preocupación es justamente, la capacidad de dichas estructuras de rearticulación que han logrado desde que se intentó desplazarlas del poder en el período 2,015-2,019, cuando el trabajo de la CICIG y el Ministerio Público (MP) de Thelma Aldana desarticuló algunas de dichas redes criminales: se intuye que persiguen el objetivo de consolidar su poder, garantizando el control institucional que garantice sus intereses en el largo plazo, por lo que desde el año 2019 han ido capturando todos las instituciones que consideran clave: el MP, la Corte de Constitucionalidad (CC), la Procuraduría de Derechos Humanos (PDH), la Corte Suprema de Justicia (CSJ), la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac), y ahora pretenden consolidar su poder vía el otorgamiento de recursos a las municipalidades. El gran objetivo es la victoria electoral de 2,023, lo que les permitirá pasar a la siguiente fase de su plan: la aprobación de reformas que consoliden el diseño institucional de la captura del Estado, con lo cual irán cerrado toda posibilidad real de cambio.
En ese escenario complejo y difícil, aún existe la fundada esperanza de que la ciudadanía y los principales actores políticos organizados se den cuenta de la difícil coyuntura que atravesamos, por lo que aún se espera una estrategia para detener a estas estructuras criminales. Tengo la certeza que la crisis es una oportunidad inmejorable de cambio, por lo que quizá la conciencia del momento difícil que vivimos motive a una gran respuesta ciudadana para detener la ola regresiva: bien dicen que la esperanza es lo último que debemos perder.
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