Esta variedad de experimentación tiene su mejor expresión (ya como resultado) en la desorganización social y en el retraimiento de muchos líderes sociales pese a los enormes desmanes de no pocos funcionarios en los poderes del Estado. Por lo menos en años recientes, la presión de las masas se hizo sentir. Hoy no pasamos de ser una masa amorfa que busca respuestas y sin una dirigencia con habilidades para responderlas, menos para influir en la toma de decisiones que favorezcan el bien común.
La férrea postura del pueblo ante los dislates del gobierno de Otto Pérez Molina contrasta con la insustancial actitud popular frente a las insensateces de las actuales autoridades. Perspectiva esta que indica la crisis de los colectivos. Y quién sabe si esa crisis no sea (también) producto de un manejo de psicología de masas. Un componente más del ensayo.
De ser así, ¿quiénes son los responsables últimos y qué pretenden? Porque, aunque estas preguntas tampoco tengan respuestas a corto plazo, el producto del titiriteo se percibe y sufre.
Para mejor comprender, entremos en intelección de qué se entiende por masa en sociología. Gustave Le Bon, psicólogo social perteneciente a la escuela positivista, la definió como «una agrupación humana con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo». Y entre sus características resaltan (según el mismo autor) la heteronomía en oposición a la autonomía, la moldeabilidad y maleabilidad, y la total ausencia del debate.
Se entiende entonces que en ese tipo de masa hay una pérdida de capacidad para discernir y una (casi) total incapacidad de establecer un diálogo basado en la razón para llegar a conclusiones válidas.
Como una saludable antítesis, el doctor Salomón Lerner Febres, rector emérito de la Pontificia Universidad Católica de Perú, proclamó en la lección inaugural de 2011 en la Universidad Rafael Landívar: «Hoy sabemos que el gran enemigo de la democracia y de la salud de la cosa pública no es en primer lugar la corrupción ni la inacción, sino la degradación del lenguaje. Por ello, si hay un cometido inexcusable para la universidad actual como aporte a la construcción de la ciudadanía, es el de preservar el poder comunicante y vinculante de la palabra». A su conferencia la tituló Palabra y ciudadanía.
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A la luz de las proclamas de ambos tratadistas y de nuestra realidad actual, ¿acaso no hay todo un aparato destinado a degradar el lenguaje y todo el conocimiento en Guatemala?
Veamos las fisonomías de ese titiriteo.
- Colocar en puestos clave a personas no capacitadas para ejercerlos, entiéndanse la Presidencia de la República, la junta directiva del Congreso y la nata de la incapacidad en algunos ministerios y otros cargos.
- Desde tales categorías, el lanzamiento de zarpazos contra instituciones que deben ser la fuente no solo del conocimiento, sino también de la democracia. Como muestra, la disminución del presupuesto en más de 118 millones de quetzales a la Universidad de San Carlos y el recorte de más de 11 millones a la Fundación Fe y Alegría.
- Aumento de la asignación anual del Ministerio de la Defensa, que, según noticias de prensa, ronda los Q678,767,571. Y conste que no estamos en estado de guerra.
- Los pervertidos intentos de algunos diputados de legislar para silenciar a quienes los critiquen.
- Y, en un intento que bien puede llamársele el culmen de la irracionalidad, querer modificar nuestra Carta Magna para borrar del mapa a la Corte de Constitucionalidad.
Así las cosas, el experimento está en marcha. En nosotros queda la responsabilidad de discernir cómo detenerlo. Porque, mientras los diputados se llenaban hasta el hartazgo con chicharrones y carnitas durante la elección de su nueva junta directiva, en la aldea Palachuj, San Sebastián, Huehuetenango, un niño de 11 años (con evidentes signos de desnutrición proteínico-calórica) era vapuleado por adultos como consecuencia de haber sido sorprendido robando comida. Y una perversidad como esta jamás, entiéndase, jamás debe suceder en un país que se dice cristiano y civilizado.
A manera de colofón, ¿sabe usted cuál es el salario del presidente del Congreso de la República? Asústese. Su ingreso mensual es de Q65,150.00. Los otros integrantes de la junta directiva tienen ingresos de entre Q49,150.00 y Q53,150.00 al mes. Un verdadero abuso en un país que está hundido en la miseria.
Reitero: en nosotros queda la responsabilidad de atajar la llegada a la zona del no retorno. Nuestras leyes nos permiten actuar apegados a la legalidad, la justicia y la moral.
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