Para conseguir «una Centroamérica democrática, próspera y segura» propone 5 pilares y 14 objetivos. En resumen, estas son sus 37 acciones: certeza jurídica en negocios; promover la inversión; soluciones tecnológicas; oportunidades para mujeres, jóvenes y minorías; facilitar el comercio; trabajar con multilaterales; asociarse con el sector privado; infraestructura energética transfronteriza; acceso a educación y salud; resiliencia agrícola; energías renovables; independencia del sector justicia; transparencia; eficacia legislativa; empoderar a actores públicos y privados; apoyar a la sociedad civil y a los medios; promover anticorrupción y sancionar a corruptos; finanzas gubernamentales; atención a poblaciones marginadas y a defensores de derechos humanos; rendición de cuentas, controlar asesinatos extrajudiciales; protección a la sociedad civil y a sindicalistas; marco jurídico laboral; prensa independiente; policía civil y su rendición de cuentas; socios y cooperación regional contra el narco; espacios locales seguros y alternativas para jóvenes y exdelincuentes en reintegración, y prevenir y perseguir la violencia y apoyar a las víctimas.
Todas [1] son cosas que los Estados Unidos hace ya. Todas en Centroamérica. Y ejecutadas todas en Guatemala en proyectos de USAID, del Departamento del Tesoro, de la DEA, de la MCC y de otras agencias federales.
No me malinterprete: son acciones positivas que le agregan mucho valor a la atención de los problemas que nuestros Gobiernos insisten en descuidar. Pero escribir una lista de lo que se hace no es desarrollar una estrategia aunque le ponga ese título con una bonita cubierta. A menos que la Casa Blanca tenga un ingrediente secreto, esa compilación de acciones que ya se hacen no conseguirá resultados distintos de los que ya se obtienen… con esa misma colección de acciones.
No cuesta entender por qué. Así como compilar intervenciones no es solución, compilar trastornos no es explicación. Sí, en Guatemala hay inseguridad económica y desigualdad, corrupción y déficit democrático, irrespeto a los derechos y a la prensa, violencia y crimen organizados y violencia sexual, de género y doméstica —los problemas que abordan los cinco pilares de la estrategia de la Casa Blanca—. Pero esos problemas también los presentan Nigeria, Colombia y Rusia, por tomar cualesquier tres países. Sin embargo, su migración no es problema para Estados Unidos, ya sea por razones tan obvias como las barreras geográficas o, más sutiles, como el ingreso medio de los ciudadanos. Y México, por ejemplo, tiene también las debilidades citadas, pero no son la única base de la política en la relación entre este país y su vecino del norte.
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El error del argumento sobre migración centroamericana se evidencia con una comparación específica. En Estados Unidos hay más migrantes del Caribe (4.4 millones en 2017) que de Centroamérica (3.8 millones en 2019). Y no alcanza pensar que el problema es el crecimiento: entre 2010 y 2017, la población migrante centroamericana en Estados Unidos creció 24 %, pero la caribeña creció 18 %. Menos, pero bastante.
Más interesante es ver que, en 2019, Guatemala, Honduras y El Salvador —los países de mayor interés— contribuyeron con 3,269 millones de migrantes. Esto es el 86.4 % de todos los migrantes de Centroamérica y el 11.2 % de la población de dichos países. Un tsunami de gente, dirán algunos. Pero resulta que los cuatro primeros países del Caribe con gente en los Estados Unidos (Cuba, República Dominicana, Jamaica y Haití) aportan un número similar (3,288 millones de personas), que son el 88.3 % de los migrantes del Caribe. Y eso es el 12 % de la población de dichos países [2].
En otras palabras, no solo el Caribe aporta más migrantes a los Estados Unidos, sino que son una proporción mayor de su población de origen. ¡Dios santo, el Caribe expulsa gente con desenfreno! Salgamos urgentemente a buscar las raíces de la migración desde las islas.
Quizá es hora de buscar en otra parte, por ejemplo en que los caribeños tienen un ingreso menor que los centroamericanos en Estados Unidos ($47,000 anuales por hogar caribeño, $51,000 anuales por hogar centroamericano), pero hablan más inglés (66 % entre caribeños, 44 % entre centroamericanos), son más viejos (promedio de 49 años versus 40 años para los centroamericanos) y son más educados (21 % tienen bachillerato completo, contra 11 % entre los centroamericanos).
Las raíces de la migración [3] no se encontrarán en el Sur. Las raíces de la migración son como la belleza: están en los ojos de quien mira.
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Léelo en inglés.
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[1] Excepto quizá la atención a energías renovables, pero esto puede ser medida de mi ignorancia más que de ausencia de intervención.
[2] Para los datos poblacionales de los países usé los números de Worldometer del año correspondiente (ver aquí y aquí).
[3] En la Casa Blanca hasta abandonaron el calificativo de irregular. Quizá simplemente se hartaron de los centroamericanos.
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