Las niñas que no tienen cuerpo

El pensamiento mágico religioso puede tener algunos usos prácticos, como negar el hecho de que al morir dejaremos de existir, dejaremos de pensar, porque somos nuestro cuerpo. En otras palabras, no poseemos un cuerpo. Somos un organismo con capacidad para actuar y pensar. Y como la idea de la muerte es abrumadora, la mayoría de las personas parece elegir la fantasía de que la muerte es solo para esa posesión temporal: el cuerpo.

Entonces, esa ruptura absurda entre lo que somos y los cuerpos en los cuales habitamos nos hace pensar en estos como algo relativamente externo. Y allí encuentro una operación cognitiva perversa, especialmente para las mujeres, básicamente porque pensar en el cuerpo como algo ajeno, que puede ser poseído, es un paso previo para pensar en el cuerpo como una mercancía o un territorio que puede ser controlado por otras personas o instituciones.

Así, a la mayoría de los niños y las niñas se les enseña que sus cuerpos no son suyos. Son de alguien más, que a veces es el dios judeocristiano y que en otras ocasiones es una persona adulta que puede tocar, causar dolor, provocar placer o simplemente decidir sobre ellos. Por supuesto, en esas relaciones de poder, las niñas son particularmente vulnerables.

Una niña que se percibiera empoderada aun a temprana edad estaría en la capacidad de pedir auxilio, gritar, correr o tratar de protegerse si alguien trata de tocarla, si alguien la agrede. Pero no. A las niñas se les enseña que hay partes de su cuerpo que no tienen nombre y que no pueden ser tocadas por ellas. En otras palabras, que su cuerpo es ajeno, y no suyo. Que es o será de alguien más.

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En los casos más dramáticos, las violaciones y los embarazos forzados ocurren en ese territorio negado a las niñas y a las mujeres, a quienes además se las criminaliza por interrumpir un proceso de gestación que aun en las primeras semanas se trata de presentar como el aparecimiento de nueva vida, de un nuevo cuerpo que tampoco es de ellas, y sobre el cual no deben decidir.

Por lo anterior, es tan difícil que se discuta con seriedad una iniciativa para proteger a las niñas que son violadas y en ocasiones forzadas a parir. Interrumpir la gestación en las primeras semanas no es un atentado contra una vida, pues no existe una persona diferente de la niña violada ni biológica ni jurídicamente.

Las niñas siguen siendo vistas en nuestra sociedad como territorios y cuerpos que se poseen y que existen en una jerarquía patriarcal. Por eso el Estado debe intervenir tutelarmente para protegerlas. Por eso debemos apoyar la iniciativa de ley denominada Protección integral y reparación digna a las niñas y adolescentes víctimas de violencia, explotación sexual y trata de personas. Esa ley es apenas un esfuerzo para que las niñas y adolescentes sufran menos violencias y accedan a un mayor control sobre sus vidas.

Tal vez así algún día haya millones de niñas, adolescentes y mujeres en Guatemala que perciban sus cuerpos como algo irrenunciable, sobre lo cual solo ellas puedan decidir.