A usted y a mí nos cuesta imaginar una cantidad de dinero así. No importa cómo lo veamos: 122 millones de quetzales son mucha plata. A ojos de pobre, son el salario mínimo de más de 3,700 trabajadores agrícolas por todo un año. A ojos de no tan pobre, son 195 años enteros del salario del ministro de Finanzas, la cartera mejor pagada del gabinete de gobierno actual.
Por prejuicio de trabajo, yo lo pienso en términos de educación. Hace unas semanas me entrevistó el programa de radio Con Criterio. Los periodistas querían hablar sobre deserción escolar durante la pandemia. Sentí que mi respuesta fue insatisfactoria. ¿Qué necesitamos para abordar la deserción escolar causada?, inquirió el entrevistador. Más dinero puesto en educación, contesté. Podría haber señalado acciones más específicas, como salir a buscar a los estudiantes uno por uno, para asegurar que sigan inscritos.
Sin embargo, quizá tenía razón, después de todo. Sí es asunto de dinero. Porque mis cuentas me dicen que Q3,750 compran un computador y Q3,600 pagan un año de internet de alta velocidad. Así que con 122 millones de quetzales podemos dotar de computador y de conexión a 16,326 estudiantes por todo un año. Muchos estudiantes seguirían enlazados aun con la escuela cerrada. Y ese dinero es un solo hallazgo en una sola casa en un solo allanamiento por una sola fiscalía.
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Pero no. Con estas cuentas perdemos de vista lo importante. Porque la pregunta de fondo no es cuánto, sino cómo. Al hablar del dinero pasa lo que ya vemos en la prensa. El vicepresidente ha dicho que la plata debería usarse para enfrentar la desnutrición, yo digo que serviría en educación y a usted tal vez se le ocurra que estaría bien emplearlo en fomentar la agricultura de precisión, en dar bonos para suplir la cuarentena o en tantas otras buenas causas. Todo, cuando el dinero ya tiene destino obligado por ley: los bienes extinguidos pasarán a los presupuestos del Ministerio Público —la siempre vigilante Consuelo Porras se los agradece—, del Ministerio de Gobernación y de otros agentes de justicia. Y punto. Debatir su destino, aunque opinen el vicepresidente, los diputados del Congreso o los mismos ciudadanos, no es sino hablar del portón de potrero abierto cuando el caballo hace rato se ha fugado. Solo distrae de la pregunta de fondo.
Porque la pregunta de fondo es cómo hemos llegado a la posibilidad de que funcionarios de gobierno roben y acumulen una cantidad de plata así. La pregunta de fondo es cómo puede ser que la casa donde estaba ese dinero sea propiedad de gente que defendió a empresarios mafiosos señalados por la Cicig. La pregunta de fondo es cómo pudo un Congreso corruptísimo darle espacio a esa misma gente como supuesto testigo ante una comisión espuria para denunciar a la Cicig. La pregunta de fondo es cómo es que la casa de marras resulta estar en el mismo condominio donde ya antes fue capturado otro mafioso.
La pregunta de fondo es por qué la jefa del Ministerio Público insiste sin tregua en acosar administrativamente a Francisco Sandoval, justamente el fiscal que está a cargo de la FECI y que le da este golpe al crimen organizado. La pregunta de fondo es por qué hace apenas unos días el Cacif y la Fundesa se deshacían en halagos para la misma Consuelo Porras y ahora callan ante el logro de la FECI.
Y así vamos alcanzando el fondo. Porque la pregunta de fondo es cómo una ciudadanía que fue capaz de expulsar a Otto Pérez Molina de la presidencia pudo tragarse la gigantesca mentira de que el problema era la Cicig. La pregunta de fondo es cómo aún hoy aguantamos que el enorme traidor Jimmy Morales no esté literalmente en la picota. Y por qué el gobierno actual no mueve un dedo en esta dirección, sino más bien lo apaña. La pregunta de fondo es cuánto tiempo más aguantaremos esta enfermedad que nombramos corrupción, pero que realmente se llama Guatemala: este Estado perverso, engendro deforme y enano que con nombre de legalidad no hace sino erigir políticos vendepatrias y que a oscuras les paga 122 millones de quetzales por servir fielmente a una élite perversa, egoísta, miope y parasitaria.
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