Contra las ficciones que hacen un llamado a la unidad y que se repiten cada año (y en muchas de las tensiones sociales que nos atraviesan), muestra una verdad que queremos olvidar: la violencia y las múltiples heridas que nos han formado como sociedad y país.
La película es una nueva versión de la popular leyenda del mismo nombre, que se encuentra presente a lo largo y ancho de América Latina. Sin embargo, esta versión se sitúa en el contexto del juicio al general Efraín Ríos Montt [1]. Ficcionaliza la experiencia de la familia del general acusado por genocidio y a través de ello expone las tensiones de clase, interétnicas, de género, ideológicas y religioso-morales que atraviesan la sociedad guatemalteca y que la configuran como proveniente de una violencia fundante, la de los miles de muertos y desaparecidos del conflicto armado interno, pero que se puede rastrear mucho más allá, en la Colonia y la Conquista. Las relaciones interétnicas que se muestran en el seno de una familia de clase alta, dividida por el color de la piel, el idioma y la posición socioeconómica, lo presuponen ineludiblemente.
La Llorona busca a sus hijos, pero no porque ella los mate (como en algunas de las versiones de la leyenda), sino porque ella y sus hijos (una niña y un niño) fueron asesinados por el ejército guatemalteco, personificado por el general acusado de genocidio [2].
Es muy interesante señalar que el juicio que acaba en la sentencia por genocidio, las acusaciones que provienen de los manifestantes de la calle (que presentan fotografías y nombres reales de las víctimas de asesinato y desaparecimiento del conflicto armado interno) y el encierro al que se ven sometidos se elaboran en los síntomas de los personajes: sueños, preocupaciones, llantos, discordias y visiones que tienen, incluyendo la de las víctimas-fantasmas que pueblan el enorme jardín de la casa (pero que resultan una mínima fracción de las víctimas reales). También aparecen en la división que causa el deseo perverso y atormentado del general, los terribles sueños de la esposa y el poético acto de justicia que acaba con la vida de este.
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La muerte del general o la imagen final de su compañero de armas, responsables por las masacres de miles de inocentes, son un ajuste de cuentas con el pasado. Un ajuste de cuentas que llama a una justicia pendiente, que no ha dejado descansar a las víctimas y que no permite la celebración espuria de una patria excluyente y violenta con sus hijos e hijas.
Es muy importante que existan películas como La Llorona, de Jairo Bustamante. Aunque existen muchos trabajos académicos y otras expresiones artísticas que abordan la temática, el cine tiene la ventaja de llegar a un público más extenso y contribuye, por su impacto emocional, a la elaboración de imágenes y discursos que quedan en el recuerdo colectivo sobre los sucesos narrados [3].
Finalmente, además de ver la película, hay que escuchar la versión de La Llorona que interpreta Gaby Moreno, que dice, entre otras cosas: «Todos lloraban tu tierra, Llorona, tu tierra ensangrentada».
[1] Tras el nombre del general Enrique, cualquier persona en el país sabe que se trata de Ríos Montt. Muchas referencias como la reacción del sector empresarial lo comprueban.
[2] Las escenas de las huidas y de las masacres son fugaces pero dolorosísimas.
[3] Ver Iglesias, Carlos, y Regina, Ester (2013). «André Malraux bombardeando Burgos: la Guerra Civil española en el cine reciente». Maquiavelo frente a la gran pantalla. (Iglesias Turrión, Madrid, Akal). Entre otros aspectos, los autores señalan que, de 1977 a la fecha en que escriben, existen 58 largometrajes de ficción sobre ese hecho histórico. No hay comparación con lo que se ha producido en el país. Las razones son muchas, pero la pobreza y el poco apoyo a los artistas son parte de este enorme desbalance.
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