Ayer todos, con trajes oscuros, acompañados de ujieres que extendían el brazo sobre pasillos limpios con olor a desinfectante barato, les enseñaban el camino al estrado. Caras serias, firmes, cantaban (otra vez) el himno nacional. Uno a uno los mejores presidían el acto. Morales, Ochoa, Pineda y Alejos coincidían en el temor a Dios y a la injerencia extranjera citando pasajes de la Biblia y de la Constitución, libros sagrados que no se modifican, que son inmutables y eternos. Vaya si no.
Sobre esos libros han construido y legitimado su poder. Sobre palabras como soberanía, superioridad, legalidad, debido proceso, extranjero. Con voz de locutor institucional que podría ser usada para presentar los nuevos talcos Mexana mundialistas, el presidente Jimmy Morales Cabrera nos recordó y advirtió (y nos amenazó con) que nadie es superior a su ley: ni la fiscal general ni el procurador de los derechos humanos ni ningún embajador ni ningún juez. Advertencia nimia. Su red impía está completa. Junto a él se encontraban representantes de los de siempre, otros en sus curules, algunos invitados y la mayoría desde sus oficinas y fincas.
Aquí no pasa nada. Y nada pasa. Y nada pasará.
El presidente Morales transitará por todo su período asegurando que no pase nada. Ha nombrado ministros y secretarios, ha construido una bancada infame consolidando la lealtad de magistrados, ha nombrado a una fiscal anodina, desconocida y oscura y se ha rodeado de pastores, nuncios y banderas de Israel para que no pase nada.
¿Cuál ha sido su estrategia? Aprovechar el miedo narrado de generación en generación y asimilado en nuestro tejido social al pecado, a la desobediencia, al desorden, a la responsabilidad individual y colectiva. Los pastores, los curas, los líderes comunitarios se han asegurado de que aquí nadie piense. El cambio es malo. La crítica desafiante es castigada con las tinieblas eternas o con el caos social. Al líder no se le discute. A bajar la cabeza y repetir la lección.
[frasepzp1]
Domingo a domingo, de jueves a martes, la sociedad guatemalteca se construye alrededor de grupos de oración y de templos rebosantes, sin espacios apenas para la construcción de actividades seculares. Y eso se nota.
Cualquier discurso sazonado con tres versículos, cinco pausas teatrales, voz quebrada y ojos llorosos llega a convencer, a causar empatía, cercanía. Eso lo hacen todos ahora. Que si la Virgen de Fátima guía el camino de la fiscal o que si el libro del Levítico define el concepto de justicia del presidente del Organismo Judicial no importa.
Treinta y tres años dice que tiene la Constitución, la que defienden Galdámez, Alejos y Morales, sobre la que juraron la magistrada Ochoa y el ministro Alonzo, la que contiene los principios sobre los cuales aseguraron y acrecentaron su patrimonio empresarios de toda calaña. Todos tienen un destino divino o ancestral que cumplir. A todos los asiste la razón. Son ungidos. Lo han visto. Es más grande que ellos. Solo son instrumentos de su poder. Y ante eso, ¿qué puede hacer un abogadito inadaptado y casi cincuentón? Nada. Solo aguantar las miradas de desaprobación y de censura.
Cállate, Carlos. No eres consecuente. No eres puro. Eres contradictorio. Los ungidos sabrán qué hacer y distinguirán entre el bien y el mal.
Bendiciones (así se despiden ahora todos).
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