He estado tratando de ver la migración hacia Estados Unidos desde otros ángulos. Cada vez me percato más de la pluridimensionalidad del fenómeno. Hay algo que me intriga porque también lo veo a diario en casa: la experiencia de los niños. El gusanito me ha estado carcomiendo desde hace meses hasta que finalmente he podido abrir una puerta para tocar ese universo: la maestra a cargo del programa ESL en la escuela de mi hija. Respondió a mi correo con una fecha para la entrevista, y he de confesar que en ese momento aún no sabía exactamente qué es lo que buscaba. No importa. Así funciona este oficio. Vamos tanteando.
Los niños son la población más vulnerable en las olas de migración hacia Estados Unidos. Y esto también se refleja en las aulas. En 2012, según datos del Pew Research Center, ocho de cada diez niños en edad escolar que tienen al menos un padre inmigrante sin papeles nacieron en Estados Unidos. En Nevada, casi uno de cada cinco estudiantes (18 %) tiene al menos un progenitor inmigrante sin autorización de residencia. Es el porcentaje más alto del país, seguido por el de California (13 %), el de Texas (13 %) y el de Arizona (11 %).
«Cuando estás en la clase con estos niños, ¿te ves en un espejo?», le pregunté. Sasha, hija de madre costarricense y de padre paquistaní, llegó a los Estados Unidos a los tres años de edad. «No necesariamente», me contestó. «He vivido en varias partes del mundo y, después de estudiar, terminé instalándome en esta ciudad, que he hecho mía». No fue al revés. Insiste en ello.
Una de las primeras observaciones que hace es que la mayoría de los niños con los cuales trabaja resienten la ausencia de un sentido de pertenencia. No todos, pero la mayoría. Y todos, absolutamente todos, tienen una avidez descomunal por aprender. El inglés primero, pero tienen también una curiosidad sin límite sobre todo lo que ven en clase. Durante diez años Sasha ha querido coordinar este programa y lo logró hasta el año pasado. Está aprendiendo a ver los retos diarios desde los ojos de un niño que no quiere que lo llamen por su nombre en su idioma natal o de la niña que llegó a la clase sabiendo leer y escribir en árabe y que luego de tres cortos meses levantó la mano porque quería leer frente a toda la clase su primer texto en inglés. Es una constante, me dice Sasha. No importa cuál sea su idioma materno. Lo que su experiencia le ha demostrado es que los niños que tienen un buen dominio y manejo de su idioma logran utilizar eficazmente esas herramientas en el segundo o tercer idioma.
Al principio todo esto le parecía asombroso, pero luego fue profundizando el análisis de los casos en los cuales es más difícil el proceso de enseñanza y aprendizaje. Me habló de los migrantes migrantes. ¿Cómo así? Es una categoría que ella utiliza para referirse a aquellas personas que migran por la naturaleza de su trabajo, con la cual hace particular referencia a los trabajadores agrícolas de las grandes plantaciones sureñas, pero no únicamente. Hay una gran movilización interna de los migrantes al interior del territorio estadounidense. Son espacios que hay que contemplar y son espacios de vida en los cuales la población infantil está siendo principalmente sujeta a condiciones de vulnerabilidad e inestabilidad —y no solamente en el ámbito educativo—. La escuela es, en todo caso, una burbuja disuelta en un medio que les es muchas veces adverso. Y por ello no necesitan usar palabras y frases como discriminación, racismo, desigualdad de oportunidades o migrante: lo viven a diario. Si no fuera así, ¿por qué pedir que por favor no te digan Andrés sino Andrew? ¿Por qué pedirle a tu amigo que lleva lonchera si puede volver a hacer cola en la cafetería para sacar una porción extra y así poder llevar a casa algo de comer? ¿Por qué crear divisiones en el interior de las escuelas que van afianzando la zanja entre una población élite que puede acceder a los programas magnet (para alumnos avanzados) y el resto de estudiantes asignados a los programas comunes? Pequeños indicadores de una estructura sociocultural y educativa que se adivina no solo inequitativa, sino muchas veces excluyente.
Mientras tanto, los niños trabajan en ir más allá de los conceptos. Sasha me cuenta que una de las técnicas que usa para afianzar ideas que reúnan diversos temas, sustantivos e imágenes es el uso de una caja de zapatos vacía. La idea principal (the main idea) tiene que salir de lo que van introduciendo en la caja de zapatos. Un grupo de niños fue introduciendo a lo largo de una semana ciertos objetos en su caja: conchas de distintos colores, un botecito de arena, un caracol, una estrella de mar. El mar era la idea principal. Un mar en el que, asumo, pueden distinguir el horizonte. Un mar cuya orilla probablemente conocen. Un mar donde pueden estar juntos. Un mar que rebasa el lenguaje y los conceptos porque es un mar donde todas las vidas cuentan. Un mar, en suma, que dice: «Esto somos».
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