Hace poco imaginaba qué ocurriría si uno de los candidatos presidenciales estadounidenses moría antes de las elecciones de noviembre. La poca visibilidad de Joe Biden durante la campaña electoral, estrictamente confinado en su casa y viajando poco —en comparación con la energía del presidente, que ha estado en giras constantes en los últimos meses—, nutría la imagen de un contendiente casi octogenario débil y distante y dibujaba el escenario de un potencial deceso no tanto del lado republicano como del demócrata.
Pero mi cuentecillo electoral se va tornando más como la fábula de la liebre y la tortuga. Los papeles se van revirtiendo ahora con la noticia de que el mandatario estadounidense contrajo covid-19 y de que al cierre de esta nota aún está en cuarentena en un hospital militar.
Como la liebre presumida de la fábula de Esopo, Trump se ha confiado y así ha sacado ventaja de su posición como presidente y ha viajado constantemente en desafío de las medidas sanitarias y de distanciamiento físico incluso ahora, cuando se supone que debería estar completamente aislado por presentar síntomas de covid-19. El domingo por la tarde salió en su camioneta blindada, con su cuerpo de seguridad, para saludar a sus correligionarios, que guardan vigilia fuera del hospital donde él permanece.
En el curso de sus giras se ha vanagloriado de éxitos que aparentemente su administración ha alcanzado, ha propinado insultos antiinmigrantes cada vez que puede, ha minimizado la gravedad de la pandemia o le ha endosado la responsabilidad de esta a China. Para aumentar su popularidad con los votantes conservadores, ha sacado raja del reciente fallecimiento de la magistrada Ruth Bader Ginsburg para seleccionar y nombrar a su suplente sin perder tiempo. Esto, pese a que cuatro años atrás el Senado republicano le negó audiencias al juez Merrick Garland, el elegido del presidente Obama para sustituir en el cargo al finado magistrado Antonin Scalia.
Refiriéndose a su contrincante como Slow Joe (Joe el Lento), Trump se burla con desdén del desempeño de su rival cuando era vicepresidente o congresista. Incluso, se mofa de él porque siempre porta una mascarilla y apenas reúne a un número reducido de seguidores durante sus mítines de campaña.
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Mientras tanto, en esta carrera cada vez más cerrada, Joe el Lento avanza diligente como la tortuga. Se sigue cuidando frente al virus, no toma atajos y mantiene un mensaje positivo y de unidad centrado en la gente. Tuvo un desempeño relativamente bueno durante el primer debate electoral a pesar de que este ha sido catalogado como el peor de la historia. Dada la arrogancia, la impertinencia y el hostigamiento constante del mandatario, era mucho pedirle a Biden que elaborara con mayor sustancia su plataforma de gobierno, sobre todo cuando el tono del presidente lo arrinconaba a defenderse de manera permanente. Y su defensa funcionó a pesar de todo. Cada vez que Trump atacaba con lengua viperina, Joe no era tan lento: lo ignoraba astutamente y se dirigía al público de inmediato para destacar la manera como las decisiones erráticas de la administración actual los afecta.
Ahora bien, ¿qué pasa si Trump muere o por alguna razón sale de la contienda? Muchos han pronosticado que la situación médica del presidente es poco transparente. Ante la confusión surgen hipótesis de que poco antes de que termine la campaña va a recuperarse y a resurgir milagrosamente como la liebre, a pocos metros de la recta final. ¿Logrará alcanzar a Biden, quien, según las encuestas, sigue sacándole poco margen en estados clave? Recordemos que los votos electorales —y no el voto popular— están en juego.
En lo personal, la salud del presidente me tiene sin cuidado. Preocuparse por lo que le suceda producto de su arrogancia y pensar que él está más allá del bien y del mal son actitudes tan inmerecidas como la forma en que él constantemente desprecia a la ciudadanía. Lo que dudo es que muerto el perro se acabe la rabia. Si Biden les arrebata Texas a los republicanos —el estado en disputa con mayor número de representantes electorales en la contienda— y otros estados clave como Florida, Pensilvania, Ohio o Michigan, ¿aceptará Trump su derrota o alentará la violencia? O, como diría un colega, ¿sacrificará a la república para salvarse él?
En menos de un mes sabremos si la prudencia y la decencia predominan en el electorado y terminan sellando la irresponsable arrogancia del pueril mandatario.
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