He sido propositivo, he pedido que se escuche a las autoridades del Gobierno y he disentido de quienes se han dedicado a criticar en las redes sociales sin poner en el tapete un pequeño mensaje de aliento. Sin embargo, me es absolutamente imposible callar ante una amenaza (semejante al virus en letalidad) que se está cocinando en estos momentos en el Congreso de la República.
En plena fase de contagio de la epidemia de covid-19, los diputados del Congreso de la República de Guatemala pretenden aprobar la aberrante iniciativa de ley 5719 y olvidan que la población más vulnerable está a las puertas de una hecatombe a causa de dicha pandemia y de la incapacidad del Estado para dar una adecuada respuesta a tamaño desastre.
En el momento en que escribo este artículo (17:38 horas del jueves 2 de abril de 2020), los congresistas están reunidos para aprobar semejante mamotreto, cuyo objetivo es, supuestamente, impulsar la reactivación económica del país. Se aprovechan para ello del estado de calamidad pública decretado para prevenir, contener y dar respuesta a los casos de coronavirus que puedan suscitarse en Guatemala (decreto 5-2020).
Dicha ampliación incluye rubros que nada tienen qué ver con gestiones para contener la epidemia: entre otros, Q20,000,000 para el Congreso de la República, Q1,500,000 para el Parlacén y Q5,000,000 para la Asociación de Dignatarios de la Nación de la Asamblea Nacional Constituyente. Y serían beneficiados con otras cifras más estrambóticas el Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda, los consejos departamentales de desarrollo y el Instituto para la Asistencia y Atención a la Víctima del Delito.
Me pregunto qué papel juegan semejantes instituciones con relación a las exigencias científicas para paliar las consecuencias del contagio.
Desconozco cuál será el resultado de la votación de los diputados, pero creo firmemente que, de aprobarse ese extravío, la Corte de Constitucionalidad puede enmendar el yerro, que podría costar vidas de hermanos guatemaltecos y quizá la nuestra (y la de los mismos diputados), porque el SARS-CoV-2 no distingue clase social, filiación política, nivel económico ni procedencia citadina o rural.
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Pero hay algo peor. Se trata de la iniciativa 5691, que dispone aprobar la llamada ley de 100 años de inversión y empleo. Este otro descarriado intento incluye en su contenido exenciones de los impuestos sobre la renta, de solidaridad y del valor agregado, así como de los impuestos arancelarios para toda materia prima y maquinaria necesaria para la instalación de industrias que no esté operando en el país antes de la entrada en vigor de esta ley. Imagínese usted, estimado lector: una caterva de ¿empresarios? sin pagar impuestos durante 100 años.
Confío también en que, de aprobarse la infeliz iniciativa 5691, la Corte de Constitucionalidad saldrá al paso de tan perversa intención.
La posibilidad de que no se aprueben esas iniciativas es alta. Hay diputados que se están oponiendo y, mientras haya una voz que clame en el desierto, hay esperanza. A guisa de colofón, los guatemaltecos sabremos, ahora, qué tipo de gente hay en este Congreso y de quiénes nos debemos cuidar.
Así las cosas, concluyo este escrito con un mensaje para los diputados (sin los adjetivos de señores u honorables) que patrocinan estos intentos de leyes. Se trata de crearles conciencia en relación con sus patrones. Miren: no son quienes les financiaron la campaña política, no son quienes supuestamente los protegen, no son sus actuales mandamases. Esas tres categorías solo son la expresión de su verdadero amo: el mal por el mal mismo. Y de esa entidad dice Morris West: «El mal es sereno en su inmensidad. El mal es indiferente a la argumentación y a la compasión. No es simplemente la ausencia del bien; es la ausencia de todo lo humano, el orificio negro en un cosmos desplomado en el cual incluso la faz de Dios es eternamente invisible» [1]. Les pregunto: ¿les importa un comino servir a ese mal que más temprano que tarde hará presa de ustedes? Si su respuesta es sí (que sí les importa un comino), piensen en su descendencia.
Agradezco como ciudadano de a pie y como médico urbano/rural a los diputados y a todas las personas que valientemente están denunciando esas tropelías, ya que la fiesta no está para tafetanes. Ni siquiera mascarillas con los estándares mínimos para evitar el contagio por virus hay en los hospitales.
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[1] West, Morris (1996). Desde la cumbre. La visión de un cristiano del siglo XX. Argentina: Javier Vergara Editor. Pág. 125.
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