La independencia ha saturado los imaginarios sociales con símbolos plasmados en estatuas, parques, textos escolares, himno y bandera; con rostros encopetados de rufianes de etiqueta que deciden por sí y para sí y que buscan separarse de sus raíces europeas, pero solo en el ámbito económico, por el interés de las riquezas extraídas a los pueblos y a la madre naturaleza de manera violenta y despiadada. En el fondo, su origen transatlántico, su pureza de sangre, sus imaginarios nobiliarios, su supremacía racial y religiosa permanecieron inalterables y se prolongaron después de la emancipación de su madre patria juntamente con la corrupción y la impunidad coloniales.
La independencia impuso la idea de nación y de Estado, pero negó la existencia de la diversidad cultural, la cual homogenizó en el concepto de la guatemalidad. Y para ello nos declararon guatemaltecos por decreto en 1847. Se impone la idea de patria, en la cual el Ejército y la Iglesia actuaron como el engranaje para la nacionalización.
Las fiestas patrias han servido para enclavar en la población la idea de un origen, de una conciencia, de un beneficio común y de unos derechos universales (no cumplidos) a la vez que se ocultan la desigualdad social y la ausencia de derechos políticos para la mayoría.
Desde el ejercicio del poder se construyen las narrativas para consumo y alienación del pueblo y se logra que este se identifique con sus dominadores y con sus intereses espurios. La academia no está exenta de esta realidad en sus sesudos análisis históricos, sociológicos y antropológicos de los 200 años de independencia. Detrás del discurso de la conmemoración (y no celebración) se oculta y subyace un sentimiento de valoración positiva a la llamada independencia, pues algunos estratos urbanos de clase media y ladinocéntricos han sido beneficiados con puestos burocráticos, académicos o de dirección secundaria en instancias de este Estado derivado de la independencia. También desde ahí se construye una narrativa dominadora.
Oponerse a la celebración no tiene sentido desde posiciones subalternas en la medida en que se deja de lado la brecha horizontal, provocada por la independencia, entre pueblos, comunidades, clases, grupos y estratos. El racismo impide vernos como iguales y colonizados. El del al lado es contrario y no vemos al enemigo arriba.
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Desde la revolución del 44, la iniciativa, el discurso y la valoración política recaen en los estratos ladino-mestizos, urbanos y de clase media. A pesar de ser combatidos por las élites dominantes, en el imaginario se instaura la idea de heroicidad de quienes se levantaron en armas. El genocidio se niega, ya que se trata de indígenas.
Ahora que los 48 cantones levantan su voz para exigir la renuncia del presidente y de la jefa del MP, se oyen las voces de sectores urbanos, también colonizados, que descalifican esta demanda por el hecho de que siempre han sido ellos los de la voz y las iniciativas de protestas. La consigna de renuncia se ha extendido, pero, como son los 48 cantones los que la plantean, se descalifica su acción por provenir de un grupo de «caitudos», según epítetos en redes sociales.
Incluso gente indígena, desde la comodidad de la indiferencia ante la grave situación que se vive desde hace más de 200 años, pone en tela de duda los planteamientos por provenir de paisanos a los que no se les reconoce el mérito. Gente que no se ha puesto nunca al frente de ningún proceso exige a los que se arriesgan en las calles y las carreteras. Como si fueran nuevos colonizadores vestidos de harapos. Se exige lo que no podemos ni queremos hacer por cobardía colonial.
El grado de colonización se evidenció en la actitud de las maras delincuenciales disfrazadas de vendedores de la Terminal. En su racismo hacia los 48 cantones, no se diferencian de gente que, sin hacer nada, exige como si fuese la que tiene el ejercicio del poder.
La posición y planteamiento de los 48 cantones es prudente. No se deja ir por las emociones ni por los radicalismos, lo que falta en el movimiento social y maya: una posición incluyente, no eminentemente indígena ni exclusivamente mestiza, porque hay sectores y clases atravesados por el racismo y por el conservadurismo que reaccionan violentamente contra legítimas demandas. ¡Pero los dejamos solos!
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