En las culturas antiguas hubo variedad de casos de marginación, pero en pleno siglo XXI son increíbles los que persisten.
Requerir de la autorización del padre, del cónyuge o del hijo para estudiar, sufrir la mutilación de genitales, no ocupar un cargo gubernamental y afrontar los embates del analfabetismo son, entre otras, injusticias prevalecientes en distintas zonas del planeta.
Incluso, solo después de una tragedia, de la presión social y de las amenazas de sanción anunciadas por el máximo órgano del futbol mundial, Irán permitió hace dos meses que las mujeres vieran un partido desde la tribuna del estadio.
Si pasamos al contexto electoral, la lucha por el voto de las mujeres fue intensa. Por ejemplo, apenas en 1924 una latinoamericana pudo sufragar por primera vez, mientras que a las guatemaltecas les fue posible hacerlo hasta en 1946.
Hoy las mujeres son víctimas de leyes que les impiden el ejercicio pleno de derechos, con lo cual la equidad de género se mantiene como materia pendiente, pues la exclusión establece el ritmo. Como lo anoté, marginar a la mujer ha sido usual, tanto que el día a día ha expuesto que la gente ni se dé cuenta de las actitudes discriminatorias o no dimensione su impacto. Esa condición causa que se rechacen oportunas reivindicaciones que exigen que la mujer ocupe su lugar.
Uno de los ámbitos que la golpea es el idioma, unas veces desapareciéndola, otras reduciéndola o estigmatizándola, con el agravante de que las iniciativas de paridad suelen generar burlas motivadas por otra costumbre, el machismo, o por un flagelo, la ignorancia.
Visibilizar a la mujer y erradicar manifestaciones del androcentrismo en las actividades cotidianas son fundamentales para coadyuvar al efectivo respeto de los derechos humanos, marco en el que es preciso un lenguaje apropiado. Vale apuntar que el lenguaje es dinámico y que lo que hoy no es permitido mañana podrá serlo, de manera que debemos tener cuidado de no cerrarnos a las ideas.
[frasepzp1]
Menciono lo anterior porque los planteamientos de inclusión se extienden más allá de la visión binaria respecto del sexo, una discusión resistida por corrientes conservadoras a las que conviene conocer a la joven argentina Ofelia Fernández.
Identificar y respetar el papel de cada persona es necesario para mejorar las relaciones, ya que cada ser humano tiene derechos y responsabilidades, de forma que se deben abarcar por igual.
Nuestro idioma tiene unas 94,000 palabras con diferentes funciones gramaticales, entre las cuales figuran las que tienen género masculino o femenino: adjetivos, artículos, pronombres y sustantivos. Desde la Academia se defiende la economía y se argumenta que fomenta la inclusión, pero el problema es que, sin querer queriendo, prioriza el uso y enfoque masculino.
Así, por ejemplo, es normal economizar palabras e incluir a hombres y a mujeres cuando saludamos con un bienvenidos, hablamos de los candidatos, los docentes, los estudiantes, los presidentes...: cuando la referencia presenta a unos y a otras.
Tales expresiones y muchas otras imponen la invisibilidad de las mujeres a pesar de su presencia, sinrazón que debe superarse sobre la base de entender que el género alude a tres situaciones: nivel gramatical, construcción sociocultural y rasgo biológico definido como sexo.
Quien busque desprenderse de lastres y sintonizarse con las líneas de la equidad debe analizar cómo comunica para no incurrir en el lenguaje sexista. Para el efecto, no es preciso transgredir las reglas del español ni alterar la morfología de las palabras, sino reconocer que sus interlocutores son mujeres y hombres.
En lugar del sello masculino, es recomendable el empleo de palabras integradoras o específicas, según las circunstancias. Por ejemplo: la o el fiscal, el juez o la jueza, la ciudadanía, el pueblo, la legislatura, las y los docentes. Los recursos son amplísimos y es cuestión de voluntad.
Al dejar cuatro minutos con Mercedes Bengoechea, sociolingüista española que defiende la evolución y promueve el destierro del sexismo, aprovecho para desear al equipo editorial de Plaza Pública, a las y los colegas columnistas y al público lector lo mejor en 2020.
Más de este autor