Imaginando la lejana ruta

El año pasado conocí la ciudad de Xi’an, en China continental. Además de tener los famosos guerreros de terracota, es el punto inicial de la conocida como la ruta de la seda, que empieza en ese lugar y termina en Roma, la eterna y ya varias veces visitada Roma. La ruta de la seda en sí fue una serie de rutas comerciales que unían a Europa con el océano Pacífico y llevaban adosado al tema comercial un halo de romanticismo y de leyenda, además de un recorrido por los lugares donde se desarrollaron las grandes gestas y vivieron los mesías de las grandes religiones.

No ha de ser raro ahora que a siglos de distancia, y en el inicio del proceso de construcción de una gran ruta comercial euroasiática inspirada en la original ruta de la seda, uno encuentre que, como se ha demostrado, las rutas comerciales llevan junto a las mercancías las enfermedades, las guerras y, sin lugar a duda, algunas otras cosas que han de ser buenas. Así pues, avivando el romanticismo, tampoco extraña la coincidencia de que Italia sea, después de China, el país con más casos de coronavirus (aunque ahora la enfermedad seguro viaja más rápido que en siglos pasados).

[frasepzp1]

Un libro reciente de Peter Frankopan, llamado Las rutas de la seda: una nueva historia universal, explica cómo, encerrados en una visión occidental, no nos informamos ni aprendemos sobre esa región que se encuentra entre la ribera oriental del Mediterráneo y la cordillera del Himalaya. Y cierto ha de ser porque, cuando se escuchan los nombres de ciudades en esa región, los reportajes se refieren a hechos de guerra, violencia, tragedias de población desplazada, pero igualmente relatan entre líneas las batallas por recursos estratégicos, así como por rutas de transporte y por comunicaciones, y una serie de maldiciones caídas como consecuencia de la existencia de estos recursos no renovables.

En tiempos actuales, la propuesta de China para enlazar sus principales centros económicos con los de Europa ha motivado una respuesta escalonada en el diseño y la implementación de los llamados collares de seguridad por parte de Estados Unidos y sus aliados. La famosa megatendencia para el siglo XXI que preveía la importancia superior de la cuenca del Pacífico se está cumpliendo. Incluso, los europeos darán un giro total del cuello para mirar hacia allá. Nosotros podemos seguir pensando que el mundo está muy lejos, que el futuro nunca llegará, aunque ya llevemos avanzadas dos décadas del nuevo siglo y, en fin, no parezca que, como dicen los abuelos, «se nos haya perdido algo por aquellos rumbos». Permanecemos sentaditos viendo pasar el mundo, sin curiosidad por averiguar si podemos vender o comprar por allá o aprender y enseñar, visitar y recibir. Sentaditos y calladitos, más bonitos.