Por un lado, los jóvenes que recién se habían incorporado al Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) cuando se produjo la invasión estadounidense que derrocó al gobierno legal y legítimamente constituido y declaró ilegal la existencia de ese partido tomaron la vía de las armas para enfrentar a la oligarquía, a su ejército y a sus asesores estadounidenses. Esta vía fue ejercida por cuatro organizaciones revolucionarias que devinieron en una instancia unitaria que en 1996 negoció con el Ejército la paz firme y duradera, que le permitió pasar, después de 36 años de lucha armada, a la vía de la participación política legal. Con esta acción desapareció la izquierda revolucionaria.
Por otro lado, un solitario Partido Revolucionario (PR) asumió de inmediato la vía política, con lo cual se desdijo de su formación socialista y enarboló como su objetivo político la lucha por la generalización del bienestar social mediante la superación de la pobreza y de las desigualdades. Este partido alcanzó el poder formal del Estado después del asesinato de su máximo dirigente en la figura del hermano de este, quien se plegó tanto al Ejército y a la oligarquía que hizo que el partido perdiera todas las características que lo ubicaban en la izquierda. En esa época de acendrado militarismo hubo, después, otros dos intentos por mantener la presencia de la izquierda en la arena política, el Frente Unido de la Revolución (FUR) y el Partido Socialista Democrático (PSD), pero fueron desbaratados por el ejército de la oligarquía en 1979 mediante el asesinato de sus líderes y el exilio y asesinato de muchos de sus militantes. Con estas acciones desapareció la izquierda política.
La apertura democrática a la que obligó el Gobierno de Estados Unidos para instaurar el neoliberalismo en el país trajo consigo el regreso de la izquierda política y abrió el camino para que el Ejército negociara con la izquierda revolucionaria. No fueron pocos los líderes de ambas izquierdas los que resultaron siendo parte de los gobiernos proempresariales y neoliberales que se establecieron en las últimas dos décadas del pasado siglo. A tal grado llegó tal circunstancia que la paz firme y duradera fue negociada y firmada por líderes revolucionarios, por un lado, y por exlíderes revolucionarios, por el otro, bajo la supervisión de oficiales del Ejército. Esto quiere decir que la izquierda política había dejado de ser tal y que la izquierda revolucionaria mutaba a izquierda política.
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Los gobiernos desde el de Vinicio Cerezo hasta el de Álvaro Arzú fueron netamente neoliberales, pero la derecha se solazaba diciendo que actuaban con la derecha y pensaban con la izquierda por el solo hecho de contar entre sus filas con viejos militantes de las izquierdas política y revolucionaria, que, por el efecto que tuvo en ellos la caída del bloque de los países socialistas, para entonces ya habían mutado y eran completamente neoliberales. Esa misma derecha calificó de izquierdista al gobierno de Alfonso Portillo porque este y varios de sus más altos funcionarios presumían de haber tenido militancia revolucionaria a pesar de que también declaraban, a viva voz, que su líder político y moral era el tristemente célebre Efraín Ríos Montt y se ufanaban de ser miembros del partido fundado por este. La derecha nunca tomó en cuenta que la mutación de estos había sido más grosera que la de aquellos que se incorporaron a los gobiernos anteriores.
Al que hasta la fecha la derecha le mantiene el calificativo de izquierdista es a Álvaro Colom, quizá por ser descendiente de un gran revolucionario o porque fue, de los presidentes antes mencionados, el que más énfasis puso en el cumplimiento de los acuerdos de paz. Sin embargo, si se toma en cuenta que esos acuerdos reproducen por mucho propuestas del capitalismo de rostro humano, la conclusión obligada es que este expresidente también puso en práctica políticas basadas en los preceptos neoliberales. El partido que apoyó a Colom es el que ahora postula a su exesposa Sandra Torres. La derecha lo sigue calificando, desde los medios, como de tendencia centroizquierdista, pero, igual que el desaparecido PSD, del recordado Mario Solórzano, se trata de una organización que nació aceptando los condicionamientos que el Ejército le impuso a la izquierda política para permitir su participación en la apertura democrática.
Las organizaciones de la izquierda política que aceptaron los condicionamientos impuestos por el Ejército, la UNE incluida, abandonaron sus postulados democráticos y asumieron, a su modo, los principios neoliberales. Por eso es que no presentan mayores diferencias ideológicas con los partidos de derecha que claramente se pronuncian a favor del neoliberalismo, y por eso es que no les preocupa su presencia a los oligarcas guatemaltecos, al Ejército y a los Estados Unidos. La diferencia fundamental, por ejemplo, entre el neoliberalismo de Arzú y el de Torres está en el abusivo utilitarismo que esta última les confiere a las políticas sociales, pero en esencia son, prácticamente, más de lo mismo.
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La URNG, otrora reconocida vanguardia revolucionaria, participa como partido político desde la firma de la paz firme y duradera. En esta arena, mantener los procedimientos, demandas y objetivos que la condujeron a ser la vanguardia en aquella otra la llevaron a la pérdida de su natural liderazgo y no le ha permitido mostrarse como una real opción política de izquierda. Después de más de 20 años de participación política, su escasa aceptación (a lo más que se ha acercado es al 5 % de las preferencias electorales) no ha despertado preocupación en las estructuras del poder económico y político formal. La derecha, el Ejército y Estados Unidos aceptan de buen grado su participación política.
De las organizaciones sociales y las escisiones que ha sufrido la izquierda revolucionaria desde su incorporación a la vida política surgieron varios partidos que, dada la mutación sufrida por los partidos de la izquierda política y el fracaso político de la URNG, se pensó que asumirían la representación democrática. Pero Semilla, Encuentro por Guatemala, Convergencia, Libre y en menor grado Winaq (que incluso, quizá, hasta se salva) han asumido como su bandera política la lucha contra la corrupción, se han olvidado de los principios y políticas que caracterizan a la izquierda, y a algunos de ellos, incluso, les preocupa que se diga que son de izquierda. Tales comportamientos e ideas los acercan más a los intereses estadounidenses y mantienen tranquila a la oligarquía nacional, ya que ven seguro su dominio imperial y el mantenimiento de sus privilegios, respectivamente.
Es en esas condiciones en las que surgen el Movimiento para la Liberación de los Pueblos (MLP) y su candidata Thelma Cabrera. Tan cercanos al sufrido y explotado pueblo guatemalteco son sus planteamientos que, por más ataques que sufrió por parte del Gobierno, por más criminalización de que ha sido objeto por los organismos de justicia, por más persecución y asesinato de varios de sus líderes y militantes, por más limitación de financiamiento oficial para hacer campaña, por más cerco mediático y por muchas más acciones en su contra, obtuvo, sin embargo, un resultado electoral que ha sorprendido a tirios y troyanos. La izquierda no puede creerlo, y la derecha, por primera vez desde la firma de la paz firme y duradera, se muestra preocupada. Tales reacciones solamente quieren decir una cosa: que por fin ¡habemus izquierda en Guatemala!
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