Mientras comienzo estas líneas reviso la crónica de El País sobre cómo la pandemia salvó de la bancarrota al fabricante de las guitarras Gibson, intervención de por medio de un fondo de inversiones que puso al frente de una compañía quebrada y en apariencia condenada a James Curleigh, el individuo que hizo algo semejante por la marca Levi’s (sí, los jeans también estaban en crisis).
Gibson Les Paul sonará en la memoria de espero no pocos como una referencia a Chuck Berry, Eric Clapton, Bob Dylan, Jimmy Paige y otros.
El caso es que, para 2017, la guitarra eléctrica, el emblema del rock and roll, parecía herida de muerte. Incluso, el Washington Post le dedicó tiempo y energía a escribir un epitafio que usó el título de la canción de los Beatles While my guitar Gently Weeps para ejemplificar una situación que, de acuerdo con el subtítulo del artículo, parecía no tener marcha atrás: la muerte lenta y en secreto de la guitarra eléctrica de seis cuerdas.
El auge del hip hop era citado entre los presuntos culpables. Sin embargo, el confinamiento trajo un inesperado crecimiento de las ventas de guitarras, que en el caso de Gibson se vio acompañado del lanzamiento de una app que permite aprender a tocar la guitarra desde un teléfono celular.
El entusiasmo y el resurgimiento en ventas son compartidos por otras marcas como Fender, que anuncia un récord de ventas de la Fender Stratocaster y de las descargas de su propia app. Aquí deberían venir a la memoria nombres como Buddy Holly, Jeff Beck y David Gilmour, entre otros ilustres.
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Este renacimiento no se trata de un montón de viejos nostálgicos decididos a revivir la juventud con base en la enseñanza en línea de los acordes de Come As You Are desafinando aún más que en la versión original de Nirvana. Por el contrario, se trata de usuarios jóvenes, millennials y gen Z. Y las estadísticas que maneja el New York Times dicen que en este caso son mayoritariamente mujeres.
Como padre de una adolescente, puedo afirmar que hay voces autorizadas que refrendan mi escasa o nula compresión de los gen Z. Pero puedo afirmar que disfruto saber que esas diferencias producen algo que podría zanjar, una vez más, esa vieja discusión sobre si el rock está muerto o no o sobre qué tan agonizante está.
Sin duda, en diversos lugares e idiomas hay ahora alguien tocando una guitarra como una forma de conectarse consigo mismo y de conseguir algo de paz en un océano de dudas. Y también, sin duda, ahora mismo hay alguien poniendo palabras juntas sobre los diversos sentimientos que despierta una nueva ola de la pandemia, una nueva variante o el contagio de un conocido o de un ser querido. Otros escribirán sobre sus pérdidas.
Termino estas líneas mientras leo una entrevista a Curleigh en Forbes en la cual él se refiere a Gibson como una startup de 127 años de historia. Con alivio puedo concluir que una vez más el malvado capitalismo se ha apropiado de un símbolo y lo ha mercantilizado. Afortunadamente, todavía se puede confiar en eso.
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