Pero los Guatemaltecos parecen estar mas pendientes de la marcha anti-arjoniana que de los suicidios cometidos por 13 menores de edad de enero a mayo de 2012, según registros de la Procuraduría de los Derechos Humanos. Y yo digo, si tan solo así se organizara la gente para manifestar en contra del maltrato infantil, la violencia o la impunidad... Pero no. En vez de eso, resulta que los pro-arjonianos también están protestando en contra de la marcha anti-arjoniana. Y ya que la gente se presta tan fácilmente para marchar en pro de causas tan banales, tal vez no sea tan mala idea que también organicemos una marcha en contra de la estupidez, ¿o sí?
Bueno, pero la noticia de Jorge no solo parece tener poca cobertura en los medios de comunicación, también parece no importarle a casi nadie. Si no vaya usted a ver la cantidad de comentarios de lectores indignados por la noticia de la marcha anti-arjoniana, y compare esa cantidad con la de comentarios de lectores indignados por el lamentable suicidio de un niñito de 10 años.
La mayoría de gente no parece darle mayor importancia al tema del suicidio, por lo que en esta ocasión aprovecho este pequeño espacio para hablar un poco sobre ello. Considero que este es un tema importante que ha sido muy ignorado y estigmatizado, a pesar de tratarse de un problema que ha llegado a un nivel de gravedad tal, que incluso niños que deberían de estar más preocupados por jugar pelota y hacer las tareas, están cometiendo suicidio.
Conocí personalmente a cuatro personas que se suicidaron. Entre ellos una persona que era muy cercana y querida para mí. Nunca le he preguntado a mis conocidos a cuántos suicidas conocieron personalmente, pero espero que mi cuatro no represente una cifra promedio, porque entonces serían demasiados. Prefiero pensar que yo tuve la extraña suerte de conocer a muchos suicidas. Y eso que en mi cuenta no estoy incluyendo al número de conocidos que tuvieron un ser querido fallecido por suicidio, pero son más de cuatro. De los que conocí personalmente, uno fue mi compañero de clase en el colegio. Él era apenas un adolescente cuando decidió acabar con su vida colgándose con una soga, al igual que Jorge. Otro chavo, ex-vecino de la colonia donde viví cuando era niña, chocó un carro ajeno mientras manejaba de noche, y tal fue su vergüenza y desasosiego por no contar con el dinero para pagarlo, que decidió tirarse de un puente. Calculo que tenía unos 19 o 20 años. Los otros dos eran adultos, pero para qué los voy a perturbar con los sangrientos detalles.
Sin embargo, nunca conocí a un niño que hiciera tal cosa. Según yo, un niño ni siquiera tendría por qué pensar en quitarse la vida, pero al parecer, en esta mi Guatenferma, hasta un niñito de 6 años fue capaz de cometer suicidio. Que perturbador. No puedo evitar pensar en el menor de mis sobrinos, que tiene 5 años y medio y apenas está cursando el Kinder. Aunque para ser honesta, me cuesta creer que un niño tan chiquito haya sido capaz de quitarse la vida, o al menos de haberlo hecho conscientemente. Igual, eso no es motivo para ignorar a los otros 12 menores de edad que se quitaron la vida durante los primeros 5 meses del 2012, dato que no incluye a Jorge, que se suicidó hace apenas un par de semanas. Y de nuevo pienso en el mayor de mis sobrinos, que tiene tan solo once años, uno más que Jorge. Y me siento agradecida con la vida, porque mis sobrinos son niños risueños, que por puro azar tuvieron la suerte de nacer y crecer rodeados de personas que los aman, los respetan y les ponen atención. Aunque me siento triste por Jorge, porque no fue su culpa haber crecido en las nefastas circunstancias que finalmente lo llevaron a tomar tan terrible decisión. ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Qué tan insoportable tiene que ser el mundo alrededor como para que un niño, sea cual sea su edad, piense que es mejor estar muerto que vivo?
Personas de todas las edades suelen suicidarse por razones muy diversas, que van desde el fanatismo ideológico, pasando por agobiantes deudas, hasta la profunda tristeza y desesperanza que puede causar la depresión, que no solo es la causa más frecuente de suicidio, si no la única realmente plausible en el caso de niños y adolescentes jóvenes.
Estar triste no es lo mismo que estar deprimido. La tristeza ocasional es normal y dura poco tiempo, pero según los psicólogos, cuando esta es persistente y dura varias semanas (específicamente más de dos) puede considerarse que la persona sufre de un padecimiento mental clínicamente reconocido como depresión clínica. La depresión es un padecimiento que a su vez puede tener muchas variantes, y que por tanto puede presentar síntomas diversos, siendo una tristeza profunda y prolongada el síntoma más común. Los neurocientíficos han demostrado que el cerebro de una persona depresiva no funciona igual que el de una persona ‘normal’, y de hecho, hasta puede llegar a presentar algunas diferencias físicas.
El cerebro (al igual que el resto de sistema nervioso) está conformado por células llamadas neuronas, que se comunican entre sí por medio de impulsos eléctricos e importantes sustancias químicas llamadas neurotransmisores, que son producidos naturalmente por el cuerpo. Los cerebros clínicamente depresivos se caracterizan por tener niveles muy bajos de ciertos neurotransmisores reguladores del ánimo, en especial de serotonina.
El córtex prefrontal es esa parte del cerebro responsable de la toma de decisiones, la expresión de la personalidad y el comportamiento social. El hipocampo es el responsable de la memoria a largo plazo. Tanto el córtex prefrontal como el hipocampo suelen encontrarse atrofiados, y ser electroquímicamente menos activos en personas depresivas, lo cual puede afectar en su manera de ver el mundo. Adicionalmente, las personas depresivas también suelen presentar hiperactividad de la amígdala—la parte del cerebro responsable de la reacciones emocionales—y un incremento en la producción de hormonas relacionadas con el estrés y la ansiedad, lo cual empeora aún más el problema.
Pero el punto de la explicación anterior, es que el lector comprenda que la depresión es una enfermedad real, que de no ser tratada a tiempo, puede llegar a tener consecuencias fatales, como en el caso de los suicidas. La persona depresiva, al igual que cualquier accidentado o enfermo de cáncer, debe ser atendida por un profesional capacitado, y en algunos casos también deberá tomar medicamentos destinados a restaurar los niveles normales de ciertos neurotransmisores. El apoyo familiar es especialmente importante en la recuperación de pacientes depresivos, incluso tal vez más que en pacientes que sufren de otros padecimientos.
La depresión no debe tomarse a la ligera, y tampoco es un invento de psicólogos y psiquiatras, como suelen afirmar precipitadamente algunas personas que ni siquiera se han tomado la molestia de informarse sobre el tema. Lamentablemente esta ignorancia puede causar rechazo hacia las personas que sufren de depresión, así como apatía e indiferencia hacia el tormento emocional ajeno. Adicionalmente, existe una fuerte estigmatización alrededor del tema del suicidio, e incluso he percibido cierta aversión y desdén hacia los suicidas por parte de algunas personas con quienes he platicado sobre el tema, y cuyas opiniones me han dejado boquiabierta:
“Las personas que dicen que se van a matar, deberían de dejarse de pajas y matarse de una vez por todas, así dejan de molestar a los demás.”
“Las personas que dicen que se van a matar solo buscan llamar la atención. No hay que hacerles caso, hay que ignorarlos.”
“Los jóvenes de ahora se suicidan porque está de moda. Porque es cool.”
“Las personas se suicidan por desocupadas y huevonas, porque no tienen nada que hacer.”
“Los suicidas son egoístas, porque solo piensan en sí mismos, y no en el sufrimiento que pueden causarle a sus familiares.”
“En los países donde la gente vive muy bien, las tasas de suicidio son muy elevadas porque nada les cuesta realmente en esta vida. Como todo lo tienen, tampoco tienen nada por qué luchar, y se paran matando del puro aburrimiento.”
Todos y cada uno de los razonamientos anteriores, además de falsos, son profundamente insensibles. Es obvio que las personas que piensan de esa manera nunca han perdido a un ser querido por suicidio, ni han hecho el intento de ponerse en los zapatos de alguien que pudiera estar lo suficientemente atormentado como para llegar a considerar el quitarse la vida como única solución a sus problemas.
En fin, con respecto a este tema hay mucha tela que cortar, pero yo quiero aprovechar esta ocasión para invitar al lector a que se informe sobre lo que es la depresión clínica, y a que no pase por alto cualquier signo de tristeza y desesperanza prolongada, en especial si éstas van acompañadas de pensamientos suicidas. Si el afectado es usted, no dude en compartirlo con alguien de confianza y en buscar ayuda profesional. Si el afectado es alguien que usted conoce, pero tampoco le nace brindarle algún tipo de apoyo, al menos tenga la decencia de no hacer la situación aún más difícil para esa persona. Pero no le rechace, no le ignore, no le estigmatice. Si por el contrario a usted le nace y está en la disposición de brindarle alguna ayuda, hágalo, porque eso podría hacer la diferencia entre la vida y la muerte de esa persona.
Siempre me acuerdo del Netío—mi compañero del colegio—cada vez que veo una montonazón de personas tratando de pasar por una puerta, como cuando nosotros nos amontonábamos para salir corriendo a la hora del recreo. “Se salieron los bueeeeeyes” decía con un tono de granjero muy chistoso que siempre nos sacaba a todos una carcajada.
¿Saben? Cuando veo hacia atrás, me doy cuenta de que tanto nosotros (sus compañeros) como sus maestros, pasamos por alto una serie de signos muy obvios que indicaban claramente que algo no estaba bien con él. Neto solía ser un patojo alegre, simpático y popular que repentinamente se volvió introvertido, apático y callado. Creo que todos nos dimos cuenta pero no supimos cómo reaccionar ni qué hacer, y ciertamente nadie imaginó que fuera a quitarse la vida. Recuerdo que me daba ‘cosa’ verlo deprimido, y alguna vez pensé en preguntarle si quería platicar al respecto, pero nunca me atreví, porque aunque nos llevábamos bien, realmente nunca fuimos tan cercanos.
Mas de un par de veces me he preguntado si eso hubiera hecho alguna diferencia…
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