Vista desde afuera Guatemala es, no obstante, como una mujer portentosa. Hermosa en sus paisajes, en sus colores, olores y sabores en su regazo ha albergado desde lo más noble a lo más execrable del género humano. Entre sus hombres ha tenido no uno sino varios hítleres, y a la vez ha acunado a varios gandhis, algunos visibles y otros no tanto. Entre sus mujeres, por su lado, también las ha habido y las hay valientes, sacrificadas, invisibles y excluidas que han aportado la fuerza de su trabajo, el esfuerzo incansable de cada día.
Llena de contradicciones, Guatemala se yergue en las primeras décadas del siglo XXI, aún, entre medieval y visionaria. Vemos cómo han pasado ya más de 25 años de la Firma de la Paz con que culminó el Conflicto Armado Interno (1960-1996). Sin embargo, no solo en los protagonistas de esa época sino en algunas de las personas de las nuevas generaciones siguen manifestándose posturas políticas e ideológicas propias de la Guerra Fría (comunismo vs. capitalismo), cuando tanto a nivel mundial como a nivel nacional ni las condiciones ni las personas ni los problemas son exactamente los mismos. Una actitud que, por ejemplo, se muestra en diversos actores, todavía, cuando se hace referencia a los dos candidatos que se perfilan en las elecciones a rector que se están llevando a cabo en la Usac.
En Guatemala hay, pues, demasiadas incongruencias. Desde los niveles escatológicos de unos pocos que ostentan una riqueza apabullante hasta la miseria desalmada en que viven los menos favorecidos. Hay excesiva ponzoña, desmedida corrupción, descomunal impunidad.
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Entre otras situaciones, asimismo, se ve cómo algunos grupos luchan y se desgarran las vestiduras por la vida de los aún no nacidos, pero en su incoherencia se encandilan de indiferencia hacia quienes, ya vivos, no tienen cubiertas ni sus necesidades mínimas. Así, los niños y las niñas pululan por las calles, por los barrios y las avenidas, en las afueras de los centros comerciales y como lazarillos sin quien los guíe (o a veces enviados por sus propios aparentes cuidadores, sean sus padres o no), van de lugar en lugar tratando, literalmente, de ganarse el pan de cada día. Ese, que por derecho y por ley, como reza la Constitución de la República, deberían tener. Lo paradójico de todo ello es que son maltratados por quienes han surgido de su mismo grupo social, y en aras de cumplir de manera maniquea con las órdenes que reciben, maltratan, acosan y desprecian a los menores en una suerte de apuesta en el espejo.
Varios de estos niños, quienes sobrevivan, tienen no solo pocas expectativas sino menos oportunidades. Unos cuantos lograrán estudiar y optar a un trabajo aceptado socialmente. Algunos terminarán cooptados por alguna pandilla o serán guardias de seguridad o «solo saldrán a robar» mientras otro más desalmado que ellos, los asesina. Es la ley de la vida en esta Guatemala contradictoria, discordante, salvaje, abandonada.
Pero el rostro más crítico de la Guatemala de hoy es el de muchas de sus mujeres. Esas que día a día son secuestradas para formar parte de redes clandestinas de trata de personas, esclavas en prostíbulos de mala o buena muerte desde los 5 a los 17 años; esas que son asesinadas por sus parejas y exparejas, esas que cuando son niñas son violadas y embarazadas por sus padres o algún otro familiar sin que la sociedad toda, en su conjunto, se pronuncie con fuerza ante tanto horror y desamparo.
Ello en medio de una pandemia que ya pasó a tercer plano. Vacunados o no, con mascarilla o no la nueva normalidad dejó de ser nueva y se convirtió en solo un pretexto más para que unos cuantos sigan obteniendo beneficios personales.
Mientras tanto, Guatemala, la contradictoria, sigue abonando para caer más en el abismo de la desolación.
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