Abuelas y abuelos, muchos en sillas de ruedas y con bastón, bajo el sol, la lluvia y el viento, en un tumulto por entrar a un centro de vacunación son el último logro de Giammattei. La incapacidad de corregir el problema desde su primera manifestación fue evidente. Me pregunto qué estaría haciendo Giammattei y qué diría él cuando, ya en la noche del jueves 1 de abril, las redes sociales y la prensa reportaron la afluencia masiva a los tres centros de vacunación ubicados en la capital.
Tengo la impresión (y debo reconocer que es solo una impresión, que además puede estar equivocada en tanto se conozca información verificada) que todo surgió por una iniciativa del personal sanitario que está llevando a cabo la vacunación. Me parece que el personal sanitario se sensibilizó ante la apremiante y evidente necesidad de vacunación de las personas mayores de 60 años que llegaron a los centros acompañando a personal que cumplía los criterios establecidos para la fase 1 de vacunación. La voz se corrió rápidamente en redes sociales: se estaba vacunando a personas mayores de 60 años no contemplados en la fase 1, con prioridad para adultos mayores muy vulnerables por padecer condiciones médicas de alto riesgo.
Si ese fue el caso, no puedo sino sentir profundo respeto y admiración por ese personal, que, en caso de estar conformado por médicos, honró justa y cabalmente el juramento hipocrático. Dio un paso adelante en la dirección adecuada para corregir la lentitud y la negligencia de las autoridades superiores de gobierno. Hizo lo correcto, pues decidió vacunar a una persona mayor en silla de ruedas o enferma antes que a más alcaldes, diputados y sinvergüenzas con poder político que siguen abusando de las poquísimas vacunas que hay en el país. Agradezco a ese personal sanitario porque, para quienes contagiarse o no contagiarse de covid-19 significa morir o vivir, la vacuna es la oportunidad de vivir.
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La situación es radicalmente distinta para los cientos de miles que abarrotaron las playas y otros lugares turísticos y de descanso, que en cuestión de dos semanas empezarán a mostrar síntomas de haberse contagiado de covid-19 y que (ojalá no) en ese momento abarrotarán los hospitales y los centros de salud. Ante el riesgo de esta crisis generada por el egoísmo y la irresponsabilidad individual de muchos, quien haya tomado la decisión de vacunar a los adultos mayores con más riesgo de morir hizo lo correcto.
Lo malo de esto es que las autoridades superiores de gobierno, en vez de apoyar esta iniciativa del personal sanitario, repitieron la torpeza que las caracteriza. El Gobierno fue incapaz de actuar con la rapidez y la contundencia que la situación exigía y de facilitar y ordenar el acceso de los adultos mayores a los centros de vacunación. Escuché por la radio las declaraciones de la ministra de Salud Pública y Asistencia Social, quien estaba tan confundida como la gente que estaba haciendo cola bajo el sol, balbuceando cómo debería hacerse en vez de hacerlo.
Y de la torpeza no puede resultar nada bueno. En cuestión de horas, ya el viernes 2 de abril empezaron a circular en las redes sociales videos e imágenes de gente muy necesitada de la vacuna suplicándoles a guardias de seguridad que les cerraban las puertas en las narices. La sensibilidad y el sentido humanitario demostrado inicialmente por el personal sanitario se veía ensombrecido y eclipsado por la torpeza y la brutalidad de cerrarles la puerta a adultos mayores que sufrieron una jornada completa bajo la intemperie.
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