Al empezar estas líneas, algunas comunidades en España vuelven al confinamiento y hablan ya de la temida segunda ola de contagios, mientras la galería del sitio web de Interpol incorpora a las notificaciones rojas la foto de otro político centroamericano y las redes sociales comienzan a calificar los posts del presidente Trump como noticias falsas.
El ritual de lo habitual en nuestro mundo súbitamente virtualizado parte de una única certeza: esto no va a acabar pronto. Estadísticas, declaraciones de organismos internacionales y celebridades que posan para la selfi con mascarilla o rehusándose a usarla contrastan con la combinación de hambre y de miseria palpables en las calles.
Reapertura y reconfinamiento van de la mano, como en los casos de Melbourne, Buenos Aires, Okinawa y Bogotá, al mismo tiempo que en lugares como São Paulo, Tijuana y Barcelona se siguen cavando nuevas tumbas. Se hace evidente que los protocolos aprobados para la reapertura requieren de un servicio civil capaz de supervisar su aplicación, pues, lamentablemente, la cultura ciudadana se expresa en la necesidad casi incontrolable de aglomerarse en las playas y los centros comerciales.
Además de los 41 millones de personas que han perdido su empleo en esta región según cálculos de la OIT, incluyendo la mitad de las empleadas domésticas, el sistema educativo se apunta como otro daño colateral de la pandemia.
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La desigualdad, como la marca de la casa en América Latina, hace aún más profunda la crisis para quienes no tienen acceso a la virtualidad. El Unicef apunta ya a un crecimiento en la deserción escolar en la región a menos que se tomen acciones conjuntas que garanticen el uso de todas las herramientas disponibles (TV, radio, celulares) para garantizar el derecho a la educación, especialmente para los sectores más pobres. Sin embargo, en casos como el de Honduras, con maestros impagos desde hace un par de meses y que no tienen más remedio que ir a la huelga, este tipo de acuerdos se ven muy difíciles de implementar en el corto plazo.
Mientras tanto, la lógica del poder comienza a afinar estrategias ante la cercanía de las elecciones en los Estados Unidos, así como de las presidenciales de Bolivia y Ecuador y las legislativas de El Salvador. En todos estos casos, en las urnas se va a medir el costo político del manejo de la pandemia para sus protagonistas, que empiezan a calcular si los números alcanzan para empezar a tejer pactos que permitan mantener el statu quo.
Nuestros antepasados seguramente enfrentaron la gripe española con una cuarta parte de la información de la que nosotros disponemos, pero con muchas menos ganas de achacarlo todo a una elaborada teoría de la conspiración. Quienes tenemos familiares o amigos en cuidados intensivos queremos entender que la empatía no es un bien escaso y que quienes prefieren seguir pensado que la pandemia no existe (o que por alguna razón no los va a alcanzar a ellos) seguramente no desearían estar en la posición de depender de una llamada a la mitad de la noche para saber cómo evoluciona un ser querido al cual no se le puede visitar. O de ser esa persona a quien un respirador mantiene con vida mientras los médicos tratan de entender los daños colaterales en otros órganos.
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