Permítasenos presentar las cosas con una paradoja lógica. Si tomamos vodka con agua, nos emborrachamos. Si tomamos whisky con agua, nos emborrachamos. Si tomamos tequila con agua, nos emborrachamos. Si tomamos pisco con agua, nos emborrachamos. Si tomamos coñac con agua, nos emborrachamos. Conclusión: el agua emborracha.
Del mismo modo, siguiendo ese esquema de razonamiento, si gobierna el presidente Ríos Montt, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados; si gobierna el presidente Mejía Víctores, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados; si gobierna el presidente Serrano Elías, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados; si gobierna el presidente Arzú, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados; si gobierna el presidente Colom, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados; si gobierna el presidente Jimmy Morales, los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados. Conclusión: el presidente tiene la culpa de la pobreza y la discriminación.
No es extraño presentar así las cosas, dado que, en la forma como el discurso dominante nos envuelve, la falacia está siempre presente. Sabemos que el agua no emborracha, pero, presentado todo de un modo correcto en términos de exposición, podemos llegar a creerlo. El discurso dominante (léase la ideología de la clase dominante) puede hacer ver que injusticias tales como la pobreza y la discriminación dependen del actuar presidencial. En los últimos años arreció la supuesta lucha contra la corrupción, con lo cual las penurias de la población quedarían explicadas por los malos funcionarios, por su venalidad, por su deshonestidad. ¿Será así?
Ahora hay que elegir mandatario, y la recomendación es pensar bien el voto. ¿Qué significa eso? Que, si una vez más continúan las penurias para el campo popular (los pobres siguen siendo igual de pobres que siempre y los indígenas igual de discriminados), ¿se debe ello a una mala escogencia? ¿Qué significará entonces elegir bien?
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Por lo pronto, entre los alrededor de 20,000 inscritos para cargos de elección popular (presidente y vice, diputados, alcaldes, concejales) hay una extraordinaria fauna: personas ligadas al crimen organizado, al narcotráfico, con cuentas pendientes con la ley, tránsfugas de un partido a otro, mentirosos de toda laya, ineptos, mediocres, machistas a ultranza con procesos por violencia intrafamiliar, aprovechados varios, vividores de la política profesional, embaucadores, alcohólicos… Detentar un doctorado no significa nada (quienes declaran las guerras o fijan los precios internacionales de los productos los tienen, y así anda el mundo). Una vez más, ¿qué es elegir bien? Si las cosas siguen mal, como presumiblemente será (60 % de la población bajo el umbral de pobreza, 20 % de analfabetismo, salario básico que cubre apenas un tercio de la canasta familiar, racismo extremo, patriarcado misógino, escaso y dificultoso acceso a la tierra laborable o al crédito, crisis habitacional, falta de agua potable, violencia delincuencial desbocada), ¿tienen la culpa los electores?
Como mínimo, dígase que ello es injusto. El electorado no tiene mayor posibilidad de elegir porque las ofertas son casi idénticas en todos los casos, incluida la izquierda electoral. Los problemas de fondo del país no se abordan. Las campañas proselitistas son patéticas porque no hay presentación de ideas, sino maquillaje pirotécnico de muy baja estofa y apelación a emotividades primarias. Quizá el único distinto es el MLP, dada su composición campesina de base. Pero de más está decir que no podrá llegar jamás a la presidencia porque, si se le va la mano en su protesta, siguen matando a sus integrantes, como ha estado ocurriendo hasta ahora.
La cuestión pasa por tener claro que esta democracia (ya con más de 30 años formalmente) no puede en modo alguno resolver nada. La administración de turno no funciona sino como gerente de los auténticos factores de poder: la oligarquía y la Embajada. ¿Qué elegir entonces?
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