El silencio mientras respiras

No es una postura artificiosa. Es una respuesta natural a la agresividad. Soy una zorra agitada y escondida en la madriguera tratando de no hacer ruido, cuidando a sus crías, mientras pasan los perros de presa corriendo. Atrás van los caballos con los cazadores y sus bastardos adolescentes, a quienes se les enseña el oficio, listos para matar en un paraje inglés de nombres ancestrales y muertes presentes.

El silencio no es cómplice. El silencio no es estoico, no es perenne, no se cae, no se repone. Lo que no dijiste queda como vacío, sin que se sepan las intenciones. Eres solo un cobarde, un hijo de esos, de los que te imaginas y desprecias.

Sinestros y simples. Es tu vecino. Era tu amigo, tu primo, tu hermana, tu cliente, tu compañero de trabajo, tu jefe, el conocido de un desconocido hasta ayer que lo viste, lo leíste, lo oíste empuñando coros de desprecio. Y callaste. Y asumieron que pensabas igual que ellos.

El odio al mundo se ve en la producción sin medida, en el consumo del consumo hasta que no quede nada. El virus no es el de China. Es el silencio mientras otros gritan odio y lo contagian. Y nos sacan el aire, y la risa, y lo emplastican todo en nombre del capital y de la ropa de Zara y de la bolsa de Tortrix y de las marcas que te marcan en el matadero.

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El veneno sale de todas las bocas como dragones del mal. Veo letreros en pueblos polacos diciendo que están libres de homosexuales, soldados mexicanos golpeando hondureños, cadáveres flotando en el río bravo, policías separando niños y madres para que duerman en perreras con las luces prendidas y sus mantas metálicas, noches de patrullas parándote para asaltarte con amenazas, liberales clásicos diciendo chairos con los labios húmedos, saltando gotitas de su saliva seca de empatía, obsesos metiendo mano en los buses, sobando sus penes en niñas madres, en mujeres encerradas en puteros de carretera desde el tercer mundo hasta una secundaria en Miranda de Ebro. Del «make America great again» al «make the West great again», del regreso de las túnicas y capuchas blancas, de las camisas pardas, de las botas de combate, del dedo delator, del oreja, de la mezquindad, de las cruces de fuego clamando en la noche oscura por más sacrificios, devoradora de hombres y mujeres y niños distintos, del maldito rojo lector de panfletos, del ateo irredento, de los sodomitas, de los sin papeles, del indio abusivo, de la muchacha contestona, del que no bendice cuando saluda.

Reivindico mis contradicciones y las tuyas. Reivindico la mirada cómplice, la lucha perdida, el agua que se escurre por mi cara y que volverá al mar con mi ADN. Reivindico el silencio mientras respiras, mientras te preparas antes del grito, antes de decir:

¡No!