El mensaje dirigido a nuestros pastores fue categórico y nos aclaró a los laicos muchas perspectivas que, 50 años después de haber concluido el Concilio Vaticano II, teníamos difuminadas o ya olvidadas. Me refiero a quienes desde nuestra condición laical vivimos (gracias a pastores que nos mantuvieron informados y orientados) las experiencias de dicho concilio. Nosotros éramos adolescentes.
Veamos solo tres enfoques, ya que el espacio que tengo para este artículo, ya de por sí sobrepasado en cantidad de palabras, no da para más.
1. La voz profética de la Iglesia está vigente.
Refiriéndose al Secretariado Episcopal de América Central —Sedac— , el papa no dejó lugar a dudas en cuanto a la misión profética de la Iglesia. Dijo: «En estos 75 años desde su fundación, el Sedac se ha esforzado por compartir las alegrías y tristezas, las luchas y las esperanzas de los pueblos de Centroamérica, cuya historia se entrelazó y forjó con la historia de vuestra gente. Muchos hombres y mujeres, sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos han ofrecido su vida hasta derramar su sangre por mantener viva la voz profética de la Iglesia frente a la injusticia, el empobrecimiento de tantas personas y el abuso de poder. Recuerdo que, siendo cura joven, el apellido de algunos de ustedes era mala palabra. La constancia de ustedes mostró el camino. Gracias». Y para completar su alocución indicó: «Ellos nos recuerdan que “quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 107). Y esto, no como limosna, sino como vocación».
2. San Óscar Romero no fue un ideólogo ni ideológico.
El 26 de marzo de 2018, en ocasión del 38 aniversario del martirio de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez, escribí en este medio un artículo titulado Óscar Arnulfo Romero, en el cual dejé claras tres certezas que yo tenía respecto a san Romero de América. Estas fueron:
«El arzobispo Óscar Arnulfo Romero era conservador. No era proclive a lo que se entendía en aquella época como izquierda, y sus biógrafos han dejado claro que no gustaba de la teología de la liberación.
»Era un hombre muy humilde. Se negó a una ceremonia de entronización para tomar posesión del arzobispado. Así, el 22 de febrero de 1977, en un sencillo acto en la capilla del Seminario Mayor de San José de la Montaña, inició su nueva misión sin bombos ni chinchines.
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»Sabía escuchar. Uno de sus mejores amigos era el padre Rutilio Grande, un jesuita que había promovido el desarrollo campesino en la zona de Aguilares. El padre Rutilio, quien lo aconsejaba, fue asesinado el 12 de marzo de 1977».
Huelga decir que algunas personas me dijeron que yo estaba completamente equivocado.
En su mensaje, el papa Francisco, refiriéndose a ese amor con sabor a pueblo que pregonaba el arzobispo mártir, expresó (refiriéndose a monseñor Romero):
«Este amor, adhesión y gratitud lo llevó a abrazar con pasión, pero también con dedicación y estudio, todo el aporte y renovación magisterial que el Concilio Vaticano II proponía. Allí encontraba la mano segura en el seguimiento de Cristo. No fue un ideólogo ni ideológico; su actuar nació de una compenetración con los documentos conciliares. Iluminado desde este horizonte eclesial, sentir con la Iglesia es para Romero contemplarla como pueblo de Dios. Porque el Señor no quiso salvarnos aisladamente, sin conexión, sino que quiso constituir un pueblo que lo confesara en la verdad y lo sirviera santamente (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 9)».
3. Un llamado a sentir las heridas de nuestra gente.
El día que se me confirió el título de médico y cirujano, uno de mis padrinos de graduación, el reverendo padre Jorge Toruño Lizarralde, S. J., me aconsejó: «Nunca dejes de sentir el dolor de la gente». Y hasta me pareció verlo a él (quien ya goza en la presencia del Señor) cuando el papa pidió a los obispos:
«Es importante, hermanos, que no tengamos miedo de tocar y de acercarnos a las heridas de nuestra gente, que también son nuestras heridas, y esto hacerlo al estilo del Señor. El pastor no puede estar lejos del sufrimiento de su pueblo. Es más: podríamos decir que el corazón del pastor se mide por su capacidad de dejarse conmover frente a tantas vidas dolidas y amenazadas. Hacerlo al estilo del Señor significa dejar que ese sufrimiento golpee y marque nuestras prioridades y nuestros gustos, golpee y marque el uso del tiempo y del dinero e incluso la forma de rezar, para poder ungirlo todo y a todos con el consuelo de la amistad de Jesucristo en una comunidad de fe que contenga y abra un horizonte siempre nuevo que dé sentido y esperanza a la vida (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49)».
Concluyo agradeciendo la coherente postura que ha tenido la Conferencia Episcopal de Guatemala (como cuerpo colegiado) ante la situación que vive nuestra patria. Y también la valiente actitud de la Iglesia nicaragüense ante los desmanes dictatoriales del gobierno de Daniel Ortega.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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