Hay una arraigada costumbre en nuestra sociedad de celebrar aparte el Día del Padre y el de la Madre, cada uno rivalizando en su importancia, pero hay otra propuesta alternativa que prefiere enfatizar el vínculo de la familia, más que el de cada uno de los padres por separado, debido a los potenciales problemas sociopolíticos que conlleva celebrar cada relación, materna o paterna, separadamente. Me explico: en la sociedad existe una marcada tendencia a idealizar el rol de la madre y a minimizar el del padre, lo cual tiene consecuencias nefastas para todos. La maternidad es obligatoria para la mujer. La paternidad es opcional para el hombre. Que una mujer abandone a los hijos es visto como pecado mortal. Que lo haga un hombre ha sido una realidad normal en nuestras sociedades machistas por décadas.
Las corrientes feministas han enfatizado la maternidad como un mecanismo de control social, como algo diseñado para ser un «instrumento de control de las mujeres, de su cuerpo, y durante mucho tiempo se ha identificado a mujer con madre, y las mujeres no tenían otra opción que ser madres» (Esther Vivas). La idealización de la maternidad, por lo tanto, es un aspecto medular que debemos combatir si queremos promover un cambio social más profundo, en el que el hombre y la mujer tengan roles más equitativos. Por eso hoy decidí hablar de mis padres: esos seres maravillosos que han dejado una parte importante de sus vidas en el cuidado y desarrollo físico, mental y emocional de quienes somos parte de la gran familia Mack-Echeverría.
En la historia familiar hay mucha separación física, dolor, sacrificio y voluntad de lucha que bien alcanzarían para una película premiada de Hollywood. Empieza, en el lado paterno, con el viaje épico de mis abuelos, quienes deciden emigrar a Guatemala huyendo de los horrores de la guerra en su país natal, China. Pero en esta historia no hay solo un viaje de ida. También hubo un intento de retorno. Mi abuela paterna, preocupada por el desarraigo, decide regresar a China para que sus hijos aprendan las costumbres y el idioma materno. La llegada de Mao Zedong al poder, sin embargo, obliga a la familia a emprender otra travesía de vuelta a Guatemala, viaje que tardó varios años de penurias y de dolor en concretarse.
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En el lado materno, por el contrario, la historia de lucha proviene de un abuelo machista y mujeriego. Hasta la fecha, aún no conozco a la totalidad de hermanos y medios hermanos de mi mamá. Esa condición familiar obligó a mi madre a trabajar desde muy pequeña, obligada por las circunstancias a vivir lejos del seno familiar —mamá y hermanos—, debido a la necesidad de trabajar. Esta lucha por progresar y la necesidad de separación también obligaron a mis padres varias veces a separarse de la familia físicamente con el propósito de buscar el mejor beneficio de esta.
Admiro de mis padres la voluntad de superación. Recuerdo de manera vívida la lucha de ellos contra corriente para estudiar una vez estabilizada la familia en el aspecto económico. Mi madre ocupó muchas horas de descanso en sus cursos de nivel medio y de diversificado, en la modalidad acelerada, mientras que ambos, ella y mi padre, ocuparon muchas horas del fin de semana en sus cursos universitarios. Mis hermanos y yo pasamos muchas horas de aburrimiento a la espera de que mis padres terminaran sus clases sabatinas, algo que desde muy joven marcó la sed de aprendizaje que aún hoy me caracteriza.
Para sintetizar, la privación, el desarraigo y la separación son constantes en la historia familiar, pero la familia también se ha visto marcada por una férrea voluntad de superación y por una búsqueda de reforzar los lazos familiares. A pesar de los problemas, la comprensión, el perdón, el amor y la solidaridad siempre han caracterizado a la familia Mack-Echeverría.
Hoy, por eso, quiero dedicar mi columna a dos seres maravillosos que me han forjado como el ser humano que soy. Un reconocimiento necesario para toda una vida de esfuerzo y voluntad de superación; de valor, humildad y cariño que son imposibles de negar.
¡Gracias, doña Menchy, y gracias, don Teo, por toda una vida de amor y sacrificio!
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