Es célebre su explicación sobre el fetichismo de las mercancías. A través de ella se entiende cómo, subjetivamente, se esconde el valor de cambio, se reduce a segundo lugar el valor de uso y se ubican en el primero los «atributos» que inducen a comprarlas. Lo normal, cuando se quiere adquirir una mercancía, sería que los compradores pensaran en el uso o consumo que harán de ella (valor de uso). Sin embargo, por el bombardeo cultural al que son sometidos, la mayoría ve en las mercancías la cantidad de atributos que los vendedores le dicen que tienen (algo para presumir, exaltar la figura, quedar bien, etcétera).
Pero la finalidad principal de incorporar esos atributos no es lograr la venta, sino ocultar lo que las mercancías realmente tienen, que, de acuerdo con Marx, es el trabajo realizado para producirlas: trabajo pagado (sueldo o salario) y trabajo no pagado (plustrabajo), que es lo que le sirve al productor o vendedor para fijar los términos del intercambio (valor de cambio) y lograr mayor acumulación de capital. Otra finalidad es lograr que los compradores tengan la certeza de que compraron libremente; de que ellos incorporaron los atributos a lo que compraron; de que sus necesidades, intereses o caprichos los indujeron a adquirirlas; de que no se den cuenta de que su subjetividad produjo, de manera inducida, lo que los vendedores les enviaron a través del bombardeo cultural al que los sometieron.
Podemos explicar, en similares términos, el fetichismo democrático del pueblo guatemalteco, o sea, esa creación subjetiva a través de la cual se nos niega la democracia y pensamos que disfrutamos de ella. La política en el modelo neoliberal se maneja con elementos de la economía de mercado. Desde que se comenzó a aplicar en 1986, los políticos convirtieron la política del país en un mercado al que llevan toda clase de mercancías, entre ellas la democracia. Desde ese año, gobernantes, líderes políticos y cúpulas empresariales, religiosas y académicas hablan de ella en sus discursos, exponen lo que es y para qué es, o sea, su valor de uso. Los guatemaltecos no dudamos que eso era lo que estábamos esperando cuando nos ofrecieron la apertura democrática y la paz firme y duradera.
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Muy pronto esos discursos fueron agregando atributos mediante los cuales comenzamos a perder de vista los correspondientes a la democracia. Tomamos esos otros, olvidamos los verdaderos y creamos la idea de democracia que actualmente tenemos y de la cual hacemos gala: fetichismo en tanto lo que creemos que es no es. Lo que nos permitiría construir una sociedad democrática ya no se nos presenta. Más bien se nos esconde. Y lo que intercambiamos son los atributos que nos hacen creer que vivimos en un país democrático. Ese es el valor de cambio de la naciente democracia, que no es más que un fetichismo.
La derecha aprovechó la apertura democrática para capturar la izquierda electorera e iniciar la construcción de ese fetichismo. La izquierda revolucionaria perdió en la arena política lo que ganó en la mesa negociadora, lo que le permitió a la derecha avanzar en la construcción de la democracia. Las mesas de diálogo que vinieron después las usó la derecha para incumplir los acuerdos alcanzados e imponerle a la izquierda la arena política en la que había que jugar y las reglas y agendas antidemocráticas de su interés. A partir de ahí, la participación de la izquierda se tornó nula. En la política guatemalteca solo existe el tren antidemocrático de la derecha, y ahí viajan, supuestamente enfrentadas, izquierda y derecha.
La izquierda parece no darse cuenta del desarrollo político del pueblo guatemalteco. Desde el gobierno de Óscar Berger hay atisbos de que el pueblo tiene dudas sobre la existencia de la democracia en el país, las cuales se incrementaron durante las últimas administraciones, sobre todo en la que recién terminó. Se exacerbó tanto la corrupción de gobernantes, legisladores e impartidores de justicia que el pueblo comenzó a desdeñar los atributos que sustentan su fetichismo democrático.
El nuevo presidente anunció acciones con las cuales piensa convencer de que, ¡ahora sí!, la democracia viene. Le resultará difícil demostrar que su gobierno se desenvolverá democráticamente. Eso que podrían aprovechar los partidos de izquierda les pasa desapercibido porque están más preocupados por jugar dónde y cómo se lo pidan los partidos de derecha. La tarea de la izquierda es acabar con el fetichismo democrático y sentar bases verdaderamente democráticas.
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