La explicación más inmediata, de sentido común, tiene que ver con la irresponsabilidad personal de los arrestados. Aunque existe algo de esto, esta respuesta incurre en lo que en psicología se conoce como error fundamental de atribución, que consiste en la tendencia a sobredimensionar las motivaciones personales para explicar la conducta.
Dicho en otras palabras, un fenómeno tan extenso (¡más de 1,500 personas capturadas!; ¡y quién sabe cuántas más que no lo fueron!) no es un asunto de psicología individual o de irresponsabilidad personal. Es un fenómeno colectivo que debe hundir sus raíces en la vida social del país.
A título de hipótesis, podría proponer dos perspectivas que se encuentran íntimamente relacionadas. La primera es que las personas actúan debido a los refuerzos positivos o negativos (premios y castigos) que reciben o que ven que los otros reciben. El segundo caso se conoce como aprendizaje vicario. La impunidad es un buen ejemplo del funcionamiento de este mecanismo. Si observo que los demás reciben premios o evitan castigos por conductas delictivas, es probable que imite sus acciones.
Si el Estado guatemalteco ha incumplido con su propia legalidad o no sanciona de forma eficaz y pareja a las personas por cometer faltas o delitos, se fomenta la impunidad y es muy probable que muchas personas hayan aprendido (vicariamente) que pueden cometer esas faltas o delitos. La gente no percibe que el Estado sea capaz de hacer cumplir sus normas porque hay una larga y sistemática historia de incumplimiento. Es muy posible que la gente se haya confiado y que haya pensado, más o menos: «A mí nadie me va a capturar» [1].
Lo que nos lleva a la segunda perspectiva, que tiene que ver con los procesos de socialización. En alguna ocasión le escuché a un danés que para ellos la línea que separa las vías era sagrada. El comentario, hiperbólico pero con cierta verdad, salió a propósito de la persistente violación de esta norma en el país. El tráfico es caótico por el número de vehículos, pero también por el continuo irrespeto de normas de tráfico que hacen los conductores. Se ha vuelto parte del sentido común del comportamiento de los conductores.
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El punto es que existe un modelo defectuoso en la socialización de los ciudadanos que puede ser entendido como la interiorización de comportamientos y valores de conducta que provienen del Estado (sus representantes y sus aparatos) cuando este se comporta de forma violenta, errática e impune. Despreciamos la legalidad porque el mismo Estado guatemalteco la incumple y desprecia. Sus mismos representantes y las élites contribuyen con su comportamiento usualmente impune y su desprecio de normas.
El resultado es visible en temas como la corrupción, lo caótico del tráfico y las más de 1,500 personas arrestadas en dos días por violar el toque de queda.
Esto significa que la conducta individual no es achacable exclusivamente a los ciudadanos, sino a la historia y al comportamiento del Estado, que, como se señaló, ha violado de forma sistemática su propia legalidad, incumple con sus funciones constitucionales, es ineficaz, pequeño, corrupto, y, por tanto, regula perversamente el comportamiento de sus integrantes.
El inconformismo resultante, de carácter normativo, no cuestiona el sentido estatal ni el de la convivencia desigual e injusta que se produce en su seno. Lo que hace es reproducir el «desorden ordenado» (la expresión es de Ignacio Martín-Baró) en el que vivimos. Mientras tanto, otros sectores sociales que han sido socializados desde sus privilegios y su posición de poder atribuyen a los demás todo el peso de la irresponsabilidad personal.
Lo que se extraña es un inconformismo sistémico que pueda desentrañarse del Estado perverso con el que hemos sido socializados y que tenga como horizonte otro tipo de legalidad más justa y equitativa.
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[1] Descontando el caso de las personas que no tienen hogar ni a dónde ir, que también son bastantes.
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