Pese a ello, hay tantas similitudes que vale la pena revisar y analizar.
Uno se llama Daniel. Durante su juventud militó en una organización revolucionaria que en su natal Nicaragua derrocó a una dictadura sangrienta en los años 70 del siglo pasado. El otro fue nombrado Jaime y cambió su nombre a Jimmy. Durante su juventud y parte de su edad adulta se dedicó al arte escénico en calidad de comediante.
Daniel se adscribió a una organización cuya ideología se afianzó en la izquierda revolucionaria. Como jefe de gobierno en Nicaragua, ante el triunfo de la revolución, condujo los cambios fundamentales para la transformación de un país que sufrió una dictadura sanguinaria de casi medio siglo. Perdió el poder en elecciones derivadas de negociaciones de paz posteriores a la invasión contrarrevolucionaria financiada por Estados Unidos. Mediante una negociación con un partido señalado de corrupto, volvió al Gobierno para no abandonarlo desde hace más de una década.
Jimmy, por otra parte, adquirió las escrituras de un partido de derecha fundado por militares retirados comprometidos en graves violaciones de derechos humanos. Luego de fracasar en su intento por ganar la alcaldía de Mixco, en el departamento de Guatemala, de manera casi sorpresiva alcanzó la presidencia del país en las elecciones de 2015.
Así, Daniel y Jimmy juraron respetar las leyes de sus respectivos países y llevaron al poder partidos de diferente signo ideológico. Sin embargo, al final de cuentas, ambos han terminado por actuar en forma casi concertada con decisiones que, lo mismo en Nicaragua que en Guatemala, rompen el orden legal y rayan en la arbitrariedad.
Daniel, desde los primeros años de su nueva etapa de gobierno, introdujo cambios legales que le permitieron concentrar el poder. Paulatina pero efectivamente, el Estado nicaragüense derivó en una especie de micromonarquía al servicio de la figura presidencial de un renovado cristiano que se erigió en un todopoderoso dictador.
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Jimmy, a los pocos meses en el poder y luego de señalamientos por corrupción contra dos miembros de su familia, inició el camino hacia la arbitrariedad. Con acusaciones por financiamiento electoral ilícito, Jimmy terminó por perder la razón política y avanzar con paso apresurado hacia la arbitrariedad dictatorial.
El 31 de agosto, tanto Daniel como Jimmy actuaron concertados. Casi al mismo tiempo uno y otro ordenaban la salida del país de funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En un caso, de personal de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. En el otro, del titular de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).
Daniel llegó a dicha determinación luego de un conteo que supera las 300 muertes violentas de objetores a sus disposiciones arbitrarias y luego de las permanentes denuncias por uso indebido del derecho penal en contra de la disidencia política y del empleo de la tortura y de la difamación para mantener el poder en sus manos. Todas estas acciones han destruido a la otrora prestigiosa Policía Nacional.
Jimmy hace algo similar un año después de fracasar en el mismo intento y un trimestre después de haber instruido cambios en el aparato de seguridad que destruyeron la institucionalidad de la Policía Nacional Civil (PNC).
Más que casualidad en los hechos, en sus resultados y en sus motivaciones, lo que empieza a develarse es un patrón de actuaciones en el marco de otros intereses arraigados. Comoquiera, ambos carecen de legitimidad, ambos tienen sendas acusaciones de corrupción, ambos rayan en la absoluta arbitrariedad y ambos solo pueden ayudar a resolver las crisis de sus países dejando el poder que hoy ostentan de manera ilegítima.
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