Según dicho acuerdo, los Gobiernos se comprometieron a limitar el aumento de la temperatura global «muy por debajo» de los 2 °C de calentamiento, idealmente en 1.5 °C.
Pero los planes climáticos nacionales o las contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC, por sus siglas en inglés) que presentaron los países en 2015 difícilmente lograrán mantener la temperatura debajo de 3 °C para el 2100. A pesar del compromiso, las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) continúan en aumento. La humanidad hoy genera 110 millones de toneladas de carbono cada día, y se estima que la curva seguirá creciendo hasta el 2030. Esto es grave considerando lo que ya estamos viviendo: derretimiento del hielo en los polos y en Groenlandia, incendios descontrolados en el hemisferio norte y en la Amazonía, huracanes, sequías y los consecuentes refugiados climáticos.
Sin embargo, los países también acordaron revisar sus NDC cada cinco años con miras a aumentar de forma progresiva sus objetivos de reducción de emisiones. Guatemala, al igual que sus vecinos, todavía no actualiza el plan que presentó en París, pero se espera que lo haga pronto. El compromiso de los Gobiernos es presentar sus planes mejorados en el 2020, durante la Conferencia de las Partes (COP26).
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A partir de esta coyuntura, Guterres busca motivar a los países para que intensifiquen su acción en las áreas de transición energética e industrial, financiamiento para el clima, fijación del precio del carbono, soluciones basadas en la naturaleza, ciudades, acción local y resiliencia. Y es que solo con esta supuesta mejora de los NDC a partir del 2020 se podrá dar un alineamiento para que las emisiones de GEI disminuyan en un 45 % en el 2030 y se llegue a cero emisiones netas para el 2050 (ambos son los principales indicadores del Acuerdo de París).
Guterres lo sabe y les ha dicho a los Gobiernos que lleven a la cumbre planes de acción concretos en vez de discursos rimbombantes. Las demandas del secretario general, en línea con el objetivo más difícil del Acuerdo de París (estabilizar la temperatura en 1.5 °C), constituyen el punto de referencia más alto en términos del nivel de ambición requerida. Por ejemplo, el compromiso de lograr la neutralidad de carbono para el 2050 solo ha sido comunicado por un pequeño número de países, por lo que la diplomacia de Guterres le apuesta a fortalecer los compromisos generales de los países con mayores emisiones. Ejemplo tácito de esto es que ha pedido que reduzcan sus emisiones en un 45 % para el 2030, que pongan fin a los subsidios destinados a los combustibles fósiles y que prohíban nuevas plantas de energía a base de carbón a partir de enero de 2021.
Por ahora, entre 80 y 100 países han comunicado que están preparados para compartir las mejoras de sus planes climáticos durante la cumbre, adelantándose así a la fecha prevista de la COP26. Otros países, incluyendo los Gobiernos de Centroamérica, han expresado su interés de trabajar en mejorar sus planes, pero no comunicarán nada concreto durante la cumbre. Hay que tener claro que esta no sustituye las conferencias anuales sobre el clima, incluyendo la COP25, que se llevará a cabo el próximo diciembre en Santiago de Chile.
La cumbre representa un momento crítico para la diplomacia climática, ya que constituye una enorme oportunidad para que los líderes de los diversos países demuestren y comuniquen su disposición a fortalecer sus NDC y le apuesten a descarbonizar sus economías. Incentivada por Guterres, la ocasión es propicia para que los países se comprometan con acciones climáticas ejemplares antes de las negociaciones del 2020 sobre el clima (COP26), cuyo impulso representará la negociación más importante desde el Acuerdo de París.
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