En el 2011 yo visité esas zonas gracias a una investigación del entonces Centro de Estudios y Documentación para la Región Fronteriza Occidental de Guatemala (Cedfog) sobre liderazgos indígenas en el proceso electoral de ese año. Allí pude darme cuenta de la riqueza natural y cultural de esa zona, especialmente porque la habitan los pueblos q’anjob’al, chuj, popoteco y acateco. Pero, lamentablemente, estos pueblos no escaparon de una historia de trabajo obligatorio y gratuito en las fincas cafetaleras y costeras, tampoco de la guerra interna. Por el contrario, toda su población se vio involucrada al colaborar con algunos grupos guerrilleros (EGP y ORPA) o con el Ejército a través de las Patrullas de Autodefensa Civil. Y mucha de su población no combatiente sufrió el exterminio. Solo entre 1980 y 1983 se perpetuaron en el departamento 27 masacres documentadas en el Remhi y 88 por la CEH. Solo allí se cometieron el 45 % de las violaciones de derechos humanos de todo el país.
Tampoco escaparon del neoliberalismo, que comenzó en los 90, ni del proceso de paz, que, si bien les devolvió la tranquilidad, no les garantizó bienestar. Allí las alternativas vinculadas al incipiente Estado y sus pequeñas parcelas de minifundio dejaron de tener futuro.
La población buscó la salida al norte, una ruta anteriormente conocida durante el exilio y por el trabajo temporal en las fincas de México. Y ahora tampoco escapan de la ocupación de su territorio por parte de las empresas hidroeléctricas y mineras. Pero su historia ha estado marcada también por la resistencia, como la gran marcha a la capital de los mineros de San Idelfonso Ixtahuacán contra su patrono el 19 de noviembre de 1977.
Las luchas que emprenden hoy se realizan con la firme convicción de que estos territorios les pertenecen, de que desde estos han experimentado la exclusión y la marginación, pero también han compartido la vida y la muerte con los suyos. Desde allí han subsistido y siguen queriendo construir su propio bienvivir. Desde el 2011 los he escuchado hablar de un gobierno plurinacional que integre a sus diferentes pueblos. ¿Es esta una invención o es excavar bajo los escombros, darles sentido a sus deseos de encontrarse y de reconfigurar su historia, interrumpida por siglos de dominación?
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Incluye este proceso reclamar el papel de sus autoridades ancestrales, salir del anonimato en el cual los han obligado a estar, descolonizarse y contrarrestar los embates de sangre y fuego por una nueva imposición, hoy por parte de las empresas extractivas. Esto ya ha provocado el encarcelamiento y la muerte de varios de sus dirigentes. ¿Cuál desarrollo?, preguntan con claridad quienes viven allí, a sabiendas de que el sustento alimenticio, el agua, los bosques, las escuelas, los centros de salud, los caminos, las pocas calles de sus pueblos, la energía, todo ha sido a medias y producto de su trabajo familiar, de sus diferentes comités promejoramiento y de algunas cooperativas. Sus jóvenes han tenido que migrar para encontrar alternativas, y las mujeres se involucran en los mal llamados proyectos de desarrollo, aquellos que anuncian otro sometimiento. Algunas de sus casas e iglesias son suntuosas, producto también de la migración. La justicia les llegó cuando había que criminalizarlos y controlarlos. Y grandes carreteras como la Franja Transversal del Norte, aquel viejo trazo del Ejército en tiempos de la guerra, regresaron como proyectos cuando las empresas y el narcotráfico entraron a sus territorios.
Hoy esas empresas azuzan las divisiones que les ha dejado esa larga historia. Utilizan el hambre y la pobreza para enfrentarlos, engañarlos y ganar la legitimidad de algunos. No llegan pidiendo permiso, tampoco anuncian lo que pretenden construir y menos dialogan para conocer y respetar la decisión de las comunidades, si sus empresas deben irse o pueden quedarse. El Estado interviene de manera anómala: apaña sus mecanismos de entrada y de seguridad. Y algunas entidades internacionales apalancan sus inversiones con préstamos millonarios. Las comunidades se informan, se organizan y resisten porque las obliga la memoria y su voluntad.
Lo grave no es solo que les prometan un desarrollo que la historia les ha demostrado que no es ni llegará. Lo grave es que lleguen a provocar otra vez la guerra, que los ignoren como habitantes legítimos de estos territorios, que pisoteen otra vez sus vidas y su dignidad. Eso es lo que los hace pelear con uñas y dientes hasta el final.
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