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Dos de las cinco hijas de Miguel Rojché Zapalu lloran encima del ataúd del padre en el cementerio de Chicacao, Suchitepéquez, el 12 de abril, antes de despedirse de su progenitor. Simone Dalmasso

Cuando emigrar se vuelve una condena

En Chicacao, ubicado a 150 km de la Ciudad de Guatemala, en el departamento de Suchitepéquez, 1 de cada 2 personas se encuentran desempleadas.
Regresar en un ataúd no era parte del plan, por mucho que conocieran los riesgos del viaje. 
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Cuando emigrar se vuelve una condena

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Resulta cada vez más frecuente que los migrantes guatemaltecos sufran serios incidentes que ponen en peligro su seguridad y su vida durante el tránsito  hacia los Estados Unidos o en las fronteras.  Los resposables de estas tragedias son, generalmente, miembros del crimen organizado o, incluso, agentes de autoridad de México. A pesar de la  gravedad de los hechos que han provocado cientos de muertes, hay poco interés de parte del gobierno de Guatemala por reclamar justicia y resarcimiento para las víctimas. O, por gestionar acuerdos que sirvan para evitar estas desgracias y garantizar el respeto a los derechos de los guatemaltecos que migran.

Para el ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Mario Búcaro, la determinación de un guatemalteco de dejar su país, su casa y su familia para emprender un viaje  cuyas condiciones adversas e incluso mortales son de sobra conocidas, no tiene una explicación lógica. En la conferencia de prensa donde se anunció que  la cifra de personas fallecidas  dentro de un centro de detención de migrantes en México se acercaba a los 40, el canciller no tuvo reparo en reprobar las decisiones de las familias. 

«Debo entender la responsabilidad que tengo yo como papá y como hermano, de permitir que mi hijo sea utilizado por una banda de traficantes de personas para poder migrar. Es un tema cultural y, muchas veces, el delito de tráfico de personas no se ve como delito en nuestros pueblos.  Se recurre a estas personas de forma ilegal y  cobran miles de dólares para lograr ese propósito. Y engañan a  quienes, movidos por ese síndrome de Estocolmo, acceden al creer que con eso van a alcanzar una realidad», señaló. 

Según Búcaro, una persona que ama a sus hijos, hermanos o papás, no los deja emprender una travesía tan peligrosa.

En contraste con estas declaraciones, los mismos funcionarios públicos y hasta el propio presidente Giammatei muestran satisfacción por el éxito macroeconómico que generan las remesas.  Esta aparente bonanza esconde el hecho de que los migrantes salen del país debido a condiciones de miseria tan extremas que no los detiene el riesgo de morir en el intento. 

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La historia de Francisco y de su tío Miguel

Francisco Gaspar y su tío Miguel dejaron a sus familias, en Chicacao, Suchitepéquez, para perseguir proyectos de vida que no podrían haber cumplido desde Guatemala. Ambos agotaron sus alternativas antes de tomar la emigración como destino. Mientras las autoridades de gobierno no comprenden sus razones, en la costa sur del país las personas tienen claras las dificultades para lograr un estilo de vida digno. 

La costa sur de Guatemala también se ha convertido en una región del país que ahuyenta a la juventud en busca de oportunidades de trabajo y desarrollo. Francisco Gaspar Rojché tenía 21 años y fue uno de los guatemaltecos identificados en la lista de  fallecidos durante un incendio ocasionado la noche del 27 de marzo dentro de un centro de detención del Instituto Nacional de Migración (INM) en Ciudad Juárez, México. Emigrar fue, más que una decisión, una condena.

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El 19 de marzo, Francisco Gaspar salió del municipio de Chicacao, en Suchitepéquez, junto a su tío Miguel. Era domingo. «Primeramente Dios llegó allá y los voy a ayudar», le dijo a Manuel de Jesús, su padre. Don Manuel no desconocía los riesgos del viaje que su hijo estaba por hacer pues, en dos ocasiones anteriores, él mismo había intentado llegar a Estados Unidos pero sin éxito. La primera vez, lo intentó solo, la segunda,  se fue con Francisco porque creía que lo dejarían cruzar si iba en compañía de su hijo, quien entonces era menor de edad, pero los deportaron. 

Ahora le tocaba a Francisco. Se entusiasmó con la idea de emigrar y, para costear el viaje, su familia empeñó un terreno. Desde que el Congreso endureció las penas contra los coyotes en febrero de 2022,  el costo de un viaje hacia Estados Unidos alcanza, en promedio, los Q150 mil. 

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Con el equipaje más ligero que pudieron llevar,  tío y sobrino se despidieron de sus familias. Francisco Gaspar de sus padres y sus hermanos.  Miguel Rojché de su esposa y de sus seis hijos. 

La realidad es que ni Francisco ni su familia querían que dejara el país. Su plan era trabajar día y noche durante cuatro años  con la intención de volver. Incluso, estaba enamorado y tenía el sueño de construir una casa propia y ayudar a su familia a tener la suya, pero no podía hacerlo desde Chicacao. En Guatemala, concretar un proyecto de vida se vuelve una tarea irrealizable para muchos jóvenes. 

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Luciano Rojché le da un trago largo a la cerveza que sostiene en su mano izquierda. Con la derecha hace ademanes mientras habla de los proyectos de «Fran», su sobrino. De fondo, una banda interpreta melodías fúnebres. Uno de los vecinos ofreció pagar la música que acompaña  el sepelio de Francisco. 

Con cada trago, Luciano brinda por la memoria de su sobrino. No da crédito a las palabras de Búcaro. Se ríe y cuestiona: «¿A quién le gustaría  irse de su país, si está bien aquí? Las autoridades no saben. No hacen nada al respecto. Dicen: Estamos haciendo algo pero, ¿qué hacen? Nada». 

La realidad de la Costa sur 

En Chicacao, ubicado a 150 km de la Ciudad de Guatemala, en el departamento de Suchitepéquez, 1 de cada 2 personas se encuentran desempleadas. Es decir, una tasa del 50 por ciento. La agricultura es la actividad a la que se dedica el 75 por ciento de la población económicamente activa. Y es que la producción de café, caña de azúcar y hule son las principales actividades productivas del departamento. Otros productos como el cacao o plátano también se cultivan para su exportación. 

La región alberga una serie de grandes industrias, tales como procesadoras de hule, ingenios azucareros, embotelladores de aguas gaseosas y licores, fábricas de alimentos, etc. Ni la agroindustria tradicional, ni la instalación de otras empresas ha  generado una mejor  calidad de vida para  los habitantes. En Suchitepéquez, el 80 por ciento de la población vive en condiciones de pobreza. 

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«Si las autoridades están preocupadas (por los migrantes), si quieren hacer algo, entonces que generen empleos, pero sin explotación. Insisto: ¿Quién quisiera viajar si estuviera bien aquí?», recalca Luciano, mientras le  da un último trago a su cerveza. 

Luciano, como una gran parte de los pobladores de Chicacao, tuvo que emigrar hacia otro departamento para trabajar. Se fue a Quetzaltenango hace 20 años, debido a la falta de empleos con condiciones dignas en su región. Francisco también optó por un trabajo fuera. Hasta octubre de 2022 trabajó en Chimaltenango, en una fábrica de camas. De pronto, un recorte de personal lo dejó nuevamente sin trabajo. 

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en Chicacao el 30 por ciento de las personas consiguen un empleo fuera de ese municipio. Aquellos que optan por quedarse, se enfrentan a condiciones laborales desafiantes. Al quedar desempleado, Francisco buscó trabajo pero las ofertas que encontró lo desalentaron. 
 
Un diagnóstico elaborado por la Asociación de Comité de Desarrollo Campesino (CODECA), en Suchitepéquez, Retalhuleu, Escuintla, Santa Rosa y la parte sur de Quetzaltenango, evidenció las condiciones laborales precarias en la zona. «Mientras el costo de los productos de la canasta básica incrementa cada día, los salarios y las condiciones generales de las comunidades y las labores agrícolas son cada vez peores», señala el documento. 

Los pobladores de la aldea San Pedro Cutzán sí entienden la decisión de Francisco. «Acá en sí no hay un trabajo que sirva para sobrevivir. Para mí, acá, la vida no es vida. Ahorita como está la situación, las cosas subieron pero el sueldo no sube. Hay personas a las que les gusta trabajar en la caña, o en las bananeras. Salen a las 3 de la mañana y entran a las 8 de la noche a su casa. Eso no es vida. Por lo mismo, muchos se van», relata Emanuel Tzina, un par de horas antes de sumarse a la caravana que partirá rumbo al cementerio local para despedir a su primo Francisco y al tío Miguel. 

Según Luciano, el salario por una jornada de trabajo de casi 12 horas oscila entre Q 95 a 100 por día. Por eso se fue a Quetzaltenango. En su trabajo como conserje, Luciano dice que no le falta nada, pero tampoco le sobra, excepto si uno de sus dos hijos se enfermara o le surgiera una necesidad imprevista.  Y eso es algo que puede ocurrir en cualquier momento. 

Ahora Rosa es padre y madre 

A las 2 de la madrugada del 12 de abril, sobre el puente Nahualate, ubicado en el kilómetro 136 de la ruta al suroccidente, había una multitud de más de 1 mil personas. A esa hora llegó el féretro de Francisco Gaspar. Dos horas antes había arribado el de Miguel Rojché. La noche anterior, 15 cuerpos más llegaron a Guatemala en un avión del gobierno mexicano. 

Una caravana de vehículos y motos  amenizada con música, acompañó a ambos cuerpos a sus casas en la aldea San Pedro Cutzán.

Miguel tampoco tenía muchas opciones para quedarse. Era jornalero, tenía 37 años, 5 hijas y un niño: Domingo Francisco, el más pequeño.  «Él tomó su decisión desde antes. Fue por sus hijas, la verdad, por comprar también un  terreno y por la educación de ellas. Quería que estudiaran y se prepararan», dice Rosa Chiquival, su esposa, mientras sostiene en brazos a su hijo Domingo, que no para de llorar y quejarse de dolor. 

Rosa le acaricia la frente. «Tiene fiebre- dice-, está pequeño pero él siente. Mi papá se murió y está en el cielo», me dice. Esta era la primera vez que Miguel tomaba el riesgo. Le prometió a Rosa que iba a llegar, que iba a realizar su sueño por sus hijas. 

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Cuando levantaron el féretro de Miguel para comenzar la caravana hacia el cementerio, sus hijas se abalanzaron sobre él. «Regresa papito, por favor», le decían. La mayor, de apenas 15 años, se desmayó más de 5 veces en el trayecto. Uno de sus familiares la sostenía en sus brazos, mientras una vecina le daba aire con el movimiento de un pañuelo. «Ahora tu mamá está sola, ahora ella es papá y mamá de ustedes y tenés que ayudarla, ahora te toca ayudar a tu mamá», le decía. 

Cada vez que una persona intenta llegar a Estados Unidos, invierte una gran cantidad de dinero. Algunos venden propiedades y se endeudan con bancos. Por eso, cada intento representa un alto costo para las familias. 

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En San Pedro Cutzán está claro el destino de aquel que emigra: pasar, regresar o morir. Francisco lo sabía pero pensaba que solamente arriesgando, se triunfa. «Algunos se van una vez y no pasan. Vuelven a intentarlo y no pasan. Por cada intento hay una deuda. Entonces, entre más deudas hay, más ganas de intentarlo, porque quedan más endeudados y, desde aquí, no pueden pagar eso», explica Luciano. Emigrar se convierte básicamente en una condena.

Tras la muerte de Miguel y Francisco, ambas familias, no solo quedaron en luto, sino que también con deudas por saldar. Viendo la situación, reflexiona Luciano, probablemente mi hermano Manuel lo vuelva a intentar. 

Francisco era el segundo de 5 hermanos. Uno de sus planes era costear la educación de su hermana menor y aliviar las responsabilidades de su papá. «Yo le pregunto a mi hermano por qué lo dejó ir, por qué lo permitió», relata Luciano, «pero es que ese era el deseo de Francisco, de superarse y lograr algo para él y su familia».

Regresar en un ataúd no era parte del plan, por mucho que conocieran los riesgos del viaje. 

La noche que Manuel supo de la muerte de su hijo apenas tenía ánimos para hablar. A un periodista local le logró decir, entre lágrimas:  «No era ese el sueño que mi patojo tenía, no era eso lo que soñaba. Esto que pasó nadie lo esperaba».

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